miércoles, 27 de agosto de 2008

Un tallo al final del estío

Ella misma lo cantó hace más de quince años, tomando prestada la canción que lleva su nombre y que interpretara su grupo musical favorito de la infancia, Parchís: "La verdad y la mentira se llaman Gloria". Sí hombre, yo sé que la lógica aristotélica y la ontología no admiten que un sujeto sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo lugar, que el mismísimo Spinoza no concibe la contingencia, entre tantas otras verdades irrefutables que siempre lo serán, pero que, individualmente, se convierten en patrañas, mentiras tan evidentes como esa que dice que cuatro y cuatro son ocho cuando la vida misma se encarga de decirle a uno, sin ningún pudor, que eso nada más es cierto en ese lenguaje abstracto de las matemáticas, y se pasa uno una muerte entera creyendo que algún día vivirá para nunca y morirá para continuar respirando. No, no son fantasías, no son juegos del lenguaje, es realidad perpetua y tangible; lo que pasa es que la poesía y las letras son más sensibles al respecto, pues no tienen afán de demostrar nada que no sea belleza, belleza dentro de la cual hay horrores y aberraciones, por supuesto, pero siendo el fin último la beldad y no la verdad, en casi todos los casos terminan por ser una misma cosa... ¿era Wittgestein quien aseguraba que la Ética y la Estética son lo mismo? Y nada puede ser ético en tanto no sea verdadero (espero tener aún lectores para el momento de este paréntesis), así que por obra y gracia de lo que surge mientras escribo, asumiré que los mundos creados por Cortázar y Carroll son tan verdaderos y reales como los bellamente recreados por el señor Uribe y sus ministros. También sé perfectamente que verdad y mentira no son estados ontológicos para muchas personas, que es simplemente dialéctica, que mil cosas, a mí nada más déjenme escribir que ya tendrán lugar para regañarme
Prosigo.
Extraño a Gloria. Muchas de las personas que me conocen o entran a este blog se preguntan por qué está vinculado a páginas de La Trevi. Eso se preguntan tanto quienes son sus fans como quienes dejaron de serlo o siguen siendo mis amigos; y sí, he renegado de ella, y he mancillado su nombre públicamente (en su página, con su conocimiento), he renegado de mí y de quien fui nada más porque tuvo la culpa de ser perfecta un día o qué sé yo para que al otro me defraudara y dejara de ser como yo quería y creía que era o fuera o debía ser. Lo cierto es que la extraño y no es que extrañe al personaje encarnado por la misma persona de la que estoy hablando durante la década de los años noventa, ni tampoco una compañía transparente e invisible porque, en resumidas cuentas a quien extraño de repente y con vehemencia es a la Estefanía ciega que sabía admirar sin cuestionar. Sin embargo, esa Estefanía que se alejó de sí hace cuatro meses, se dio cuenta de que lo que tenía era miedo y no decepción.
Perdón, esto no es una apología ni es una disculpa y quiero que quede muy claro. No pienso retractarme por haberla llamado "pendeja" y luego reiterarlo hasta que un pobre periodistica campesino, mariconcito de clóset de esos que en los miércoles de ceniza se pintan una cruz en la frente como mandada a hacer por pintor de brocha gorda para luego decirle al que lo ofendió frente a todos "Dios te bendiga pero, ¿por qué no te has muerto?" se regodeó frente a su foro y sus fans diciendo que Tefa, la gran Tefa, andaba diciéndole pendeja y grandísima pendeja a quien decía admirar desde tantos años atrás... ay, si me darán a mí miedo las mariconas tapadas. A esas sí les corro porque tal cual le tapan a la familia con pañitos húmedos los culos más que taladrados y abiertos como boquetes, del mismo modo le tapan a uno la vieja neurótica que siempre quisieron ser, encerrada