lunes, 28 de junio de 2010

Viaje a Cacarica

Ya no necesito tomar Rivotril para escribir. El miedo que me producía el lector, tantas veces expresado aquí, se ha ido pa'l carajo. Creo que la rabia dejó florecer muchas cosas, y el dolor que mencionaba, al final, se convirtió en un sueño tan nítido que me hizo regresar a esa deplorable labor periodística que pretende buscar esa verdad científica y comprobable sobre la realidad. Por más que uno quiera alejarse de lo que más detesta, termina siendo víctima de sus propios caprichos... heme aquí, entonces, narrando una experiencia que ocurrió en un periodo de tres días.
Tenía unos once años cuando la vi por primera vez. Mi abuela Lucinés, siempre presente en las cosas más trascendentales de mi vida, habrá siempre de aparecer en esta historia como el recuerdo más craso y a la vez más distante, porque ella, más que yo, ha hecho de la pesadilla política y social que es Colombia una realidad dolorosa y latente que me apuñala el espíritu toda vez que el nombre de Piedad Córdoba Ruiz aparece en un diálogo, un noticiero, la portada de una revista o en innumerables insultos. Samperista como era, siempre que Piedad intervenía a favor del ex presidente le subía el volumen al televisor y me decía: Niña, póngale cuidado a esa señora. La próxima vez voto por ella.
Años después, tras su muerte, habría yo de verme involucrada participando en política de la manera que más me choca: asistiendo a votar. Y todo por el recuerdo de esas tardes electorales en las que me llevaba de la mano a un puesto de votación para que, luego de que ella ejerciera ese derecho que tanto amaba, me hiciera untar, como a ella, el dedito de tinta roja. Además, alguien tenía que votar por esa señora que, además de ser negra, liberal, defensora de las putas y de los homosexuales, de las mujeres, de los indios y de los de su raza, encarnaba, sin yo saberlo para entonces, un montón de ideales en común que no logra nadie representar con tanta verticalidad y coherencia como lo hace ella. Resulta que es que Piedad también es comunista, muy a pesar de su papá, quien la obligó a estudiar en la Pontificia Universidad Bolivariana para ver si se le quitaba ese embeleco. Afortunadamente para ella y para la higiene mental de nosotros, los curitas ya bajaron su foto del mosaico donde aparecía al lado de una caterva de godos cavernarios. Eso, creo, sí hay que agradecérselo a la intolerancia que empezó a abundar a partir de que el señor Álvaro Uribe empezó a gobernar. Esos gestos son muy generosos, y más tratándose de una universidad que señala a los homosexuales como enfermos en pleno siglo XXI. Es tan honroso como el hecho de que Fernando Londoño Hoyos (aquel que encarnó el primer escándalo del gobierno por el robo de las acciones de Invercolsa) o José Obdulio Gaviria (el primo hermano de Pablo Escobar y asesor del presidente) lo tilden a uno de guerrillero o que, en el caso de ella, cometan todo tipo de errores desesperados para vincularla con las Farc. En resumidas cuentas, es como cuando a un apóstata lo excomulgan.
La Pontificia Universidad de la que ella salió, además, tiene que cargar con que todos en Medellín la llamemos Bolivariana, a secas, como llama Chávez a su Venezuela y a ese remedo de revolución, tal cual Piedad Córdoba denomina su pensamiento y su manera de ser: bolivariana. Muy a pesar de que a mí no me guste el enano libertador, ella es bolivariana.
Muchos me preguntan cómo llegué a tener un contacto con ella. Yo también quisiera saberlo. No sé qué fue lo que hice para que ella, que recibe miles de correos diarios y llamadas del mundo entero, que la buscan tanto para perseguirla y atormentarla como para decirle que la adoran y que la admiran, viera en mí algo que ni yo misma reconozco. De repente me vi viajando al lado de ella, comiendo en la misma mesa y durmiendo en la misma pieza; teniendo la fortuna de ser asesorada en política por una mujer a la que he admirado desde la inocencia política que tenía a los once años y a la que seguí admirando después de haber bajado de su pedestal a otros líderes de la izquierda mundial como Fidel Castro, Ernesto Guevara y Hugo Chávez. Recuerdo bien que en Cacarica me preguntaron unos líderes estudiantiles ¿eres guevarista, leninista, maoísta? No, les dije, a ninguno de esos hijos de puta los admiro, yo soy piedadcista si es que están buscando que me adhiera a alguna corriente, porque todas las demás son asesinas y me avergüenzan. Yo no me dejo encuadernar ni encasillar en nada, proseguí, pero si me quieren llamar de algún modo, entonces que sea ese: piedadcista. Esos ismos y personalismos, creo, son los que han hecho que el discurso de la izquierda fracase.

