domingo, 4 de septiembre de 2011

Apátrida

Soy pueril. Absoluta y tremendamente pueril en lo que respecta a las primeras dos acepciones que da el diccionario sobre esta palabra. De ahí que me conmuevan más los versos de "Barquito de papel", de Serrat, y me aterren y me asusten las letras de los himnos nacionales de todas partes, siempre guerreristas. He dejado aquí el video de la canción para que puedan apreciarla y entenderme. En cuanto al diccionario, pueril es esto http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=pueril

Bien, antes que comunista, soy pueril. Antes que colombiana, soy infantil hasta el tuétano. La lógica infantil es la más impecable de todas, aunque ahora, adultos, a muchos les parezca superficial y tonta. 
Yo conocí a Campanita y a Mickey Mouse antes que a Fidel Castro y a Marx. Fui feliz disfrazándome de Minnie y poniéndome las alitas del hada cuyo vestido es verde y hacía que Peter Pan volara y se le escapara al Capitán Garfio. Duermo con un tigre de peluche y mi pieza está adorada con Pequeños Ponis, Repollas y peluches. Por momentos, cuando la realidad es apabullante y es inminente que quieren matar a la persona que más admiro, me refugio en ese "Nunca jamás" personal. 
Soy apátrida porque deploro todo lo colombiano: el asesinato de muchachos vestidos de guerrillero para cobrar recompensas y la posterior frase del expresidente, justificando a los militares 'no estarían recogiendo café si los mataron'. Me da mucha vergüenza, mucha, que siendo un país que se dice moderno  tengan más derechos los nazis y los fascistas que los homosexuales y los negros. Me aterra que al finalizar la década del 20 hubiesen asesinado a miles de personas, en ese episodio que se conoció como Las masacres bananeras, que aparecen descritas en Cien años de soledad, como si se tratase de realismo mágico y ficción. Colombia es un país indolente y sin memoria que en los últimos ocho años se dedicó a señalar y a sindicar de terroristas a todos los que pensaran diferente al gobierno anterior. Siguiendo el ejemplo del primer mandatario, sus militantes, todos, nos acusan de ser terroristas porque no estamos de acuerdo con ellos. Pretenden que yo quiera al país que justifica la violencia en cualquiera de sus formas cada vez que se trate de maltratar a Piedad Córdoba, de humillarla, de ofenderla, de calumniarla. 
Yo soy orgullosamente apátrida y colombiana vergonzante. Un país que cuenta con sesenta mil desaparecidos no puede ser querido. Un país que callado permite que sus niños trabajen en las calles y se prostituyan sólo merece desprecio.  Una patria que se llame tal no permite que sus habitantes se mueran de hambre o vivan con menos de un dólar al día. 
Además, en nombre de esta nación se han cometido los crímenes más atroces y deplorables: el secuestro, la extorsión, bombas, personas mutiladas y luego asesinadas con motosierra, mujeres a las que les cuelgan un collar como bomba, burros que cargan de explosivos, violaciones a todos los derechos humanos. El otro día, en San Onofre, nos contaba una muchacha que mientras un paramilitar la violaba, gritaba ¡viva Colombia, hijueputas! Y las minas 'quiebrapatas', ¡Dios mío!
No, yo no quiero a esa Colombia, que además destierra a quienes más trabajan por ella. No quiero a la Colombia que se olvida de sus talentos y de sus muertos, que vive del odio más que de la coca y el café, que se alimenta el alma con noticias de guerrilleros muertos y celebran las masacres y la guerra cual si se tratase de logros deportivos, tal vez a falta de estos. No sé. Este es un país en el que suena la pólvora y todos saben que los mafiosos 'coronaron', lo que quiere decir que la droga que enviaron pasó a Estados Unidos o a Europa sin que hubiera tropiezos. Y nadie dice nada. Ya ni nos inmutamos. 
Aquí la gente se cree superior a los peruanos, bolivianos y ecuatorianos que porque son más 'bonitos' y hablan 'menos feo'. Aquí decir indio es insultar, y también es insulto que le digan a uno homosexual. Es insulto drogadicto, es insulto bipolar. Llaman a sus adversarios 'muertos de hambre', en vez de preocuparse por que ya no haya más gente que se muera por eso. 
En Colombia, dicen, hay diversidad de credos, pero el feísimo y maldito himno nacional habla constantemente del que murió en la cruz. Se admite la libre expresión, siempre y cuando no se exprese, porque una vez expresada, se ve uno envuelto en insultos, expatriado, señalado, vejado, no sólo por la ciudadanía, sino por quienes detentan el poder.
¡País miserable!
Y no, no me voy de aquí porque no me da la gana. Porque aquí vive mi familia, porque aquí viven mis amigos, porque aquí nacieron la cumbia, el vallenato, el bambuco y se compusieron canciones de salsa inmortales. No me voy porque aquí nacieron Piedad Córdoba y Manuela Beltrán, mis abuelos y el presidente López Pumarejo, los comuneros, los juglares vallenatos, Serpa y Samper, Rafael Uribe Uribe y su primo El Indio Uribe, Ñito Restrepo, Fernando González, León de Greiff, García Márquez, el joropo y todos los ritmos de nuestras costas caribe y pacífica y porque aunque no sea todavía 'nadie', también comparto nacionalidad con todos ellos. 
Nunca daré mi vida por este país ni por ningún ideal. No dejaré de ser niña las veces que son necesarias, no halagaré a quien en nombre de la seguridad, la democracia y la libertad mancilló esas tres cosas y atentó en contra de ellas. 
Ser apátrida en Colombia es un lujo que pocos se pueden dar.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Espinas: el periódico de mis muertos

