domingo, 15 de febrero de 2009

15.02-2009

No puedo entrar al metroflog. A esta hora, la gente de UNE Telecomunicaciones le pone un filtro y me redirecciona a su portal.
A pesar del frío de ayer, el día de hoy estuvo bellísimo y sólo faltó que nevara para que en menos de cuatro horas hubiéramos tenido las cuatro estaciones. Hacia el norte, los carambolos y guayacanes dejaron caer sus flores, formando un manto amarillo y rojo en el pavimento, aunque con tonalidades mucho más vivas que las que dejan las hojas secas en el otoño. Sus tonalidades cítricas contrastaban con el cielo azul de la mañana, mientras al frente, nubes blancas, negras, algunas cafés amenazaban con lluvia.
Creo que a esta ciudad de arrieros y herreros la favorece mucho el lugar donde está situada. Sin las montañas, sin el espectáculo tropical, sin los arbolitos que sobrevivieron a las administraciones anteriores, Medellín, lo juro, sería la ciudad más fea del mundo en todos los aspectos. No hay un sólo edificio feo que se vea favorecido por otro aun más feo sembrado al lado, sin ningún cálculo o precaución, por las montañas que se alzan a lo lejos, por un conjunto de moles igualmente feas que conforman este barrio también tan feo pero absurdamente lujoso, El Poblado. Hay dos facultades de arquitectura en la ciudad. Allá no les enseñan ni ética, ni estética ni les incentivan la creatividad, ni nada que tenga que ver con lo bello. Si acaso es así, las constructoras que contratan a los arquitectos se encargan de que desaprendan todo aquello y se vuelvan tiranos para nuestros ojos, haciendo de la contaminación visual la más peligrosa de todas las contaminaciones que puedan existir, creando alturas uniformes, monótonas, aburridas y sí, feas para variar porque entre uno y otro edificio que vinieron a reemplazar las casas bonitas que había, la única diferencia es el "pegote" de pintura que allí es gris y allá marrón, más cerca de un ocre muy pálido, más lejos de un verde enfermedad que no logro catalogar. De los viejos son distintos los ladrillos, más "tratados" por el tiempo, ya sin su color original y con un toque negro de polución, lluvia, no sé qué sea. De repente, en los vidrios de los inmensos ventanales el atardecer se retrata en ellos, como haciéndoles y haciéndonos un favor, apiadándose de nuesta vista.
Muchas tardes las paso jugando con mis dedos; apuntan como pistola a cada estructura horrenda, pretendiendo que arrojo misiles que los derriban sin dejar víctimas... es una lástima que la topografía no permita un Katrina ni un Tsunami, un huracancito de enormes magnitudes, una ola que nos hiciera el favor de derribar lo que han hecho Ramón H, Gómez Fajardo, La Lonja, Fajardo Moreno, da lo mismo porque lo único que varía son las formas de los nombres de las firmas. Todas, como langostas, como buitres, más bien como voraces hervíboros se paran frente a las últimas reservas naturales para acabar con ellas y convertirlas en centros comerciales llenos de espejos en los que se refleje la tarde para ocultar la fealdad de sus ladrillos y sus diseños. Preferiría ver mil veces a los árboles que describí en un principio arrancados de raíz por un ventarrón titánico que mutilados por las máquinas de ellos, los cerreros, los herreros, los arrieros que creen que porque tienen finca los demás no podemos disfrutar de un espacio público, en grama, cerca de los lugares donde vivimos, pero lejos de sus fealdades.

