A Colombia se la está comiendo el olvido, esa forma de recuerdo que dialécticamente describía Borges. Recuerdos borrosos, de bruma, pues son tantos los muertos, tanta la miseria, tanto lo oprobioso que hay que retener en la memoria, que de repente vamos olvidando para seguir recordando, reteniendo cada masacre que va sucediendo, todos esos actos de injusticia que, más que indignarnos, nos tienen aletargados, quietos, impasibles.
La muerte, aquí, no es esa dama benévola que nos redime de la eternidad. La muerte es la misma Colombia, y Colombia es la misma muerte. Aquí la gente se muere de esa enfermedad. Todos estamos muertos, y no muertos en vida, sino muertos del marasmo que implica vivir en este país.
Ana Fabricia sí estaba viva. Muy lejos andaba de eso que ahora nos identifica como nación; por eso mismo la mataron. Por lo mismo que amenazan y amedrentan a su prima Piedad, que también vive con intensidad. Y a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte, pero quienes estamos y aún procuramos mantener el recuerdo y salir de ese estado comatoso de ser colombianos no permitiremos que se la lleve el olvido... ni Colombia tampoco. Ana Fabricia, siempre diré su nombre y no apelaré al pronombre para recordarla, era de esa tierra querida a la que le compusieron esa canción que decía que era un himno de paz y alegría, cuyo pueblo era una oración y un canto de la vida; vibró, siempre vibró, luchó y sobrevivió hasta cuando pudo, incluso a esos tenebrosísimos ocho años del gobierno que enalteció al ejército que cometía los asesinatos a mansalva de jóvenes civiles para presentarlos como bajas guerrilleras, dio consuelo, paz, compasión y refugio a los desplazados de la vergonzosa guerra que apenas quieren reconocer, sonrió siempre con el alma ennobleciendo a las mujeres de su raza.
Ana Fabricia, como Piedad, tienen el alma del color de sus pieles. Ya la historia nos ha demostrado que las almas blancas no son las más benévolas. Negras, como el alma de Mandela y Martin Luther King, como la gente del Pacífico y de la Costa, negra como la de pocos santos... afortunadamente. Alma alegre, alma noble es el alma negra. Alma que se compadece y no sabe de la lástima, alma que busca la concordia y la reconciliación y hace viable lo imposible. Ojalá que yo, que no gozo de ser de piel negra, llegue a tener el alma de ese color y el país se tiña de él para que no pierda la esperanza. Ya se le llegó la hora al momento en el que lo malo sea blanco y lo bueno negro en occidente, pese a la desilusión y el desasosiego que despertó Obama con su invasión y sus políticas absurdas.
En honor a Ana Fabricia, a quien espero que no conviertan ni en mártir, ni en heroína, se le dará inicio a Cuadernos de la paz. Los héroes y los mártires, como lo dije alguna vez, son todos unos imbéciles que si no se hacen matar, se hacen héroes por haber matado o sufrido de cuenta de algún miserable más miserable que ellos. Y Ana Fabricia ni era miserable, ni miserables eran las personas que recibieron su ayuda. Ana Fabricia no se hizo matar, Ana Fabricia simplemente vivió y uno de esos imbéciles que quieren ser héroes de la seguridad democrática le segó la vida. Ana Fabricia no es mártir ni será santa, porque vivió la vida y también la padeció con plenitud. Ana Fabricia es y será una mujer negra y nada más: le dedicó su humanidad a las víctimas del Estado, de la guerra, de las autodefensas y de la guerrilla y terminó por convertirse en una, pero no en una más. Desafortunadamente son tantas, ya incontables, que no podemos nombrarlas a todas una y otra vez como a Ana Fabricia, pero sí en nombre de Ana Fabricia. Y en nombre de Ana Fabricia, Cuadernos de la paz se dedicará a examinar y a debatir la democracia, tomará por bandera los derechos humanos, examinará cautelosamente las definiciones que hay de modernidad, liberalismo, caridad, Estado, ciudadanía. No porque Ana Fabricia esté ahora muerta, sino porque la sentimos viva.
Me quedé pensando ¿qué es lo que me gusta de Colombia?, ¿qué veo ahora en México?
ResponderEliminarY finalmente qué color quiero tener, cuanto hay por entender!
En pleno siglo XXI no ha sido capaz la sociedad colombiana aprender de la alteridad para entender que los indios y los negros tienen los mismos derechos -¿o más?-, debiendo citar a Danilo Calamata, quien preguntaba –o escribía, algo así-:
ResponderEliminar“¿Raza?, ¿cuál raza?, si dentro del que su sangre escruta encuentra puro el hijueputa, y lo negamos todavía” (Itero, la cita no es textual)
Pues bien, “a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte” y se la llevará el olvido porque tenía menos derechos, muy a pesar del dolor de unos pocos.
@marinogiraldo