(Yo no sé poner títulos)
Estaba leyendo acá mismo eso de por qué soy comunista y me dio pena.
Sigo siéndolo, cada día un poquito más. De eso no me da pena -aunque tampoco es que sienta algún tipo de orgullo- sino de los baches y de los tremendos errores conceptuales que tenía entonces sobre ello.
Leerse después de seis años es extraño. De repente me impresiono de lo que era capaz: de lo que lograba como incipiente escritora, y me encuentro con cosas que, contrario a ese manifiesto más o menos bobo, me deslumbran. Pero me topo con la que creía sabérselas todas en política y quisiera pelear conmigo. ¿Comunismo en Colombia sin una revolución armada? Creo saber el porqué de esa afirmación tan categórica. La violencia es mala venga de donde venga, excepto si, por ejemplo, se trata no solo de aquella perpetrada por el Estado con sus armas, sino también y más específicamente, cuando todo en Colombia, su institucionalidad, no es otra cosa que violencia que, cuando no dispara, permite que la corrupción, el abandono, la omisión, la indolencia de los dirigentes acaben por aniquilar a aquellos que no tienen con qué comer, en dónde vivir ni cómo recibir una atención médica digna. Los hay que se mueren de hambre y los hay que se mueren por falta de antibiótico, como también por no prevenir enfermedades que en este siglo, y desde hace mucho, pueden tratarse, curarse e incluso erradicarse.
Por las armas creo que debe ser la cosa y no de otra manera. A su disposición quedo, señor fiscal o quienquiera que se encargue de encarcelar a la gente por los pensamientos subversivos.
Deseo, desde la pureza que el odio que brota desde mis entrañas emana, que un cáncer acabe, a dentelladas secas y calientes, como decía Miguel Hernández, con el presidente y con su posible sucesor, el ahora vicepresidente. Él no tiene cáncer pero sí un tumor en el cerebro que espero lo incapacite de por vida -por lo menos para que llegue a ser presidente. Y Fajardo, uno que se le coma los ojos y el cerebro. Y a Ordóñez, alguno que lo consuma desde la uretra, se le trepe por la vejiga, le pudra el corazón, el estómago, las venas y el oxígeno que recibe de tal manera que su fetidez sea tan hedionda que ni él mismo la soporte. Eso deseo porque el delito está en querer tomar las armas, y yo no estoy en condiciones.
Que el cáncer sea plaga y los pringue en sus bocas y faringes, amígdalas, lenguas, paladares. Y accidentes cerebrovasculares en sus proles, y algo que les seque, de sus hijos a sus nietos, el aparato reproductor. Y por cada camarada mío asesinado, una metástasis en cada uno de sus parientes.
Menos mal que eso está en la voluntad de Dios, y como él no es nada bondadoso, lo más probable es que todo esto se quede en simples deseos que, de evocarlos e imaginarlos, me hacen chasquear los dientes de placer y aumentan el flujo de mi saliva.
No, la violencia es necesaria, y ya no la rechazo. Tampoco las vías democráticas. Ya no restrinjo, ¿para qué? los comentarios en mis redes, no bloqueo a nadie.
Abandoné el Partido Liberal en 2013, y hoy odio a Serpa. Lo abandoné porque es que uno, en primer lugar, y entonces no lo sabía, no puede andar metido en una guarida de burgueses pidiendo nada. Ni justicia, ni... es que ni sensatez. Yo en principio me fui porque no soportaba ser copartidaria de un baboso y bobazo semejante bueno para nada como Bernardo Alejandro Guerra, es cierto, y cosas muy personales influyeron. Pero tampoco podía estar metida en la Unidad Nacional. Ahora entiendo que esa decisión, por más que aún me duela, ha sido de las más positivas y provechosas.
Y quiero excusarme por ese sarcasmo mal empleado. Creo que nada de eso estaba bien.
Lo que sí es que si bien todavía no he quemado una bandera gringa, hoy no me parece que sea ninguna falta de respeto hacerlo. Hoy sí que lo haría y, de paso, quemaría también unas cuantas de l Estado de Israel.
***
Como un ejercicio, como una sublimación. Todas mis ideas están quedándose en Twitter, casi estancadas, por la brevedad a la que uno se enseña con esa red. Y porque no hay inspiración, ni hay ganas. Porque me pueden el miedo y la tristeza. Ya no hay musas, se me fueron.
Un día volveré, al calor de la sobriedad.
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