***

A veces los recuerdos me aprisionan y me obligan a ahondar en pensamientos que quizá nada tienen que ver con lo que esperan leer. Intentaré apartarlos.
A mi llegada a Apartadó, la senadora me regaló un abanico. No sabía qué decir exactamente para darle las gracias, ni tampoco para derribar el miedo que tenía de no llegar a llenar las expectativas que había generado en ella con esos correos que nos enviábamos hasta que, como a eso de las tres de la madrugada, nos vencía el sueño y reanudábamos al día siguiente. Ir con ella a visitar Cacarica, en todo caso, representaba para mí, más que un gran orgullo y un logro inmenso, una responsabilidad con ambas de la que no iba a ser fácil desembarazarme. Aún no logro hacerlo. Creo que después de las vivencias que tuve allá, seré responsable para siempre.
Durante el trayecto que va de Apartadó hasta Turbo, ella se burlaba por el celular con alguien de las inconsistencias de una nueva denuncia que hay en la Corte Suprema en su contra por haberse reunido con un tal alias Mincho en el mes de marzo, cuando finalizaba su campaña. Un ucraniano tenía como prueba irrefutable de su pertenencia a las Farc unas fotos que había tomado en esa visita suya. Se burlaba de eso, pero estaba preocupada por la captura de cuatro personas que estuvieron con ella en ese encuentro, pues habían sido, para variar, torturados por las autoridades carcelarias de este país.
Los que viajaban con nosotros me dijeron que ya estaban más o menos acostumbrados a esas situaciones. ¿Acostumbrarse? Jamás. Uno, al menos pienso yo, no debe perder la costumbre de la indignación, aunque entiendo que de tanta injuria se termina por reír para no odiar. En mi caso, para contrarrestar todo eso, le hacía bromas como "déme las coordenadas para poder ir al baño" o "le voy a decir a todo el mundo que usted me puso a dormir en un cambuche". Bueno, es que sí, en un sentido estricto me tocó dormir en una colchoneta que pusieron en el piso, pero era muy cómoda. Ella se moría de la risa. "Le voy a decir Teodora de Bolívar siempre y cuando usted tenga la deferencia de llamarme a mí Emilana Juárez, y así, año tras año, nos vamos cambiando los alias a ver si dejan de jodernos". Hace mucho que en vez de pelear con los que tanto la atacan y la ofenden, preferí demostrarle con humor y con amor todo el respeto y la admiración que le tengo; por fortuna ahora logro hacerle llegar todo eso directamente, todos los días, y no contentándome con animarla a través de Twitter y Facebook esporádicamente.
En casos como estos hay que luchar y pelear sin cansancio, con paciencia, hasta que el tiempo y la dignidad sepan poner todo en su lugar.

***

Desde hace muchos años quise comprender el significado de la canción "Sobre una tumba humilde", de José 'Cheo' Feliciano. Una cosa es escuchar esa canción, otra cosa es conocer lo descarnado del asunto.
Turbo me lo mostró. Cuando llegamos al monumento a las víctimas del desplazamiento y el horror que vivió esa región del país en 1997, la letra de las tumbas humildes retumbaba en mi cabeza, como queriéndome aturdir. Tal cual lo describe 'Cheo' es esa situación: desde que empieza con el pregón

"Bueno, está probado, mi gente,
que la riqueza del pobre es el amor,
el puro amor, que ni la muerte se lo lleva...
sentimiento tú."

Bah, citar esas palabras no remediará el hecho de tener que narrar lo vivido. Hay que pararse en ese monumento, quizá como hay tantos en este país donde se premia con estrellas y no sé qué tantas cosas a los coroneles que perpetran las masacres en contra de la gente que los construye. Aquí, donde ni siquiera el Estado tiene la gallardía de disculparse y en vez escupe sobre las víctimas; así que es mejor que ellos mismos construyan con cemento, madera y vinilo su honor a que permitan que algún día Uribe edifique su desgracia haciéndoles una placa de mármol o de cobre. Ya no lo hará porque ya se va. Ojalá que nunca nadie pretenda reemplazar esas humildes alabanzas a la vida de los que murieron por defender sus derechos en medio de esta maldita guerra eterna por letras incrustadas en mármol, que aquí ya no es necesario consagrar a más mártires, empezando por Jesucristo y todos esos que menciona el feo himno nacional. Es preferible que celebremos la vida con colores de material humilde como el vinilo, porque oro y mármol hay en las casas de todos los asesinos de este mundo: en el Vaticano, en los condominios de los mafiosos y en la Casa de Nariño.
A pesar de la solemnidad del sitio, la gente es festiva. Tal vez porque lo solemne no se contrapone a lo festivo. Y más festiva se puso la cosa (y también más solemne) cuando llegó la senadora al lugar y la gente notó su presencia. Corrían todos a abrazarla, a tomarse fotos a su lado, a decirle cuánto la querían, a demostrarle su agradecimiento por la lucha a favor de la gente de la región. Algunos no la reconocieron porque "no es tan negra", decían. Tuvieron que guiarse por el turbante, tal vez por lo imponente de su presencia, no lo sé. El primero que se le acercó le rogó que le diera un trago a la botella de cerveza que se estaba tomando, que era un honor. Es gente que sí ha vivido los horrores de la guerrilla, del gobierno, del paramilitarismo y que no se tragan el cuento chimbo de que ella es de la cúpula de las Farc. Gente que no señala porque sí, a pesar de que los fiscales y jueces los presionen y los sobornen para que lo hagan en contra de quienes ellos les dicen, y en cambio sí reconocen muy bien quiénes fueron los Gaviria y los Uribe Vélez, los Rito Alejo, en fin, los verdaderos agresores y asesinos. No lo digo yo, lo dicen ellos en canciones, en videos, en relatos personales. Por eso, y que me perdonen ciertos amigos míos y amigos de mi papá, la presencia de Piedad Córdoba los gratifica y les honra, mientras que la de ciertos dos ex gobernadores de Antioquia les repugna y los ofende. Y tanto allá como en Cacarica nos dijeron que no habían votado por Rafael Pardo, a pesar de ser el candidato al cual apoyaba la senadora, por ser quien era su fórmula vicepresidencial.

