Cecilia se murió el viernes a las tres de la tarde pasaditas. Era hermana de mi madrina, Luisa María, sobrina de mi abuelo, prima segunda de mi abuela. Sí, mis abuelos eran primos. Sus mamás, Luisa y Paulina, eran hermanas; eso es algo normal y bien visto en esta región del país. Ella, Cecilia, bordó mi ajuar de bebé. Era eso que llaman una mujer hacendosa, que cocinaba, tejía, barría, trapeaba, en fin. Todo lo que yo quisiera aprender, todo lo que yo hubiera querido ser, no obstante todas las dificultades que tuvo en vida.
Titiribí es un pueblo minero que queda en el suroeste antioqueño, a unos cincuenta y tantos kilómetros de Medellín. Allá fueron a dar varios europeos contagiados por la fiebre del oro en el siglo diecinueve, específicamente a una vereda llamada El Zancudo. Muchos se enriquecieron y compraron latifundios que sembraron de café y otras cosas, y así, como Colombia era más moderna entre los veinte y los treinta que ahora porque había ferrocarril y transporte fluvial entre los principales ríos, fue prosperando. Por ejemplo, y aunque ya esté otra vez en ruinas después de haberlo restaurado, Titiribí es el único lugar del planeta que cuenta con un circo teatro y tres plazas de toros, cuando ni Madrid. El circo teatro es bien pintoresco y coloquial, muy bonito: allá daban cine, hacían corridas, se presentaban grupos de danza y teatro, en un espacio minúsculo pero con varios ambientes. Rosado, verde, rojo, ocre son los colores que destacan. Creo que fue en 2006 cuando el expresidente llegó allá para inaugurarlo de nuevo, y tal vez por eso, y porque así fue el destino del pueblo también, el circo teatro jamás volvió a prosperar. Hoy lo vi y está caído, al ruedo le volvió a crecer grama y la soledad o la falta de uso, aunque yo me inclino a culpar a la soledad, lo tiene deprimido.
Allá, en Titiribí, se murió Cecilia. Allá nació también. Allá la velaron y fue la misa por su alma, aunque allá no la cremaron, se la tuvieron que traer para Medellín porque en Titiribí ni siquiera hay muertos suficientes como para que un horno crematorio sea rentable. Cosa rara en Colombia. Por esos lados del Suroeste, cosa rara también, nunca ha habido guerrilla, si bien se engendraron dos presidentes en cuyos periodos se presentaron incidentes bélicos tan atroces que lograron marcar la historia reciente del país: Belisario Betancur, nacido en el pueblo vecino, Amagá, y Álvaro Uribe, que es de Medellín, pero emparentado con todo ese pueblo que he venido describiendo aquí. Por ejemplo, él nos hace el honor de visitarnos y lo que podríamos llamar La Alta (sociedad) empieza a murmurar que llegó "Aquel". La gente se emperifolla y se viste con sus mejores ropas y, como si fueran de peregrinaje, acuden al sitio donde está para presenciar el milagro de su existencia y de su estadía. Es como si el señor estuviera ungido o algo así. Le prestan un caballo de los más finos, con paso de idéntica adverbiación y le dan un tinto para que se lo tome montado en el animal. De todos modos Titiribí no prospera. Tamaña presencia y no llega el milagro de la prosperidad, seguramente porque no hay guerra. Y por eso Cecilia se murió pobre.
No lograba vender a un precio que le fuera favorable los exquisitos chorizos ni los pasteles e pollo que hacía. También preparaba bocadillos (de guayaba) y, aunque eran una sensación en todos los paladares, solamente le alcanzaba para mantener a su marido casi ciego y ayudar dignamente con la economía de la casa. Los Vélez y los Posada, siempre regateros y archimillonarios, le reclamaban por cien o doscientos pesos, entonces ella no les peleaba y les vendía las cositas a lo que ellos le dijeran. ¡Tanto que hay que decir de los Vélez y los Posada! Libros enteros se podrían escribir sobre la avaricia que aqueja a quien lleva esos apellidos, y que me perdonen los lectores que así se llamen, pero son idénticos todos, los de allá, los de acá, los de cualquier parte, y así no estén emparentados. Vélez y Posada, les enseñan a sus hijos desde muy niños "consigue plata, hijo, pero honradamente. Consigue plata, hijo, y si no es honradamente, no importa cómo". Ay. He ahí el porqué de tanta cosa, pero como aquí todo es calumnia, yo mejor sigo con mi prima, casada con un Vélez pero de los pobres, al que, por cierto, le dicen en el pueblo "Maleficio", pero en eso no ahondaré porque sinceramente desconozco los pormenores. De cicateros y miserables los trataba mi abuelo, pero ya dije que no voy a hablar más de los Posada y los Vélez. Racistas a más no poder. Silencio, Estefanía.
Ya hasta me da pena porque no sé quién vaya a leer esto, y entonces perdí el hilo.
Lo que pasa es que la muerte de Cecilia y su estoicismo me conmovieron mucho. Titiribí también. Hoy había un montón de señores que llegaron en camionetas, con sombrero, a montar a caballo. Ese estereotipo no me lo logro sacar de la cabeza, porque me produce un asco, un odio, algo que no alcanzo a describir y que hacen de mí una persona menos bondadosa. Hace ocho años no hubiera sentido tanta repulsión. Hace ocho años yo misma andaba por las callecitas de ese pueblo montada a caballo, con sombrero y botas, oyendo rancheras. Ahora no me soportaría así. Ahora no soporto a nadie que no sea campesino así. Y el olor a estiércol de caballo es más insoportable solamente porque son ellos quienes los montan.
Pobre Cecilia haberse muerto en plena feria de mulas en un pueblo que se volvió miserable.
Allá, me dijo mi mamá, tengo asegurada mi tumba. Que me meten en el osario donde está mi abuela con mi tío Rodrigo y su mamá Paulina, o bien con mi abuelo y su mamá Luisita. Ay no.
Lo peor es que ya se viene la feria de las flores, así, en minúsculas. Y la feria de las flores lo que hace es simular la vida de esos pueblos, pero no con sus campesinos, sino con mafiosos que recorren la ciudad a caballo con su sombrero y su poncho y el zurriago y el aguardiente. Lo peor es que ya el país exalta ese ideal y es digno de seguir para muchos jóvenes y gente pobre...
Jueputa, ya me perdí, ya no escribí nada de lo que quería.