sábado, 17 de diciembre de 2022

Ejercicio

  Me gusta mucho diciembre, así me ponga triste. No, nostálgica.

Todos estamos hechos de estas lucecitas en los balcones. Son el plano con el que elaboraron los pilares del alma, la fibra de nuestro ser; eso que nos conecta con lo que una vez fuimos. La pólvora, ya prohibida, con las marranadas, que también. Fico, que no sé por qué se me parece tanto a mi tío reinaldo,  las prohibió. (reinaldito tan chiquito, tan chiquito tan pequeñito, tan infeliz. Shhh). 

Esa música del Combo de las Estrellas, Rodolfo Arcaidi, la de tus besos son como caramelo y la boca evoca un sabor a chicharrón, morcilla y natilla con aguardiente. Alguna que otra salsa de la última noche que pasé contigo y uno cree que eso le sale porque no es que le salga o que no le salga, sino que la mente se prepara para que uno se estructure según esos relatos

Somos seres envueltos en esas canciones, en los sabores, en cada comida, fulgurando en el ruido de los voladores, tan parecido (casi indistinguible) al de las balas. Y somos las bombas que no nos mataron, que oímos estallar o que vimos. Nubes de colores hermosos de los que se desprendían puertas, llanta y ojos; manos y orejas desde un Renault 9 verde. Como una corrida sin toros ni toreros. A mí me pareció bonito, hermoso e intenté dibujarlo pero quién sabe, a lo mejor me regañaron.

La historia borrada,  porque aquí en los noventa no pasó nada. No. Vienen a tener experiencias de capos, a impostar esas figuras que la gente de acá quiere a toda costa negar que fue, que hubo, que nos tatuó en la forma de ser y que nos esculpió como la raza de gente gonorrienta, porque en Medellín somos qué pirobos. Yo no, pero mejor me incluyo, así no tome leche y deteste los frisoles.

Yo quiero tener muchos amigos para poder ser como siempre quise.



Me gusta la navidad de la 80, la de Envigado. La gente se esmera por tener un alumbrado rimbombante y elocuente. Yo lo encuentro acogedor. 

Me gusta diciembre en Medellín porque evoco a cada muerto. Vivir es un poco ir guardándolos en alguna partecita del alma y traerlos a adornarme las tristezas. Veo a la abuela en esa mecedora y bebe Segú Olé, que va a matarla porque su tristeza era insoportable. Apenas vivió setenta y cinco años: exactamente setenta y cinco y cinco días, porque ay, ya dije, se murió. 

Allí está el abuelo que sufre porque yo me fui a la calle a ver si consiguiendo perico conseguía amigos.

Rodrigo tiene una camisa roja. Rodrigo, tan bonito, tan alto.

Ay, estallaron unas luces prohibidas. Pum. Esos balcones. 

Ojalá que en vez de cocaína empiecen a hablar de lucecitas y canciones, que diciembre es lo único que vale la pólvora.


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