jueves, 4 de noviembre de 2010

Carta a mi abuelo [Palacio de Justicia]

Esta carta fue escrita en noviembre de 2005, a propósito de la conmemoración de los 20 años del Holocausto en el Palacio de Justicia.

Hola Abuelo:

En los últimos días han acontecido cosas en el país que me han hecho recordarte. Hace casi tres años que no hablamos. Cuando salí al fin de la clínica, aun sabiendo que habías partido, llegaba a tu casa (la que fue nuestra) y te buscaba en tu alcoba, pues no te encontraba en el comedor leyendo la prensa, fumando y tomando tinto. Lloraba, lloraba mucho. Y es que, ese día en que partiste no me dieron permiso. Ese viernes me acosté después del almuerzo a hacer una siesta. Llegaron Juan, Cuca y Camilita junto con Andriana, la enfermera de Alborada, y me despertaron. Adriana tenía tres jeringas en sus manos. Clemencia lloraba y Camila, tu cuarta nieta, no era capaz de hablar siquiera.

Adriana me inyectó, y fue entonces cuando Juan me dio la noticia, pero los narcóticos ya habían hecho efecto y yo sólo alcancé a preguntar “¿cuándo? ¿Cómo? ¿Pero por qué, si estaba bien?”. Salí entonces al jardín y nos sentamos los cuatro a mirar el pasto. A mí sólo se me ocurrió interrogarme “¿Y entonces quién me va a contar la historia del país, quién me va a enseñar de política si pronto voy a volver a estudiar Derecho?” La vida dio muchas vueltas, abuelo, y pasaron dos años para que yo regresara a las aulas, pero para tu desgracia y las de mis dos abuelas, no a estudiar Derecho, sino Comunicación Social en Eafit. Pues, como sabrás, a los pocos meses de haberte ido, a mi papá lo nombraron rector de la Universidad de Antioquia y por obvias razones no me matriculé allá.

Ahora que estoy intentado ser periodista, se cumplió el vigésimo aniversario del holocausto del Palacio de Justicia, hecho del cual jamás me hablaste, quizá porque te dolió tanto. En ese entonces yo sólo tenía dos años y escudriñando en mi memoria sólo logro recordar la imagen de la televisión que mostraba el Palacio en llamas y a todos ustedes perplejos ante el televisor nuevo que había comprado Germán para ver el Mundial de México 86…nada más. Me cuenta mi mamá que ese fin de semana no quisiste ir a La Herradura ni a El Cabrero y que, estando ella embarazada de María, prefirió quedarse en la casa contigo para hacerte compañía. Me dice que cuando en la televisión anunciaban el carro fúnebre en que iba cada magistrado calcinado tú no podías evitar el llanto y la rabia. Fue entonces cuando comprendí que quizá nunca me hablaste sobre eso porque te pareció el hecho más vergonzoso y vulgar de la Historia del país durante tu existencia, y que por eso retrocedías hasta Bolívar y parabas en Marquetalia sin continuar, volviendo a empezar, una y otra vez…

Algunas veces, cuando te enojabas con algo que escribía López Michelsen, empezabas a hablar del MRL y del Frente Nacional, de tu amigo Estanislao Posada y de cómo el hijo del presidente al que más quisiste y admiraste y cuya biografía me dejaste por herencia acabó con el Movimiento “vendiéndolos”.

Recuerdo también lo que decías de Belisario: “ese es el tipo más bobo del mundo. ¿Usted no ha visto que una persona se vea más idiota que chupando paleta? Yo lo vi chupándose una paleta montado en un Renault 4 azul en La Séptima…¡mucho pendejo!, ¿ah?”. Nada más.

Y ahora entiendo también por qué nunca te gustaron los hijos de tu prima Emma, todos ellos militantes del M-19. Veo que no sólo por ser de la ANAPO y seguidores de Rojas Pinilla, sino que, por su culpa, a tus hijos no dejaban de acosarlos durante el gobierno de Turbay Ayala –ah, por cierto: se murió en estos días. Te lo cuento porque donde estás no llegó. En la quinta paila del Infierno debe andar-. Ese movimiento no te simpatizaba porque en parte tuvieron la culpa de lo que sucedió en esas noches atroces de noviembre de 1985. Al menos es lo que dice Carlos Betancur, uno de los pocos magistrados sobrevivientes.