***

Creo que es mucha la gente que tendrá que perdonarme en realidad. Antioquia endógama y Medellín impío son los verdaderos responsables de todo. De que yo conozca, sin haberlo buscado, a los sobrinos de Carlos Castaño, de Pablo Escobar, del canciller Granda; al hermano y al hijo de Álvaro Uribe, a los hijos de Fabito, a llevar el mismo apellido del presidente. En ese sentido, sí, creo que los burros se buscan para rascarse, yo no le encuentro otra explicación.
Haber conocido a Piedad Córdoba fue distinto. Si bien ella también es de por acá, algo, no sé qué, no había permitido que tuviera contacto con ella hasta hace un mes. Supongo entonces que a sus hijos no los conocí, como a los de esa ralea, por misterios del destino que me resultan felices. Pasa que ella aborrece las armas, la guerra, la corrupción, el secuestro, el narcotráfico, la trata de blancas y todas esas cosas que ellos encarnan. Quizá por eso sus hijos no fueron a parar al mismo colegio que yo, que fue donde conocí a tantos de ellos, ni a Eafit, que fue donde conocí a tantos de los otros.
Sí, son especulaciones, pero es que yo no soy periodista y por eso divago en este tipo de cosas.

Por eso mismo sé que muchas de las cosas que ya dije acá, como las que continuaré diciendo, molestarán bastante a muchos. Por ejemplo, esta tarde estaba comentando a través de Twitter que la carretera modernista que quieren construir para viajar a Panamá es una monstruosidad. De inmediato, una editora del periódico El Mundo, del que son dueños los ya mencionados Gaviria, a quien ella cree que yo les debo mucho cuando en realidad a quien le debo es a ella, pero no por eso callaré, me dijo: Estefanía, es una necesidad para proteger el ambiente y a las gentes amenazadas por las Farc y las Auc, que se ocultan en el Tapón”. La gente de Cacarica, que es la que padece estas amenazas, dista mucho de opinar a como opinan los finqueros de esta región, como lo son sus jefes Guillermo y Aníbal Gaviria. Segundos después volvió a arremeter en mi contra, ya con rabia e intolerancia, diciéndome “Qué tristeza que te refugiés en tu ignorancia para confundirte y enredar a otros. Con el tiempo que tenés podrías estudiar los temas”. A lo que se refiere ella es a que me siente a leer los pasquines que sacara El Mundo cuando Aníbal era gobernador de Antioquia o leyera los estudios pendejos de la Enviromental and Sistems. Lo cierto es que no es lo mismo haberse leído un montón de cartapacios del tamaño de la Biblia a amar y respetar, como aman y respetan los chocoanos, los indígenas, las campesinas de esa y otras regiones a una tierra que les ha dado la vida y la seguridad alimentaria y que, no me quedaron dudas, la esperada llegada del ejército nacional a esa zona es lo que menos toleran. Ellos son felices con sus viajes de varios días a pie, en chalupas y rodeados de mosquitos. No sueñan, como ella y los ciudadanos ávidos de ser colonizados por la conciencia modernista, pasear por carretera hasta Panamá –entre otras cosas porque ni carro tienen-, ni que la zona se convierta en un foco de prostitución con la llegada del turismo o que, como en ocasiones anteriores, los desplacen y los masacren en nombre de lo que conocemos como seguridad democrática y lo que se convertirá en algo peor por el vocablo empleado: prosperidad democrática. Su manera de concebir la Naturaleza, la vida, el ecosistema y la paz son harto distintas a las nuestras. Por eso los están masacrando, algunas veces con los monocultivos de palma de cera, siembra de banano y yuca, otras con poner dragadoras de petróleo, y otras, con la explotación minera. Pero sí, supongo, y es triste reconocerlo, que para ella es más importante un estudio universitario que el conocimiento y el sentimiento de pertenencia hacia la tierra que tienen los nativos. Tal vez para ella es justificable que quienes los desplazan y los masacran y los saquean jueguen después con las cabezas que cortan un partido de fútbol. Al fin que lo que viene después es la materialización del sueño de sus patrones y el de nueve millones de colombianos que prefieren tener una imagen favorable del país con estas bellaquerías y el cuentecito ese del crecimiento económico. A esas y otras cosas macabras nos han llevado ese afán de buscar a toda costa una idea de modernidad bastante errada.

***

Hubo algo que me conmovió hasta las entrañas.

Nos quedamos a comer en la casa de una señora llamada Dolores de Guerra. Ella quería hablar con la senadora de su situación. Los paramilitares, con la ayuda del ejército, asesinaron a su marido y desplazaron a su familia de la parcela que les había otorgado el gobierno gracias a la Ley 70 de 1993, de la cual es autora Piedad, que dice, en su artículo primero: Lapresente ley tiene por objeto reconocer a las comunidades negras que han venido ocupando tierras baldías en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico, de acuerdo con sus prácticas tradicionales de producción, el derecho a la propiedad colectiva, de conformidad con lo dispuesto en los artículos siguientes. Así mismo tiene como propósito establecer mecanismos para la protección de la identidad cultural y de los derechos de las comunidades negras de Colombia como grupo étnico, y el fomento de su desarrollo económico y social, con el fin de garantizar que estas comunidades obtengan condiciones reales de igualdad de oportunidades frente al resto de la sociedad colombiana.

Es decir, ningún finquero, ningún minero, ningún mafioso, paramilitar o guerrillero podía, por ley, comprar nada allí. La enuncio para que entiendan por qué los desplazaron, los torturaron y los desaparecieron. La enuncio porque para ella es un dolor inmenso que, al haber propuesto esa ley, su amado Chocó hubiese sido acribillado de esa manera. La enuncio para que se den cuenta de que no sólo se ha dedicado a hacer oposición y a ser rebelde toda una vida. La enuncio, en fin, porque leerla me hizo comprender más todo este asunto y admirarla a ella otro poquito.