con plomo por siempre, plomo del que están hechos y saben romper pa' sacar el machete oxidado y volearlo creyendo que se trata de la espada de un samurái. Pobrecito, no se dio cuenta de que yo misma lo escribí en el mismo lugar, pero él bien sabe que escritor no va a llegar a ser ni parafraseándome va a ser escritor... reitero que no me puedo retractar de lo que dije porque es lo que pienso. Reitero que es tanto lo que me importan ella y sus hijos, que no me da miedo decir a viva voz lo que es más que evidente. Y reitero que si bien no debería importarme por los argumentos de que ya ella está grandecita y es "muy su vida", sí me importa porque ya estaba grandecita y era "muy su vida" la vez que la metieron a la cárcel y le dejaron la imagen por el suelo. Lo reitero, entre otras cosas, porque el sujeto aquel no se pasó dos años en un hospital mental tratando de sobrellevar el asunto de saberla en la cárcel, reiterando también que mi deseo entonces y ahora era que al salir no era verla feliz, sino saberla feliz...
De ese entonces, de los años de la persecución mediática, de los de encierro, de los de injusticia, me quedaron muchos traumas. ¿Acaso si a Gloria le pasara algo la gente que más me señaló y hasta me acusó de querer matarla, se irá a sentir tan bien y tan sonriente -Dios no lo quiera, cuando le pase algo? No, de seguro hasta van a negar que alguna vez conocieron el aeropuerto de Tampico, si es que no niegan que vivieron allá o ayudan a meterle más leña a un fuego que se conoció anteriormente y que ayudaron a avivar hasta primas que nada más por ser primas y sin conocer a Gloria personalmente juraron ser vejadas. Yo sé que algo así no volverá a suceder, ni quiero, porque hay gente que de repente quisiera que volvieran a suceder esas cosas para sobresalir ante la señora y decirle: yo estuve en medio de la tempestad.
Lo ideal entre figura pública y seguidor sería, estamos de acuerdo, que al seguidor nada más le interesara lo que a la figura le suceda en su vida pública. Pero resulta que para mí Gloria Trevi es quien canta e interpreta, últimamente de una manera que a mí no me gusta o no puedo disfrutar por el miedo que me ocasiona su novio, Armando Gómez, y no miedo a que actúe como Sergio Andrade, porque, qué más quisiera uno como fan, aunque fuera en la parte artística, que el tipo este actuara así. Ah, pero no. No, el otro parece que se comió el cuento del monstruo Andrade, lo recreó, lo está actuando pésimamente y hoy por hoy es la persona más repelente para todo su público, mismo que le da de tragar y lo tiene tan cachetoncito, panzón y viviendo como pachá, mismo al que trata como decían que Sergio trataba a Gloria y a las muchachas del llamado clan.
¿Paranoia? Ay, tal vez. Pero es que después de veinte años, cinco de ellos entre penales, viene la otra a decir: yo nunca mentí, siempre le dije a mi público en los conciertos y en las canciones lo que me estaba pasando. ¿Perdón? ¿y por qué si todo empezó en el 85 ó 89 vinimos a darnos cuenta en el 97, con todo y la espectacularización y las mentiras que le revolvieron al asunto?
Después de haber medio visto a Armando Gómez, después de saber que a los fans que se encuentra en los aeropuertos los trata como a pordioseros (y aunque lo fueran, son clientes, el cliente siempre tiene la razón), después de haber oído tantas veces tantas cosas que no cabe aquí mencionar, haré profilaxis y me curaré hasta donde pueda en salud, porque prefiero preocuparme desde antes aun sabiendo que Gloria ya está grandecita y que es muy su vida, a luego no soportar el hecho de un moretón en su cuerpo o en su alma ocasionado por ese señor.
Los otros, mientras, que sigan de estoicos viendo cómo pasan las cosas y sonriéndole al "señor". Yo sufro con lo que gozan esos babosos.