Es que, verás: una profesora nos llevó a una exposición que hizo la Universidad de Antioquia para conmemorar los 20 años de lo del Palacio. Nosotros teníamos que sacar unas tesis sobre esa exposición. Fue impresionante, abuelo. Una compañera vomitó y todo. Allá había unos cuadros y unas obras muy abstractas que a ti no te hubieran gustado, pero a mí sí, y entonces me dio abuelitis aguda porque no lograba comprender nada. Otra vez volví a preguntarme: ¿Y dónde está mi abuelo para que me explique qué pasó acá?

Eso pasó el miércoles 19 de octubre, el mismo día en que aprobaron la reelección. Sí abuelo, la aprobaron; la Corte Constitucional lo hizo, me creas o no. Sólo tres magistrados se opusieron, entre ellos un Araújo, quien pensó en renunciar, y dijo: “eso pasó por mayoría de votos pero no por razones de peso”. Imagínate cómo no te iba yo a extrañar si en la mañana apenas me enteraba de lo que había sucedido en el Palacio de Justicia y por la noche me enteré de lo de Uribe.

Entonces regresé con Juan y con Pablito el sábado para tomar fotos y leer todo, mirar bien lo que había pasado.

Una canción que llegué a cantarte una vez, estando yo muy chiquita, recién entrada al colegio, no dejaba de retumbarme en la cabeza: “La bandera de Colombia es muy linda sí señor, ella tiene tres colores y por eso es tricolor: amarillo…y el rojo es la sangre que nos dio la libertad”

La canción es muy boba, ya lo sé. Pero siendo yo tu primera nieta me lo celebraste como si te hubiera cantado una canción de Lara.

El caso, abuelo, es que la bandera no es muy linda y los colores no simbolizan lo que la cancioncita esta ridícula que le enseñan a todos los niños en la primaria dice. Porque si el amarillo es el oro, ¿dónde está? Y luego me enteré que eran los rubios y dorados cabellos de nosotros. El ancho mar, en todo caso, como bien me lo explicabas hace unos seis años, Reyes se lo dejó quitar por andar componiendo versos de ortografía en el Palacio de Nariño. En la pérdida de ese ancho mar que no me tocó conocerlo azul sino contaminado y café clarito sí se derramó mucha sangre. La sangre sí es roja y se sigue derramando; se ha derramado tanta, abuelo, que yo creo que lograría uno llenar al menos el Océano Atlántico en caso de que se llegara a secar. Y en todo caso, no nos ha dado la independencia – como lo decía Santander en esa frase que estaba a la entrada del Palacio de Justicia- porque seguimos siendo sumisos ante el Imperio, y hoy más que nunca, porque Uribe ya no encuentra cómo más arrodillársele a Bush (ah sí, lo reeligieron y logró invadir Irak a punta de mentiras, por eso su popularidad ahora está en el 37%, cifra que espero repercuta en el enano este para tiempos electorales y que, al fin, Horacio pueda ser nuestro presidente). Esa sangre, como si fuera magnética, sólo ha traído más sangre, más guerra, más delincuencia, más hambre. Y lo raro es que desde que ya no existe ese Palacio, Colombia se volvió impune (sí, más) e indiferente. “Las leyes os darán la libertad”, concluía la frase de Santander.

Pero la justicia está estancada, atorada, casi muerta o infartada, agonizante. A los paramilitares los están amnistiando de la manera más cínica que te puedas imaginar. Y lo más extraño de todo esto, cuenta Petro, es que después de lo sucedido allí, y que, a pesar de todo, ese y los gobiernos que siguieron hicieron caso omiso a las demandas y exigencias de las víctimas, es que aniquilaron a la Unión Patriótica por entero, al igual que a casi todos los miembros del M-19, ya todos reinsertados y en la vida política. Fueron los paras, yo lo sé. Tú, la abuela, Germán y yo vimos a Carlos Castaño (también dicen que está muerto pero yo lo dudo) en el programa de La Noche declarando muy cínicamente ante todo el país que él había matado a Carlos Pizarro mientras se reía diciendo que había burlado a la justicia porque justo una semana antes lo habían absuelto de cometer ese crimen con la ayuda de Pablo Escobar.