Pero lo que me conmovió hasta las entrañas no fue eso. Estaba hablando la senadora con la encargada de la sección política de El Espectador para esclarecer lo del ucraniano aquel cuando un niño hermoso, de piel negra, le estiró la mano para pedirle un autógrafo. Ella lo saludó. Entramos a la casa a comer, cuando de repente un bullicio infantil, como esos que se oyen en los parques de diversiones o en las piñatas, invadió el ambiente. Había decenas de niños, quizá unos cien, aglutinados afuera gritando su nombre, aclamándola, todos con lapiceros y cuadernos en mano esperando a que les autografiara algo, aunque fuera su piel morena, alguna prenda de vestir, el cuaderno escolar… lo que fuera. Uno tiende a pensar que la situación de Piedad Córdoba en todo el país es idéntica. Que tanto en Urabá, como en Medellín, la gente llega hasta el punto, como sucedió una vez en un aeropuerto, de cogerla a golpes e insultarla. No. Felizmente no es así. En Turbo hay otro ambiente, también en Cacarica y en Apartadó. Lo sucedido esa noche se repitió todos los días en todos los lugares que visitamos, aunque no con tanta euforia como con los niños. Y a ninguno le dijo que no, ni lo dejó mamando o esperando, sino que los cargaba, les daba besos, les tendía la mano y todos, todos, todos se fueron con su autógrafo a presumirlo. Pareciera que allá no ven RCN ni Caracol, pero sí, lo que pasa es que viven una realidad muy distinta, tienen otro concepto del país y de patria, nadie la llamó Teodora y, en cambio, le reconocieron su valor por haberse metido a liberar a los secuestrados por las Farc.

***

Me regaló el libro de El Factor Humano con una dedicatoria muy personal que no pienso compartir. También unos discos de Omara Portuondo y Maria Bethânia, DVD de su trabajo, algo más del Bicentenario del 19 de abril de 1810 y un manto original, de esos que usan en Palestina. Ese ya lo puse al lado del trapito con el que le cerraron el mentón a mi abuelita cuando se murió. Ni de riesgos voy yo a ensuciar eso, prefiero que tenga el mismo simbolismo. O no, mejor no porque ese trapo fue lo último que tocó a mi abuela, no vaya a ser que este otro sea el último que tocó a mi senadora del alma. Yo le di una entrevista que le hicieron a Saramago en 2004, titulada “Soy un comunista hormonal”. Lo empezó a leer por la noche, y al día siguiente, cuando llegamos a Cacarica, en varios discursos que pronunció lo citó. A mí me fascina verla hablar y dar discursos, más cuando el auditorio es amplio. De todos modos prefiero cuando lo hace con ideas que le vienen del alma que cuando empieza a citar autores. Eso se lo estaba comentando por la noche, acostada en el cambuche, pero ella ya estaba rendida y cuando me di cuenta se había dormido. También sabe que me fastidia el uso de ese lenguaje incluyente porque me parece innecesario, pero sé que si lo dejara de usar en este momento, sería igual a si se quitara el turbante, entonces no, que lo siga usando. A veces bromeamos y hablamos de cobardes y cobardas, comunistas y comunistos, homosexuales y homosexualas. Al menos conmigo, siempre está abierta a críticas y no me pareció tan terca como me dijeron que era.
Durante el viaje en la panga le conté sobre mi vida en la calle, el consumo de drogas, lo que me llevó a estar recluida en un sitio de rehabilitación durante dos años. Ella me contó cómo fue el secuestro de Natalia, su hija, cosa de la que casi nunca hablan ninguna de las dos. Ella estuvo secuestrada y desaparecida durante cuatro años entre Canadá, México, Estados Unidos y Cúcuta. Durante el oprobioso cautiverio dio a luz a mi tocaya Estefanía. A ella, por su lado, la falange colombiana, es decir, las Auc, la secuestraron en 1998. Si se salvó, lo dijo Carlos Castaño, fue porque Enrique Gómez Hurtado le pidió que no la matara, a lo que él le respondió: yo a un hijo de Laureano Gómez no soy capaz de decirle que no.

Distinto a Uribe y al detestable Héctor Abad Faciolince, ella no anda por la vida gritándole a los cuatro vientos que es víctima de la violencia. El primero se hizo presidente para acabar con el grupo armado que asesinó a su mafioso padre; el segundo saltó a la fama escribiendo un libro de pacotilla que le significó alguno que otro lector contando la historia bobalicona del amor que sentía por el suyo, pontificando sobre lo divino y lo humano, recurriendo constantemente a ese lugar común tan grotesco que es “los colombianos de bien”. Ambos la desprecian, yo los desprecio a los dos.


***

Los habitantes de Cacarica son extremadamente pacíficos. Hablan calmado, pausado, sin usar una sola mala palabra. A nadie, por mucho daño que les hayan hecho, lo tratan de hijueputa, ni se saludan como la gente de las ciudades de "qué hubo, marica" "entonces qué, gonorrea". Tampoco hablan así los indígenas que asistieron al evento, ni las madres campesinas desplazadas, ni ninguna de las víctimas del conflicto colombiano que conocí allá. Una vez un amigo antropólogo me dijo que la violencia en Medellín radicaba en esa violencia que usábamos hasta para tratarnos con cariño. Yo creo en esa teoría. Las víctimas del franquismo que había allá tampoco hablan así, ni una bellísima Madre de Mayo que ha acudido siempre a acompañarlos porque dice que el acompañamiento es indispensable para todas las víctimas de las dictaduras.

Viven en una zona comunitaria de alto riesgo porque están en medio del paramilitarismo, el gobierno y la guerrilla. Saben muy bien que a todos los tienen que espantar de allá para no ser objetivos militares, pero siempre lo hacen con palabras, jamás utilizando algún arma, ningún tipo de violencia.

Lo que uno espera es que así sean precisamente por ser víctimas. Yo me imaginaba a un montón de gente resentida y triste. Al contrario, son cordiales y cariñosos; cantan, bailan, comparten la comida, el espacio, se respetan las costumbres y las diferencias. Conocen cabalmente sus derechos, varios han leído la Constitución. Lo único que piden es justicia, una justicia verdadera que les permita vivir en paz y en concordia con la ley, que los reparen, que se les reconozca que tanto el suelo como el subsuelo de esas tierras les pertenece.