Por mientras, siento que me he descargado, que hice catarsis. Este tema puede ser borrado en cualquier instante, pues lo he escrito después de haber reprimido miles y miles de cosas durante meses.

Espero no tener la razón, y espero que por falta de adulación e indulgencias prestadas me caiga otro hacker... digo, rayo en la cabeza y le mande a todo su staff una carta vapuleándolos y diciéndoles que yo soy colombiana, por lo tanto guerrillera y que tengan cuidado conmigo.

jueves, 21 de agosto de 2008

Reciclando II

Por alguna razón encontré este escrito que versa sobre otro manuscrito mío sin terminar... ¿a manos de quién fue a parar? Sé que lo terminé, eso puedo jurarlo, inclusive sé que es del primer semestre de 2007, empezado a dibujarse en tinta roja más o menos a finales de abril y terminado a principios de junio. Tal vez este blog me obligue a conservar mis cosas o a recordar en qué pupila las puse por última vez; por ahora me resta tener la esperanza de que mi psiquiatra puede tenerlo en versión impresa, Arial 14 ó Garamond del mismo tamaño.
Aclaración: Lo que está escrito al final, en otra fuente, en un principio era rojo. Lo de "encima" o de "arriba" de ésto parece que tiene que ver con él. Gracias.


Ay Dios mío, cómo pierden encanto las cosas escritas en un papel cuando se incrustan en una hoja que simula serlo, metida dentro de una pantalla que no permite que la tinta se corra a medida que el escritor va llorando mientras recuerda, especialmente cuando recuerda lo que ya había plasmado en rojo descarnado, especialmente cuando lo transcribe y ve que la exactitud milimétrica de estos programas constriñen el alma y el pensamiento.
Pero bueno, lo que hoy entendemos (decimos que es) modernidad no sólo ha traído consigo estas facilidades tan poco románticas y sumamente pragmáticas. También, cómo no iba a hacerlo, trajo consigo lugares de encierro bautizados con toda clase de eufemismos, construidos y ubicados en lugares exclusivos. El área de la salud, por ejemplo, se ha prestado para esto de manera incondicional: leprocomios, manicomios y todo tipo de jaulas donde se encierran (lo que presupone de inmediato un rótulo para el sujeto que ingresa, no se sabe si por voluntad propia o a la fuerza, todo depende del caso, conste que me pasé una vida entera intentando que me creyeran que estaba loca y por desgracia lo logré) no tanto a personas que atenten en contra de las leyes establecidas por el Estado, pero sí cuando alguna “atenta” en contra de las leyes establecidas por la moral erigida en nuestra ya milenaria sociedad occidental y moderna, ultramoderna, posmoderna - que ,para el caso, la cosa viene a ser lo o la misma (no excluyamos al género correspondiente, esto no debe hacerse en un trabajo que versa sobre la exclusión, y muy bien sabemos cómo se las gastan las feministas con las y los artículos, así estos sólo sean de género masculino…), pues de las torturas y martirios de la Inquisición durante el Medioevo pasamos a los actos de buena fe que cambiaron las hogueras por guillotinas, los grilletes por camisas de fuerza, la Iglesia por la sumatoria de las voluntades (a esto también se le conoce como democracia); que ya las brujas no son brujas, que ya los poseídos por el demonio no gozan de tal privilegio sino que están locos y con la mejor suerte que podemos correr, tanto brujas como poseídos, es con el reciente apogeo de los electrochoques, mismos que estuvieron en desuso porque, en un momento de extraña lucidez, la psiquiatría descubrió que eran tan nocivos en determinado momento como lucrativos en el de ahora. Freír el cerebro con no sé qué tantas cantidades de voltaje, hoy es tan común en la medicina como aquello de inyectar plásticos que se adaptan al cuerpo humano y terminan por curar la fealdad o la vejez.
La gente “de a pie”, como les dicen no sé dónde, ignora por completo que aún encierran en los manicomios sin diagnóstico alguno (también les fríen el cerebro) a muchas personas. Yo, por ejemplo, siempre creí que eran cosas de la primera mitad del siglo pasado, acaso algo muy común en la época de Chejov, cuando escribió La sala número seis.
Llegando a este punto, recuerdo aquella novela corta y mi breve estadía en el “enfermatorio” de Santa María de los Ángeles, cerquitica al Club Campestre, en la casa que fuera de una familia de renombre en la ciudad, la región y el país. Obvio que me refiero a la familia y no a la casa, que también debe tener renombre, reputación y prestigio en esos tres ámbitos, desgraciadamente no por su belleza arquitectónica ya ultrajada “por el bien del paciente”, sino porque (más o menos desde el nacimiento del nuevo milenio) cada vez que alguien acude a un psiquiatra y se pone a llorar, terminan encerrándolo arguyendo que el recién entrado en desgracia sufre de depresión.
He aquí, pues, un episodio más de las fantásticas y terribles aventuras y desventuras de Estefanía Uribe:

La mano tiembla, no es para menos. Antes tuvo que buscar a Joan Manuel Serrat, ponerlo a sonar. El miedo y la tristeza, quién sabe por qué, cuando oyen música, se esconden…estando uno ya afuera, claro.
Adentro, allá…allá, por el contrario, la “Loca de la casa” hace de las suyas y, de todos los internos, es la única a la que no pueden encerrar en aquel cuartito de muy poquitos metros por otros tantos aún más pocos; no la amordazan, tampoco la “inmovilizan”. Creen los gendarmes y autoridades de aquellos lugares que la aplacan con eso que llaman medicamentos de nueva generación (Prozac, Remeron, Zolof), un poco de litio, otro tanto de ácido valproico y barbitúricos y benzodiazepinas en todas y cada una de sus presentaciones.
Como quien está escribiendo esto fue a parar allá por razones aún desconocidas, no tenía un diagnóstico en su historia clínica distinto al de “Pte con transplante hepático” (SIC) y, encima de esta, una cinta rotulada en tinta negra y caligrafía clara con la advertencia de “No inmovilizar”. Siendo así las cosas, a esta sólo le suministraban el Rivotril que toma desde la última temporada que pasó en aquel “pedacito de cielo” tan acogedor hace cinco años, paraíso terrenal donde recién habilitaron las piezas a manera de morgue con lámparas de neón y camas de enfermo, de tal forma que el paciente pueda darse cuenta de que efectivamente padece de algo o, al menos, que no debe sentirse cómodo, como en su hogar.

martes, 19 de agosto de 2008

Recuerdo

Cubre de un polvo dorado el tiempo lo que ha sucedido después de siete años. Polvo que no se limpia, polvo estático, pegado a las membranas de la memoria, anulando la oscuridad de los recuerdos y deslumbrando por completo a realidad inevitable. No me di cuenta, jamás pude percatarme conscientemente por más consciente que estaba de que las cosas no son las mismas una vez fluyen las horas y los días y se convierten en meses y años y el tiempo es un alquimista que a todo le devora la esencia.
El tiempo y la memoria son familia, pero no se quieren; la distancia y los recuerdos se hermanan con ellos para engañarlo a uno. De pronto viene una gripita, alguna enfermedad no muy seria que se agrava nada más porque uno no tiene las mismas defensas que el resto de la humanidad y un escozor parecido al que causa la varicela empieza a hacer ronchitas en la tráquea, en el estómago, en los pulmones... ¡me he contagiado de nostalgia! Y estornudo, pero ese polvo dorado ni se inmuta, ni una sola partícula se ha movido, creo que ni los átomos se dieron por entendidos.
Perdón, no soy yo, es la gripa, que en vez de obstruirme la nariz, me obstruye la mente. Los navegadores no tienen la culpa, nadie tiene la culpa de nada... la corteza cerebral se me ha cubierto de no sé qué y me ha empezado a doler la cabeza, no recuerdo qué quería decir y mejor aquí paro para no perturbar a mis lectores.

sábado, 9 de agosto de 2008

Yo qué sé

No he escrito nada este mes. Los pocos lectores que sé que tengo me han preguntado que cuándo pondré algo nuevo, que con qué frecuencia escribo, que cuál era mi tema en específico.
Yo qué sé.
Si tuviera un tema, creo que mi escritura sería más prolija; por tanto, también podría tener una frecuencia fija, por decir los martes, cada semana, o el décimo día de cada mes. Esa ha sido una preocupación constante desde que me dijeron que yo escribía y a alguien le gustó leerme.
Yo podría hacer toda mi obra en un día, pues cuando arranco y tengo ganas, quisiera escribir sobre mil cosas, opinar sobre política, despotricar en contra de quien me ha caído al hígado, hacer listas interminables de cosas que me gustan, divagar sobre la vida, discurrir sobre los beneficios de una muerte temprana... yo qué sé.
En este momento estoy atrancada, nada fluye. Eso de reciclar cosas de la Universidad ya no me parece una buena idea. De cualquier modo dejo acá testimonio para agosto, una marca, otra "entrada", a decir verdad nada o muy poca cosa.