Belisario, por su parte, acaba de decir que va a sacar un libro póstumo con toda su “verdad”. A mí me enseñaron en filosofía que La Verdad era una, y más en estos casos. No entiendo cómo a un señor de este tipo lo tengan como miembro honorario en la Real Academia de la Lengua Española, y menos que sea un asiduo lector de Kavafis. ¿Lo entenderá? Si a él en esa misma semana le advirtieron lo de Armero y no quiso hacer evacuar la zona que para no alertar más al país. Y a mí que se me figura que quería que esa tragedia pasara para que literalmente se sepultara y se dilapidara lo ocurrido en el Palacio. Parece que resultó. Muchos no sabíamos de eso, yo ni enterada estaba. Recuerdo más a Omaira, esa niña que lloraba agarrada a un tronco atrapada entre piedras y lodo mientras todo el país y el mundo entero la miraba, estupefacto, porque no se quejaba ni de hambre ni de frío.

En ese Noviembre Negro, Carlos Betancur, habiendo logrado salvarse de esa barbarie, perdió a ocho familiares en Armero. Hace mucho énfasis en la impunidad y dice que acá no pasa nada. Yo lo que creo es que pasan tantas cosas que ya nos volvimos indolentes. Igual y quienes pueden hacer algo no lo hacen, fingen demencia, ya ni sé.

Lo que veo es que ríos rojos se escurren a nuestros pies convirtiéndose en los listones de una bandera que nos representaría muy bien…

Dos años después aportarías tú la cuota que te tocaba. Tú, la abuela, Susana, tus hijos. Allá estás ahora con él. Pero Rodrigo no se pudo dar el lujo – y creo que son contados los colombianos que se dan el lujo de morir de viejos en una cama rodeados de sus seres queridos- de partir al otro lado como lo hicieron tú y la abuela.

Tú, que lograste sobrevivir a las camisas negras de Laureano y a los matones de Rojas Pinilla; tú, que lograste huir de la cárcel sin explicarte cómo para encontrarte con la noticia al día siguiente de que quienes habían sido arrestados a tu lado, esa noche murieron ahorcados, tuviste que aportar tu cuota de sangre entregándole a las fauces de la violencia la vida de Rodrigo Alberto.

Yo no tengo que contarte lo que pasó allá. De hecho esperaba que lo hicieras. Pero me acaba de recordar mi maldito sentido de razón que no vas a hacerlo. No importa. Ni quienes vivieron ese infierno saben en realidad qué pasó, aun después de 20 años. La Universidad de Antioquia me abrió las puertas de la inquietud haciendo una fe de erratas, un memorial de agravios en una exposición de cuatro galerías. Luego, leí el discurso que hizo Betancur para inaugurarla, y un pedazo de un libro, pero como estaba escrito por una mujer se me volvió aburrido y lo paré.

He aquí el motivo de mi carta. Las tesis no las expondré porque ya se las dije a mi profesora.

Dentro de lo que cabe, estamos bien. Hasta trabajo tengo… siento mucho que ahora no estés acá conmigo y me disculpo por hacer de tus últimos días un calvario, aunque creo que comprenderás que el que yo vivía entonces a causa de la adicción no tiene nombre. Ya María se regresa de Buenos Aires; la boba sólo se aguantó un año allá…y Pablo: al pobre Pablo lo contagiamos muy chiquito de lo que me contagiaste a mí, entonces sufre mucho. Lo hubieras visto en el Museo dándole patadas a las paredes de la ira que le dio al saber que eso había sucedido en este país.

Tus hijos, pues regular. Rey está sin empleo y a mi mamá ya le quitaron un contrato que tenía con el ITM. Clemencia tuvo una fractura muy grave en una pierna y le diagnosticaron osteoporosis, cosa que es grave porque le apareció en una edad muy temprana. Rodolfo se apartó de nosotros desde ese diciembre del año en que te fuiste. ¡Ah!, a propósito: te cuento que tienes una nueva nieta, se llama Juana. Yo la conozco por fotos que nos reenvía María a través del Internet. Cuéntale a la abuela, se va a emocionar porque sé que le encantaban los nietos. Nació el 1 de septiembre en Las Américas, tu última morada. Justo el mismo día del accidente de Cuca. Rodolfo sólo le mostró la niña a Germán, a María sólo le envía fotos, pero como su mujer lo apartó de nosotros y lo convirtió a La Obra, ni siquiera nos contó que ya era papá.