Lo de la carretera no es cuento mío ni de Piedad Córdoba, ni tampoco es cuento lo que ellos dicen de Rito Alejo del Río, Álvaro Uribe Vélez, Guillermo Gaviria Echeverri y otros señores feudales de la zona.

Dicen que es que Chávez le paga a gente como Meneses para que declaren que Uribe es paramilitar. Es imposible que él le pague a miles de personas que viven en el Chocó, Antioquia, el Meta y Putumayo. Suponiendo que les pagara, ¿por qué viven en casitas humildes de madera, no tienen agua potable, ni tampoco alcantarillado y a duras penas luz? Viven del trueque de productos agrícolas como el arroz, el plátano y el maíz porque no pueden competir con los precios de las centrales de abastos como Carulla, El Éxito y Pomona. Ellos no quieren, sin embargo, vivir como queremos vivir nosotros, teniendo como futuro el nefasto presente de otros países. La motivación de ellos, por tanto, no es el dinero y tal vez por eso no ceden cuando en la Fiscalía los maltratan y les piden que declaren cosas que no son. "Usted tiene que decir que a su papá lo mató HH", es lo más común ahora. Cuando hablan de la presencia del ejército les cortan las declaraciones.

Viven en resistencia, ese el término correcto.


***

Son muchas las cosas que se me van a quedar en el tintero. De verdad que no soy capaz de escribir detalles sin hacer reflexiones. Más que exaltar la labor de la pasionaria -término que me enseñaron las españolas- senadora, quería escribir, para mi memoria, algo que de algún modo le permita a la gente conocer las atrocidades que se viven en este país.

También decirles que mi carnala (así nos decimos ella y yo) es una mujer maternal y tierna, bastante generosa, compasiva, tolerante, inteligente y extremadamente sensible.

Fue bastante honroso que se le hubiera ocurrido invitarme a su gira de la paz. Fue muy doloroso e impactante conocer los testimonios de esas personas. Fue gratificante convivir con su equipo de trabajo, personas todas de gran calidad humana y de un trato excepcional. Fue un placer haber conocido a la gente de Turbo y Cacarica, que dan ejemplo de tolerancia, respeto, convivencia y paz.

Pero sobre todo, fue un alivio que esta tarde me hubiese atacado por Twitter la persona que mencioné, porque sin la rabia que me produjo su desfachatez, no hubiera sido capaz de escribir todo esto.

Las ampollas que se levantarán, lo sé, serán muchas. Era esta, precisamente, la intención de todo esto. Lo será siempre que escribo, por eso el título de este blog.


jueves, 10 de junio de 2010

"Holocausto del Palacio"

A raíz de la conmemoración por los 20 años del Holocausto del Palacio de Justicia en Colombia, el ex magistrado Carlos Betancur pronunció un discurso en la Universidad de Antioquia que hasta ahora es inédito y que, debido a la condena que le impusieron a Plazas Vega por secuestro y desaparición forzada, cobra vigencia hoy en virtud de las discusiones que han surgido al respecto.
Me parece que mucho se ha dicho al respecto de un lado y de otro, pero parece que a nadie le importan realmente las víctimas. Por eso, copio, sin edición, lo que dijo en esa ocasión el magistrado.

EL HOLOCAUSTO DEL PALACIO

Carlos Betancur Jaramillo

NOTA PREVIA. Algunas de las referencias que aparecen en estas notas fueron tomadas del Diario Oficial del martes 17 de junio de 1986 (No. 37509), en el que aparece el “informe sobre el holocausto del Palacio de Justicia”, elaborado por disposición del Gobierno Nacional por los Doctores Jaime Serrano Rueda y Carlos Upegui Zapata. En dicho estudio, trascendental para el conocimiento de los hechos, está parte de la historia de la tragedia. Aunque no comparto las conclusiones de dicho informe, esto no le quita su real mérito a este importante trabajo. De ahí que los folios que aparecen en este escrito corresponden a dicho documento oficial. La mayoría de los interrogantes se hacen con base en las irregularidades destacadas en ese informe por los citados profesionales.

En Colombia no pasa nada. Y no pasa nada porque así lo requiere nuestra idiosincrasia. Por eso, para ocultar nuestros complejos de culpa, acuñamos la frase inicial, la cual debería figurar en nuestro escudo nacional al lado de esa otra leyenda que también se volvió vacía: “Libertad y Orden”.

Para muchos, ni siquiera el holocausto del Palacio de Justicia ocurrió. Y no ocurrió porque todos los comprometidos en las jornadas sangrientas del 6 y 7 de noviembre de 1985 fueron, a la postre, absueltos o condecorados. Quedaron sólo los muertos y los desaparecidos, pero su recuerdo, para angustia nuestra y tristeza de los que lo padecimos, quedó reducido a un frío dato estadístico.

No faltó quien, un destacado ex ministro de Hacienda de la época, escribiera en el periódico de El Tiempo ese fin de semana, que se habían salvado las instituciones, porque éstas, en todo caso, estaban siempre por encima de los hombres.

En ese entonces, y ahora lo recuerdo, se me vino a la memoria como una réplica muda las palabras que pronunciara el profesor español Tomás y Valiente en la Universidad de Salamanca durante un foro internacional sobre la tortura:

“No hay en el mundo nada más importante que un hombre, que todo hombre, que cualquier hombre”.

Pero bueno, la otra era la voz del “establecimiento” a través de uno de sus más connotados voceros y merecía todos los reconocimientos y hasta el silencio de los deudos para evitar que sus protestas fueran tachadas de subversión.