viernes, 13 de febrero de 2009

Recalentamiento mental

No sé por qué cuando estoy tan lejos de este aparato escribo mejor que cuando tengo un teclado y una pantalla al frente. Mientras camino, en mi cabeza las cosas se escriben perfectamente, mil ideas claras me llegan a la mente, brillantes, concisas, pero llego, me siento, y el panorama cambia. ¿Cómo hago para que mi musa o lo que sea que me inspira me persiga hasta este lugar, donde me siento a escribir? ¿por qué sólo cuando estoy andando y no puedo redactar nada en concreto me dicta los cuentos y los ensayos que sí son dignos de escribir y publicarse? Extraño caso.
Supongo que es porque aquí la única imagen que tengo es la de una plantilla insípida, sin imágenes que me evoquen atardeceres inolvidables en Manhattan, mirando a Brooklin, o arboledas y olores a yerba redimida por la lluvia. Sólo este maldito escritorio de madera aglomerada que ya me cansé de ver, un cenicero y un tarro de Baileys en el que atesoro monedas de quinientos pesos (colombianos, una miseria). Ahora sí creo en la teoría del espacio de Mies van der Rohe que dice que uno no es el que toca al espacio, es el espacio el que lo toca a uno; que no son las paredes las que lo hacen, sino el espacio el que le da forma a las paredes. Así, no es un café el que refresca la mente, el café se refresca gracias a ella, y seguramente como no la tengo tan refrescada, el que me estoy tomando no me ayuda en nada a hacer de este escrito algo que para mí sea digno porque tengo la cabeza más recalentada que un carburador... sí, eso es, se recalentó de ver siempre lo mismo, se recalentó hasta el punto de hacerme doler la cabeza levemente y disgustarme un poco. Está hastiada de Microsoft y sus diseños mediocres, del Windows y su navegador virulento, de los cuatro colorcitos que simbolizan al sistema operativo y la poca creatividad de la ventanita ondulada. Necesita un Macintosh portátil con el que pueda ir a los lugares donde camino, donde me inspiro, donde respiro y siento olores distintos al del cigarrillo y el desvelo. Una manzana, La Gran Manzana también, porque nunca me he sentido tan tocada por un lugar como me sentí allá, donde hasta la fealdad es estética y los malos olores son fragancias exóticas que gracias al olfato lo llevan a uno a experimentar sensaciones sublimes.
No es como acá, donde el rebusque de palabras es tan notorio, casi como si tuviera que pedirles que vinieran a ayudarme, cuando en otras partes, en esas partes, siempre han sido mis esclavas.
Y temas, necesito temas para desarrollarlos acá, porque este blog no tiene uno definido, ni yo tampoco.
Ahora estaba pensando en burlarme de una situación muy grotesca que vi en el foro de Gloria Trevi... pero no, la palabra no es grotesca, la palabra es ridícula, absurda, sí, aunque no quisiera utilizar este lugar como trinchera para decir lo que no puedo decir allí, además porque quiero que mi círculo de lectores sea más amplio y no sólo sus fans vengan acá a sentirse mal por las cosas que digo... o bien, dependiendo de quiénes sean. Lo que sí le puedo decir es que si se quiere divertir con encanto y con primor, sólo tiene usted que ir a ese foro donde predican el amor con maldiciones y a las patadas y subliman la estupidez al grado máximo con palabras traídas del pelo, cursis, ridículas, patéticas y cuanto adjetivo perteneciente a ese linaje pueda encontrar. Lo patético, lo realmente patético que hay en la humanidad, allá lo encuentra sintetizado: fanatismo, extremismo, absurdo, grosería, inmadurez, ¡todo! Y se carcajea un rato para luego preguntarse: ¿cómo puede albergar un lugar la idiotez pura y dura? Después se siente relajado, se lo juro, y libera eso que llaman estrés más que en una sesión de yoga.
Por lo pronto me iré a revisar en qué va la pelea de esta semana, que da vergüenza ajena y propia... es que ellos procuran cuidarle la imagen a Gloria, pero lo que hacen es dañársela con su melosería y su cursilería y sus clasecitas baratas de buena conducta.
Nos vemos, apreciado lector, que ya encontré dónde refrescarme.

martes, 10 de febrero de 2009

Amor - dazado

Estoy enamorada, definitivamente es así. No soy correspondida y buscar serlo me da tanto miedo que prefiero callarlo y querer en silencio.
Y de serlo, podría empezar a amarlo en un instante, sin titubeos, aunque con miedo, siempre con miedo, porque nunca una mujer es tan feliz como cuando se enamora y es correspondida, y nunca siente un dolor más profundo y un pesar más amargo que cuando se rompe el encanto y el otro le dice que ya no la quiere. Duele más que la muerte de una abuela y que todas las pérdidas juntas. Duele en los pies, en el cuello, en las amígdalas, en los huesos.
Amar no duele, lo que duele es el desamor, el despecho, duele el mismísimo dolor como duelen esta resignación y este deseo amordazado.