Entré porque no tenía nada más para hacer y me encuentro con que este blog tiene cuarenta y un seguidores. También de estadísticas que me dijeron que la entrada más leída es esa de Por qué soy comunista y una carta que hice como tarea para los veinte años del Holocausto del Palacio de Justicia, dirigida a mi abuelo.
Cuatroscientas y tantas lecturas tiene la una. Nada. Y yo pensando en escribir un libro. ¡Ja!
Lo cierto es que este blog ya no tiene ningún sentido. Yo no volví a escribir para hacer catarsis, ni tampoco para punzar a la gente, ¡bah! Tonterías de cuando tenía veinticinco. 
Además es muy dañino. Cuando tenía trece años escribía en los cuadernos del colegio para hacerme la que estaba tomando nota. A mí nadie me hablaba, entonces yo "hablaba" con los cuadernos. Por ahí están, creo que los tiene mi psiquiatra, que ayer se quebró la cadera y me dejó, otra vez, hablando con cosas, en este caso, con el computador. En todo caso era menos peligroso eso de los cuadernos. Nadie me leía, sólo la Virgen de Guadalupe, según yo, y Gloria Trevi, que era ubicua y tenía un montón de superpoderes que ustedes ni se imaginan. Y no era dañino porque no estaban en la red, así, expuestos, abiertos, a la vista de cualquiera. 
Lo que pasa es que con internet, Word y esas cosas, sucede que pienso que Dios y mis muertos tienen la capacidad de leerme. Dios, en cambio, no me puede leer el pensamiento, porque ese está en la cabeza y la cabeza está sellada, si bien a veces los pensamientos viajan por el cuerpo y se convierten en enfermedades. Los muertos tampoco, por supuesto. Los muertos son enfermedades, además. 
De ahí que aquí cuente cosas que, aparentemente, a nadie le importan. Pero ahí están las estadísticas, cuatroscientos y tantos lectores interesados en el porqué de mi comunismo y otras bobadas. Así, mi abuela se entera de los electrochoques, Juan Pablo de que lo amaba, el abuelo de que Uribe dijo que era un hombre muy honorable y cosas por el estilo. Este es el periódico de la Parca. Aquí están las noticias de aquella que dejaron en el camino.