Y así entendí, desde ese entonces, que para nuestras autoridades lo que decía el profesor español no era más que retórica o palabrería hueca, ya que lo más importante en ese momento, para la tranquilidad de las conciencias, era el ocultamiento de una realidad que todavía nos estremece y aterra.

Después de reflexionar a través de estos años sobre los hechos que nos reúnen hoy en esta efemérides, en buena hora revivida por la Universidad, y después de recordar la defensa cerrada que se hizo del gobierno del presidente Betancur y de sus fuerzas armadas, por los esfuerzos heroicos que, según los áulicos de éstos, desplegaron para salvar la democracia, llegué a la más simple de las conclusiones: los responsables fueron los jueces, quienes, sin invitación previa, participaron en la gesta democrática organizada por el agonizante M-19, con el vacilante y parlanchín gobierno nacional como único invitado.

Conmovido por los hechos me vi obligado a iniciar la recuperación de mi autoestima, la que había quedado por el suelo, como sucedió con la de mis colegas y amigos. Todo esto porque, impresionado, terminé pensado que los únicos responsables habían sido los jueces por encontrarse en lugar equivocado.

Mientras tanto, como era de esperar, la iglesia, los partidos políticos y los gremios, multiplicaron sus voces de apoyo y de aplauso y salió a relucir lo de siempre: que todo se había hecho por el bien de la Patria; que ya no era época para reclamos y recriminaciones, porque así se le prestaría un flaco servicio a la subversión.

Y entretanto también, la justicia, ahora sí necesaria, inició tímidamente su oficio y se dejó ahogar por los gritos de absolución que nos permitiría, sin manchas, retomar el camino de grandeza que habíamos perdido. Y por eso mismo, ante esa justicia vapuleada, el Presidente quedó como un héroe legendario por haber evitado el golpe de Estado; el M-19, sediento de democracia y moribundo, aceptó las conversaciones de paz; y las fuerzas armadas quedaron erigidas como el pedestal de nuestra preciada paz. Tanta propaganda se hizo, que las autoridades, como “Boyacá en los campos”, brillaron de nuevo a la altura de los acontecimientos y habían evitado, con la fuerza de sus argumentos, que el Presidente Betancur, por sus propios medios, ingresara sumiso al Palacio de Justicia para que el M-19 lo juzgara por traición a la patria. También se nos dijo que en esos días, como lo muestra una lista oficial, se habían rescatado 242 personas. Con la rara coincidencia de que muchas de éstas, como el caso mío y el de otras 15, que salimos a las 11:30 de la noche por nuestros propios medios, ocupamos un lugar importante en tan trascendental y meritorio listado.

Y en este estado de cosas, ante la gentil invitación de la Universidad, de mi Universidad, decidí volver a hablar, contra mi voluntad, de estos temas y me vi enfrentado así quizás al momento más difícil de mi vida. Y digo esto porque después de 20 años mis sentimientos siguen presentes y vivos. Debí, por sensatez, rechazar esta invitación. Tal vez creí que las heridas habían cicatrizado. Pero, desgraciadamente, la tristeza, la rabia y la frustración siguen allí; y éstos estados de ánimo no ayudan a escribir bien.

Fui testigo de excepción. A la sazón era presidente del Consejo de Estado, y en ese carácter asistí el 17 de octubre de ese mismo año, en compañía de la mesa directiva de la Corte Suprema, a una reunión informativa organizada por la Policía Nacional. En la tarde, en la oficina 218 de la relatoría del Consejo de Estado, se nos informó que se había descubierto un plan guerrillero, auspiciado por los extraditables, para la toma del Palacio. Se nos señaló que se requerían costosas medidas especiales de seguridad (barreras eléctricas a la entrada del sótano, por la carrera 8ª; vidrios de seguridad para toda la parte externa del edificio; circuitos cerrados de televisión, rejas especiales en la azotea, etc, etc.), pero que, dado que el presupuesto del Fondo Rotatorio del Ministerio de Justicia ya estaba prácticamente agotado y comprometido, lo único que podía hacerse, mientras se implementaban esas medidas especiales, sería el aumento del pie de fuerza. Eso se convino y las autoridades se comprometieron a lograr ese objetivo, con la advertencia de que cualquier otra medida que se tomara en relación con la vigilancia del Palacio tendría que tomarse de consuno entre los Presidentes de las dos Corporaciones.

Palabras vacías, para llenar una reunión. Para sorpresa de todos, tres días antes de la toma del Palacio la vigilancia se retiró y el edificio quedó en manos de 2 ó 3 celadores de una agencia de vigilancia privada, cuyas armas de dotación parecían escopetas de cacería de un solo tiro.

Luego se dijo por la policía que esa vigilancia se había retirado por orden del señor Presidente de la Corte, Dr. Alfonso Reyes Echandía, y que tenían la prueba escrita de dicha orden. Prueba que nunca apareció. Lo que tampoco en esas circunstancias tenía importancia, porque era la palabra oficial contra la de un Presidente de la Corte Suprema, que ya estaba muerto; y en esa balanza ya se sabía quién tenía la razón.

Negué en todos lo tonos la existencia de esa autorización, ya que ésta se había tenido forzosamente que formular con mi participación. Además, resultó que el Dr. Reyes, en esos días había dado personalmente la orden de retiro de la fuerza pública, en la ciudad de Bogotá, cuando se encontraba dictando clases en Bucaramanga, por convenio con la Universidad Externado de Colombia.

La investigación no profundizó ese hecho ni tampoco otros que requerían especial atención, como la muy posible vinculación de los extraditables con el M-19, para lo cual existían una serie de indicios bastante comprometedores. Se creyó simplemente en la versión de la autoridad, avalada por algunos jueces, y su verdad quedó cubierta con el “nihil obstat”.

