domingo, 18 de abril de 2010

Las crueldades del corazón y la mente

Ahorita pasé por un lugar cualquiera, y no había nada que me recordara a ti, salvo todo. Entonces me aventuré a imaginar que de repente alguien me llamaba "Tefa", y que volteaba y eras tú. Recreé un posible beso, un posible irnos tomados de la mano hacia el Parque del Poblado, no descarté que, por cortesía, me ofrecieras la chaqueta por si tenía frío, y un montón de cosas que pude haber hecho realidad si cambiara el pronombre personal de este texto y hubiera decidido escribirlo, para mentir haciéndolo una verdad en las mentes de mis lectores que recrean sin importarles si esto es o no cierto. Por lo menos así las cosas hubieran ocurrido, aunque parcialmente, y sólo yo en mi patética soledad sabría que no fue así.
De hecho recuerdo que otra vez quisiste llorar, y yo también. Nos abrazamos muy fuerte, por muy largo rato, y después me diste un beso en señal de consuelo.
Hace no muy poco una persona me dijo por medio de Twitter que, aunque sonara cruel, mi sufrimiento le hacía gozar. Y yo, por qué no decirlo, a veces pienso que Dios te puso en mi camino nada más para eso, para que yo, por medio de tanto dolor, pudiera recrear a los demás con lo que se deriva de todo eso y termino escribiendo. Porque sólo tú me inspiras, sólo por medio de la inmensa frustración que siento de no tenerte, de no poder siquiera tocarte, de saber que no me quieres y que ya no hay chance de nada, ni siquiera de morir -una vez más, como lo logré cuando pude, o más bien, cuando lo logré como pude- y poder, al fin, descansar de tanto amarte y de no tenerte.
Creo que fue muy cruel que me hubieras dicho que querías vivir para siempre conmigo ahorita. Lo hiciste una vez, de verdad, y lo hiciste hace un momento, en mi mente y de mentiras. A mí me parece que por lo menos dentro de mi imaginario deberías aparecer más realista conmigo y no andarme ilusionando como lo hiciste cuando estuvimos juntos. Al menos te pediría que no fueras tan hermoso, que tus ojos no fueran verdes, ni tu piel color canela. Te suplicaría no tener el cuerpo con el que suelo imaginarte, ni que me trataras con la bondad con que me tratas.
Para rematar, en esa discoteca que puso Juan Gonzalo cerca de mi casa y de la cual se alcanza a oír toda la música, sólo ponen aquellas canciones que solíamos oír juntos. Es como si ese DJ me conociera mis más crasas añoranzas y mis más profundos recuerdos. Había decidido, a pesar de mi masoquismo, no volver a oír ningún tipo de música, pero estoy considerando seriamente que, o estás allá poniéndola, o esto es una afrenta perpetrada por el mismísimo diablo.