Mentira que no, qué pereza. Hablar de lapsos es tan aburrido como contestar al cómo estás de aquella gente. No sé por qué en vez no dirán hola o quiay o quiubo, o alguna cosa menos impertinente e invasiva, tan incómoda, casi colonialista. Y lo es porque hablar de lapsos, en este caso un día, es contar qué más, qué has hecho, cómo estás, me haces un favor. Eso o, lo que es peor, la relatividad del tiempo en estos tiempos, y ni que uno fuera Borges o Abad (en el otro extremo, en el subsuelo, quiero decir) para salir con “el día es la existencia” o cosa similar, yéndose por París o por La Ceja, sepa uno. ¿Sí ve? Ya estoy cayendo en eso, y que si el Sol, que si la vida, Oriente, Meca, mi mamá que está allí al frente, cruzando la pared, mñej.
Encima del día está siempre la noche, pero siempre; superpuesta, devorante y envoltoria, maternal oscuridad sin lunas que consuelen.
Durante el tercer día del motín, creo que en el último episodio de la quinta temporada, al despertarse de lo que creo que era un coma medicamentoso, Suzanne se dio cuenta. Lo repetiría para dar una referencia exacta, pero como un día antes empecé a volver a ver esa serie, ya no soy capaz
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