Álvaro se está quedando ciego y a Cuca la dejó Bernal…razón tenías tú al decirle cuando lo conoció que un sobrino de Chepe Metralla nada bueno podía tener.

Juan sí está bien, sigue siendo el mismo. A mí me rescató y me cuidó durante un año, incluso me llevó a Nueva York el año pasado y allá nos acordamos mucho de Doña Luz. De hecho yo la recuerdo mucho. Ya dile que deje de estar jugando con su mamá Paulina y con Rodrigo, que yo la necesito. Dile a ella y a doña Betsabé que vengan por mí, porque muy a mi pesar vivo. Justo dos semanas después de haberte ido, intenté alcanzarte, pero un muchacho me salvó la vida y luego me la convirtió en un infierno al abandonarme…con el mar entero de su silencio y la piedra de su corazón me hizo miserable.

Pero, a pesar de todo, me va bien. Y cada que me va bien me acuerdo de ustedes, quienes me enseñaron lo poco que sé.

Te quiero mucho, abuelito. Espero te haya gustado la estampilla que te escogí. Es que la otra vez que pinté al Che para una tarea del colegio vi que pusiste el cuadro en tu pieza mientras se secaba para podérselo regalar a Correa. Pero no se la muestres a la abuela porque ya sabes que no le gustaba que fuéramos comunistas.

Dile que mejor le escribo una carta a ella después con otra estampilla, que no sea celosa.

Y a ver si hablas con la Providencia para que podamos vender la finca y las bodegas para salir de las deudas. Y por favor, aparézcanse más seguido en mis sueños, a ver si logro recordar el timbre de voz de ella, que fue mi precio a pagar por hacerle duelo.

Siempre te recuerda,

La Niña (cuando silba, monta a caballo o acontece algo en el país, especialmente)

martes, 2 de noviembre de 2010

A lo mera hembra

De algo tuvo que servir el periodo de abstinencia. Así, ahorré la plata suficiente para estar hoy bebiendo del mejor tequila, enfrentando mis penas como lo hacen los machos de las películas mexicanas... o las hembras como Chavela, todo depende.
Es sólo que como yo no vivo en México, en uno de esos ranchos de los que muestra el cine de Vicente Fernández, como lloré toda la tarde, inconsolable, logré que me inyectaran Valium y me dieran altas dosis de Rivotril. Es una lástima que toda esta combinación no sea letal. Que ni siquiera sirva para una sobredosis, y que sólo logre apaciguar el dolor inmenso que siento en el alma.
Ya ni Chavela es buena para oír, ni Lila tampoco, porque ambas me recuerdan a esa época de felicidad que no habrá de volver, y entonces vuelvo a romper en llanto. Pero bueno, ya tengo mi tequila, ya tengo mi inyección, ya me tomé mis pastillas. De algo habrá de servir... y pensar que mañana me revisan el hígado en el Pablo Tobón. Sé que como siempre, todo saldrá a la maldita perfección.
Durante los últimos días he maldecido bastante a toda mi familia y a los médicos que creyeron haberme salvado porque permitieron que siguiera viviendo. Si en 2006 hubiera muerto, harto dolor me habría ahorrado en estos cuatro años.
Y en cuanto a la felicidad, a la sensación de cobijo y sosiego, fui demasiado tonta, muy estúpida. Si por experiencia he sabido que las cosas así no duran, ¿por qué me permití sentirlas? Bien andaba yo por mayo acostada en esta cama sintiendo que nada valía la pena. ¿Para qué, con qué derecho me sacaron de aquí y me hicieron creer en la eternidad del cielo? Como dice la canción, ¿dónde están las promesas y los amores eternos? Bah, duele mucho saberlo, pero mis papás, que no comprenden nada, son lo único que tengo.
En cuanto a mí, ¿cuándo aprenderé a no querer tanto? ¿cuándo me daré cuenta de que siempre, por más que lo intente, termino en el más rotundo de los fracasos, herida, maltrecha? Soy una total gonorrea que no merece nada.
Hay que sorber tequila para que no duela tanto, el Valium no sirve de nada, y el Rivotril tampoco. Por cada asomo de llanto entre los ojos y la garganta, va un trago, para que no haya lágrimas, pa que el dolor se espante. Intentaré ser machita y aguantar en silencio. Las hembras no se quejan, ni se lamentan, salvo cuando pasa algo como cuando a Chavela se le murieron Frida y José Alfredo, cosa que no es muy distinta en mí, pues de cierta forma se me murieron, a la vez, de la manera más absurda e inesperada, quien fuera mi Frida y mi José Alfredo al mismo tiempo. Y a la chingada con todo.
¿Hasta cuándo será este dolor? Supongo que mientras haya tequila lo aguantaré.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Añorando la miseria