Se afirmó de muchas maneras, durante la investigación y aún hoy, que los del M-19 habían incendiado el edificio. Esta afirmación es, para mí, absurda, como lo es aquélla que decía que los guerrilleros le habían hecho frente a las ametralladoras de las fuerzas del orden, tirándoles con los expedientes del narcotráfico incendiados. Nadie demostró que los asaltantes, como en Irak, practicaban el suicidio para llegar por vía directa al Edén.

Un senador de la República, cuyo nombre me reservo porque empeñé mi palabra, me informó que había visto a la policía entrar al Palacio con bidones de gasolina y estopa. Esto, obviamente, fue negado por la autoridad. Pero quedó entonces flotando la siguiente duda: ¿por qué se lavaron cuidadosamente los cadáveres calcinados antes de la diligencia de levantamiento, la que, por lo demás y sin ninguna explicación, no se cumplió en el lugar donde se encontraron los cuerpos, sino en el patio del primer piso, al pie de la estatua de José Ignacio de Márquez?. (a fls 51)

Lo que dije en los días siguientes a la tragedia sobre los responsables, lo repito hoy con idéntica convicción, sin que esto implique una sentencia válida. Fue responsable el M-19, como causa primera, movido por la torpe convicción de que el poder judicial era importante en Colombia y que con esa toma se paralizaría el país. Y fue responsable también el gobierno, no por haber intentado con sus fuerzas armadas controlar la situación y restablecer el orden, sino por la forma absurda y carente de profesionalismo como se llevó a cabo, ya que todo permite inferir que el procedimiento se cumplió no para rescatar a los funcionarios, sino para aniquilar al M-19.

Ese es el quid de la situación. Y eso me hizo escribir en el periódico “El Espectador”, en el segundo aniversario de la tragedia, que los miembros del poder judicial en los días 6 y 7 de noviembre no fuimos más que un montón de basura en mitad del enfrentamiento de dos grupos enloquecidos, cuya consigna no parecía ser otra que el exterminio.

Pero el M-19 fue torpe en su decisión inicial, tal como lo reconocieron sus mismos dirigentes; para luego, como ya es de usanza en el país, terminar pidiendo público perdón por lo errores cometidos, porque sabían también, como buenos cristianos que somos, que correríamos a absolverlos y a aplaudir tan humanitario gesto.

No quiero revivir hechos históricos. Sólo, para mi propia tranquilidad, paso a formular una serie de interrogantes, con la esperanza de que alguien me los responda adecuadamente, porque durante la investigación, o no fueron respondidos o lo fueron amañada y caprichosamente. Así, entre éstos, pregunto y conmigo lo hacen muchos otros:

¿Por qué si la toma fue sorpresiva para las autoridades, éstas llegaron al Palacio como si hubieran estado esperando al M-19 a la vuelta de la esquina?

¿Por qué se retiró la guardia del Palacio tres días antes de la toma, a sabiendas de las serias amenazas de la guerrilla y de los extraditables?

¿Por qué el señor Presidente de la República no le quiso pasar al Dr. Reyes Echandía y le encomendó ese encargo al Gral. Delgado Mallarino, quien también le prestó oídos sordos a su amigo y colega en el profesorado del Externado?

¿Por qué se le disparó un cañonazo al frontispicio del Palacio?

¿Por qué para rescatar a los rehenes que estaban en poder del M-19 el día 7 de noviembre en el baño situado entre los pisos segundo y tercero, se dinamitó la pared nororiental de éste y se disparó hacia dentro sin medir las consecuencias?

¿Por qué el juez 78 de Instrucción penal militar, sin estar a cargo de la investigación y mediante oficio #1342, le pidió a Medicina Legal que entregara todos los cadáveres recién llevados a la Morgue, todavía sin identificar, porque dizque la inteligencia militar había detectado un nuevo plan del M-19 para rescatar los cadáveres de Almarales y sus compañeros?. ¿Ignoraba quizás ese funcionario que por orden de la Procuraduría ya el cuerpo de aquél le había sido entregado a su señora esposa? (a fls 53 y 54).

Se sabe que esa orden se cumplió con especial premura y fue así como se entregaron 23 de los 25 cadáveres, como se dijo, sin identificar aún. Como se sabe también que ese mismo día fueran sepultados en fosa común, por orden de la policía, como “NN”, en el cementerio del sur. (a fl 53). ¿Por qué ese afán?.

¿Qué pasó con los empleados de la cafetería? ¿Qué, con las dos guerrilleras que estuvieron en la Casa del Florero la noche del 6 de noviembre y que se perdieron como por ensalmo? Es bien sabido, además, que el Estado recibió múltiples condenas por estos hechos.

¿Por qué unos días después de los hechos trágicos, con un Palacio en ruina total por el incendio y los cañonazos, se ordenó lavar el baño trágico? Se me dijo por los empleados de la Edis, que habían recibido la orden de un oficial porque dizque estaba muy sucio. ¿No sería tal vez para borrar lo indicios que permitían inferir que los agentes del orden habían disparado, luego de dinamitar su pared nororiental de afuera hacia dentro y de abajo hacia arriba? ¿Esa fue la otra operación rescate que destacaron los investigadores?

Sobre la pared dinamitada del baño, el señor Consejero Samuel Buitrago Hurtado, militarista y de ultra derecha, quien me merece todo crédito, dijo que como consecuencia de ese tiroteo murió Horacio Montoya Gil, ilustre Magistrado de la Corte Suprema, luego de que la fuerza pública dinamitara dicha pared.

¿Por qué se quitaron las puertas de lámina metálica de los cubículos de los inodoros, que estaban en el mismo reducto? ¿Sería porque en éstas se veían claramente que los disparos se hicieron desde el exterior?

