Ahora que sé que mi círculo de lectores se ha expandido, por más que quiera hablar o decir de muchas cosas, ya no podré hacerlo. Son muchas las cuestiones que rondan por mi cabeza, muchísimas, más ahora que estoy vetada del foro de Gloria Trevi y que se han presentado situaciones en las que no he podido dar mi opinión. Sin embargo, ese es un tema, un asunto, esa cuestión ya tiene que ser dejada a un lado, tanto por mi salud mental como por el respeto que le debo a las personas que me leen. Y aunque sea ya sabido por muchos que es cosa que me ha obsesionado desde tiempos inmemoriales, no es excusa para volver este un sitio monotemático cargado con mis obsesiones.
Ya ni siquiera sé por qué abrí esto hablando de eso si vine a escribir sobre transplantes. Pero en el camino, de repente, me asaltó el sueño, como si al darme cuenta de que, al momento de empezar a tratar el tema, mi mente quisiera evadir eso y prefiriera adormilarme para que no desarrolle. ¿Será acaso que aún no supero el hecho de tener que tomarme dos pastillas diarias del tamaño de una bala para poder estar viva? Muchas veces me pregunto cómo se sentirán mis hermanos al saber que tienen una hermana transplantada de hígado. Saber que yo necesité ese transplante porque me intoxiqué con acetaminofén, en un momento en el que ya no quería vivir... aunque ese es el motivo principal por el cual transplantan hígados en Inglaterra y otros lugares de Europa, pero el hecho de que sea un motivo principal, no quita que en ellos cause algo, no sé, ¿dolor?
A mí, por ejemplo, me causa palabras que no logro encontrar. Muchas veces, cuando ingiero la pastilla que es como una bala -se llama ciclosporina, me permito recordar cómo era mi vida antes de todo esto. A decir verdad, no era tan distinta. Lo único que ha cambiado es que me tengo que tomar una dosis diaria de ciclosporina, una en la mañana y otra en la noche, aguantarme los efectos adversos que, más que molestos, son un dolor de cabeza para el mantenimiento de la belleza personal, pues hace que crezcan vellos en todos lados de manera acelerada y el costo del láser es bastante oneroso. Aparte de eso, una cicatriz en forma del logo de Mercedes Benz se dibuja en mi abdomen, misma que mi tío Germán corrigió un poco hace quince días en el quirófano. Por último, están los chequeos periódicos con el grupo de transplante hepático en el Hospital Pablo Tobón Uribe: muestras de sangre, revisión general por parte de mi médico internista y los cirujanos para que al final me digan que siga como voy.
Aún así, el saber que porto una presa vital de alguien que tuvo que morir para que yo esté escribiendo estas líneas, en síntesis y para no ir más lejos, me hace sentir incómoda y va creando encima de mi cabeza un signo de interrogación mayúsculo que apunta a cuestionarme sobre ontología, existencialismo, ética, avances médicos, reciclaje de vidas, Frankenstein, coseduras internas, el fenómeno de la vida, el de la muerte y el de los santos óleos.
Ya dije que no debía hablar de eso, pero ¿qué pensaría mi donante sobre Gloria Trevi? ¿quién era? ¿a qué se dedicaba? Sólo sé que era un hombre de 21 años y que perdió la vida en un accidente automovilístico. ¿Sabrían sus padres o esposa o quien decidiera donarlo que yo deliberadamente escogí morir? ¿qué pensarían al respecto si se enteraran de ello? ¿qué tan grande es el dolor que sienten por la pérdida de esa persona?
Recuerdo que mi mamá quiso enviarles arreglos florales, pero, por cuestiones legales, ni la familia del donante debe saber quién es el receptor, ni el receptor debe saber quién es el donante. ¿Se imaginan? Uno, que a menudo regala cosas en agradecimiento por favores médicos o de otra índole, no puede regalarle nada, absolutamente nada a quien le dio la oportunidad de la vida. Mis cirujanos reciben regalos cada diciembre, al igual que todos los médicos que por una u otra razón me tratan: el internista, la psiquiatra, el ginecólogo, el endocrino, el cirujano de las hemorroides, el otro internista. No sé, la familia de mi donante aunque sea una misa se merece. Aunque tal vez son ateos como en mi casa.
Otra cosa que me parece curiosa es que un órgano no puede tener ningún costo. Ninguno en lo absoluto. Otra cosa es que la cirugía, subsidiada en un ciento por ciento por la EPS o aseguradora, cueste 300 millones de pesos colombianos, es decir, unos 150 mil dólares estadounidenses... ¿acaso ese es mi valor como persona? Sé que no, pero a veces me lo he planteado, y si a eso le sumo el costo de las cirugías posteriores que me he realizado, más el de las pastillas que me tomo diariamente, lo más probable es que ahora esté valiendo unos 200 mil dólares, y eso porque me devalué con el transplante, ¿me explico? No soy tan buena como si estuviera nueva o sin el transplante, que viene a ser como un defecto por el cual tendría que hacer rebaja. La guerrilla, sin embargo, tiende a valorizarlo más a uno. Ellos cobran por encima del millón de dólares a la hora de un rescate, pero, ¿cuánto valgo yo si me dejo de tomar la ciclosporina allá en el monte? Lo mismo que vale un muerto.
Hi!
ResponderEliminarObvio que estoy despierta ahora 16 oct.
Esto que escribiste es asì como cuando ayer vìa telefònica intentaba decirte que una no puede programar el subconciente para estar conciente de lo que puede o tiene que pasar aunque no se quiera (mmm, nada que entiendo pues.!)
Sí cuando sucedio el accidente de esta persona no se hubiera actuado en tiempo para salvarte, al dìa de hoy yo no estarìa escribiendo aquì..
Dios finalmente determina lo que debe suceder , lo que debemos y/o tenemos que aprender.
Creo que a nadie le gusta tomar medicamento, yo soy una de ellas, pero aunque yo no quisiera terminarìa por hacerlo.
Gracias por tu escrito, me encanta leerte.
Saludines y creo que me duele la cabeza ,ah y no filosofeo, no entenderìa aùn asì jejeje.