No puedo entrar al metroflog. A esta hora, la gente de UNE Telecomunicaciones le pone un filtro y me redirecciona a su portal.
A pesar del frío de ayer, el día de hoy estuvo bellísimo y sólo faltó que nevara para que en menos de cuatro horas hubiéramos tenido las cuatro estaciones. Hacia el norte, los carambolos y guayacanes dejaron caer sus flores, formando un manto amarillo y rojo en el pavimento, aunque con tonalidades mucho más vivas que las que dejan las hojas secas en el otoño. Sus tonalidades cítricas contrastaban con el cielo azul de la mañana, mientras al frente, nubes blancas, negras, algunas cafés amenazaban con lluvia.
Creo que a esta ciudad de arrieros y herreros la favorece mucho el lugar donde está situada. Sin las montañas, sin el espectáculo tropical, sin los arbolitos que sobrevivieron a las administraciones anteriores, Medellín, lo juro, sería la ciudad más fea del mundo en todos los aspectos. No hay un sólo edificio feo que se vea favorecido por otro aun más feo sembrado al lado, sin ningún cálculo o precaución, por las montañas que se alzan a lo lejos, por un conjunto de moles igualmente feas que conforman este barrio también tan feo pero absurdamente lujoso, El Poblado. Hay dos facultades de arquitectura en la ciudad. Allá no les enseñan ni ética, ni estética ni les incentivan la creatividad, ni nada que tenga que ver con lo bello. Si acaso es así, las constructoras que contratan a los arquitectos se encargan de que desaprendan todo aquello y se vuelvan tiranos para nuestros ojos, haciendo de la contaminación visual la más peligrosa de todas las contaminaciones que puedan existir, creando alturas uniformes, monótonas, aburridas y sí, feas para variar porque entre uno y otro edificio que vinieron a reemplazar las casas bonitas que había, la única diferencia es el "pegote" de pintura que allí es gris y allá marrón, más cerca de un ocre muy pálido, más lejos de un verde enfermedad que no logro catalogar. De los viejos son distintos los ladrillos, más "tratados" por el tiempo, ya sin su color original y con un toque negro de polución, lluvia, no sé qué sea. De repente, en los vidrios de los inmensos ventanales el atardecer se retrata en ellos, como haciéndoles y haciéndonos un favor, apiadándose de nuesta vista.
Muchas tardes las paso jugando con mis dedos; apuntan como pistola a cada estructura horrenda, pretendiendo que arrojo misiles que los derriban sin dejar víctimas... es una lástima que la topografía no permita un Katrina ni un Tsunami, un huracancito de enormes magnitudes, una ola que nos hiciera el favor de derribar lo que han hecho Ramón H, Gómez Fajardo, La Lonja, Fajardo Moreno, da lo mismo porque lo único que varía son las formas de los nombres de las firmas. Todas, como langostas, como buitres, más bien como voraces hervíboros se paran frente a las últimas reservas naturales para acabar con ellas y convertirlas en centros comerciales llenos de espejos en los que se refleje la tarde para ocultar la fealdad de sus ladrillos y sus diseños. Preferiría ver mil veces a los árboles que describí en un principio arrancados de raíz por un ventarrón titánico que mutilados por las máquinas de ellos, los cerreros, los herreros, los arrieros que creen que porque tienen finca los demás no podemos disfrutar de un espacio público, en grama, cerca de los lugares donde vivimos, pero lejos de sus fealdades.