¿Por qué en la alocución presidencial del día viernes siguiente, el Presidente, para acallar las versiones de que las fuerzas armadas le habían dado un golpe de Estado virtual, sostuvo que para bien o para mal él había dado todas las órdenes? ¿Y por qué luego, un año aproximadamente después, ante un juez investigador, señaló que el operativo había estado a cargo exclusivamente de los militares y que la responsabilidad era de éstos?

¿Por qué las autoridades militares iniciaron las diligencias instructivas, para las cuales no tenían competencia, sin esperar que los funcionarios judiciales competentes cumplieran lo que legalmente les correspondía hacer? (a fl. 51).

¿Por qué en las diligencias preliminares, luego de que los militares entraron a sangre y fuego al baño del costado norte (entre el 2º y 3º piso), ni siquiera se tomaron la molestia de contar los cadáveres que allí se encontraban?

Se formula este interrogante porque uno de los oficiales que intervino en el operativo, el capitán Rafael Mejía R., orgánico de la Escuela de Artillería, en su declaración afirma que ese mismo día “al entrar al sector de los baños encontramos aproximadamente de 10 a 15 guerrilleros “totalmente muertos”, también se encontraron aproximadamente unos 5 civiles, entre ellos unas 2 mujeres y sus cuerpos estaban sin vida (a fl. 51).

¿Por qué se dijo que el magistrado Montoya Gil había muerto por fuera del baño, cuando el ex consejero Buitrago Hurtado, quien permaneció hombro a hombro con él durante toda la jornada, declaró durante la investigación que éste había fallecido cuando se dinamitó la pared del baño y las autoridades dispararon hacia adentro del mismo? En esta declaración se lee: “posteriormente… el ejército con sus armas abrió una tronera por la pared vecina a los lavamanos y allí hubo un intenso tiroteo que provocó bajas entre los rehenes”. (a fl. 46)

Otro testigo, en ese mismo sentido, cuenta que “adentro del baño no sonó ni una bala, toda la bala venía de afuera (a fls. 46). Los guerrilleros nos cuidaban y nos defendían, en ningún momento los guerrilleros atentaron contra nosotros al menos que yo haya visto”. Joaquín Pérez, otro de los testigos, en su declaración anota, al preguntársele si los guerrilleros habían disparado contra los rehenes: “yo no vi que dispararan, pero vi que la pared fue rota, porque la policía o el ejército la rompieron, yo alcancé a ver el roto y dispararon de afuera hacia dentro” (a fls. 46).

Este es, en fin, el panorama de una crónica inconclusa; un poco incoherente por la angustia que aún me queda en el corazón. No pretendo con estas palabras molestar a nadie. Sólo busco, así, aunque parezca absurdo, hacer un homenaje a las víctimas, porque por lo menos éstas merecen que las absuelvan de los crímenes que otros cometieron los días 6 y 7 de noviembre de 1985.

Pero de lo que sí estoy seguro es de que siguen vivas en el recuerdo personas de excepcionales condiciones como Alfonso Reyes Echandía, Horacio Montoya Gil, Darío Velásquez Gaviria, Manuel Gaona Cruz, Ricardo Medina Moyano, José Eduardo Gnecco Correa, Carlos José Medellín Forero, Alfonso Patiño Roselli, Fabio Calderón Botero, Pedro Elías Serrano Abadía, Fanny González Franco, Carlos Horacio Urán, Luz Stella Bernal y otras; como también merecen especial recuerdo los demás ilustres y destacados magistrados y funcionarios que perecieron en esa fecha; los que conformaban un equipo humano que el país no ha podido reemplazar del todo y cuyas muertes siguen marcando nuestra progresiva decadencia.

REFLEXIÓN FINAL. Me hubiera gustado escribir en otro tono. Pero, aunque traté de hacerlo, la realidad y mi propia angustiada convicción terminaron ahogando mi pobre vena literaria.

Para algunos, entre los que me cuento, la tragedia del Palacio dividió en dos la historia judicial del país y su ordenamiento jurídico. Antes, la ley tenía normales validez y credibilidad; el país creía en las garantías ciudadanas y los colombianos, con nuestras obvias limitaciones, sentíamos y sabíamos que estábamos en un Estado de Derecho.

Luego, todo se derrumbó en ese mes de noviembre. Los jueces, a partir de éste, parece que terminaron aceptando ser inferiores a las instituciones mismas y la ley se convirtió en un rey de burlas. La garantía del debido proceso ha venido perdiendo vigencia y, con esto, las acciones y las vías establecidas por el legislador para el reclamo de los derechos. Y hasta la nueva Carta, quizás con el sano propósito de frenar ese caos, reguló una serie de derechos que desbordaron nuestra propia comprensión, sin contraponerlos a los deberes y obligaciones correlativos; permitiendo así que la Corte Constitucional terminara pensando, quizás por influencias de un derecho foráneo no adecuado a nuestra idiosincrasia, que ya no era la guardiana de la integridad de la Constitución, sino que ella era la Constitución misma. Y por eso, dentro de su lógica, legisla, imparte justicia en todos los campos y administra.

Esto lo digo con todo el profundo respeto que me merece esa Corporación. Pero, desde mi cátedra solitaria, estimo que en este campo también nos hace falta autocrítica.

Lo único que me queda como balance, es que sigo creyendo, con Tomás y Valiente, que el hombre es lo más importante y que las instituciones se crearon por éste, únicamente para lograr su propia realización y la de sus congéneres. Sostener lo contrario, es negar nuestra propia existencia y nuestra razón de ser.

El país no se ha podido reponer de la tragedia del Palacio. Los caídos en esa oportunidad, que conformaban un grupo de juristas de excepcionales condiciones profesionales y humanas, no se han podido reemplazar del todo.

Creo, para terminar, que no podemos olvidar lo sucedido para que la historia no se vuelva a repetir.