Recuerdo cuando murió Pacho. Lo encontraron arrodillado, en posición de rezo, en la cama de un hotel, completamente desnudo. Un color azul purpúreo le teñía el cuerpo blanquecino, se trataba de un infarto por sobredosis de cocaína. Varias botellas de Don Perignon estaban vacías.
"¡Qué hermosa muerte!", dije, y todos me reclamaron una sarcasmo completamente vacío de toda intención de burla. En verdad siempre he querido una muerte así. Precisamente por eso empecé a consumir cocaína, porque cuando me la ofrecieron por vez primera, pregunté que si mataba, y me dijeron "Claro" "¿Cómo?" "Ataque al mango (corazón), le da un babeado". Déle.
Siempre admiré la decadencia exquisita que se vivió por allá en los 70 en Studio 54. Cuentan las crónicas y los reportajes y las películas que muchos murieron allí, unos por sida, otros por drogadicción. Qué bonito. Uno morir un 31 de diciembre alejado de la familia bailando a Gloria Gaynor, y todos se dan cuenta ya al amanecer, cuando la fiesta se acabó. Poder estar oliendo coca sin tener que esconderse, como cuando se toma, aunque en mi caso también me toca esconderme para beber.
Ya no me da la vida a mí para esos trotes porque me canso y me duermo muy fácil. Desde el transplante del hígado, que no fue ni por beber, ni por oler, quedé como desajustada, averiada si se quiere, para eso de lo que acá llaman la rumba. Pero qué no daría por tener todavía ese aguante y esas ganas que le tenía a la calle y a las fiestas. Qué no daría por no haber entrado a rehabilitarme y haber perdido dos años inútilmente, me los hubiera gastado en morirme degradándome, continuando como estaba, en la más absoluta decadencia moral, sin saber siquiera qué había sido la decencia alguna vez, padeciendo neumonías que mi abuelo, ya viudo, me cuidaba inútilmente, porque en las noches, ardiendo de fiebre, corría como alma que lleva el diablo a buscar más mercancía.
En ese tiempo, a pesar de todo, fui feliz. Sí, aunque vivía en las calles. Sí, aunque me tocaba prostituirme. Sí, a pesar de todas las vejaciones, porque todas juntas no se llegan a comparar siquiera con una sola que cometieron en mi contra en esa maldita clínica Alborada, la cual partió la historia de mi vida en dos, lo que ni la muerte de mi abuela había logrado. Lo peor es que en Alborada aprendí a sentir remordimiento por consumir. Antes no sentía eso. Y ese remordimiento aún me persigue, es lo que me impide salir en este momento a perderme como antes lo hacía, buscando siempre el peligro, buscando siempre la muerte, bien fuera por sobredosis, a puñaladas, por neumonía, por alguna de las cosas que traen los vicios. De hambre, eso también hubiera sido bonito. O de frío.
Todavía me queda tiempo para cumplir con ese deseo que tengo, pero no. No, porque me mataría primero un rechazo del cuerpo hacia el hígado y el dolor de estómago es terrible. Nunca me ha pasado, pero supongo que es así, porque si algo me salvó la vida fue el insoportable dolor abdominal que sentí después de haberme tomado los tres frascos de acetaminofén. Además eso no sería morir en decadencia y sin atisbo de moralidad, sino por estupidez, si es que se muere uno, porque en mi familia son tan... tan no sé cómo que me llevarían al hospital a que me llenaran las venas de esteroides. Además ya está el precedente de que yo fui como fui, y si me pierdo, eso empiezan a buscarme en todos lados y terminan encontrándome como la última vez que fui feliz en la calle, por allá en el Centro, en un prostíbulo cerca al Parque de Bolívar, con las putas cuidándome aquel primero de enero de 2003. Maldita sea la vida que no me mató la calle ese día.