Sí, la fatalidad y el realismo me invaden. Si no he podido verlo en siete u ocho años, menos ahora, ¿como por qué? Medellín es una ciudad muy pequeña, pero yo, Estefanía, estoy condenada a su olvido y a no verlo nunca más.
O al menos a eso estaba condenada hasta el momento en el que conocí a San Antonio.
De hecho siempre he sabido de ese santo, pero de sus milagros, de sus prodigios, de sus intervenciones con Dios, sólo hace muy poco. Siento por eso que, pese a que no soy católica, al pedirle algo, no tengo nada que perder, salvo mi cordura.