domingo, 6 de junio de 2010

Breve espacio a la política

Estaba pensando que la derecha es todo lo opuesto a la energía y a la evolución: la derecha se creó, no se destruye y jamás se transforma. O no, porque la derecha por sí misma no es nada, hablemos entonces del ideario político y de quienes lo practican.
En Colombia, por ejemplo, el totalitarismo que unánimemente nos quieren proponer las mayorías ha llegado a tal extremo, que quienes somos de izquierda hemos optado por resignarnos y preferir una extrema derecha bien estructurada y decente, como el caso de Germán Vargas Lleras, o una derecha moderada, como la del profesor Antanas Mockus. Y es que, como decía alguien en una de las redes sociales que frecuento, el temor que lograron generar entre Hugo Chávez y Álvaro Uribe sobre la posibilidad de un gobierno de izquierda (ni siquiera totalitaria) es tal en Colombia y en otros países, que los empresarios y la gente más poderosa, sabemos, han hecho y harán lo imposible para evitar que algo distinto a lo que ellos representan llegue a gobernarnos. Esto fue lo que claramente sucedió en México con el caso de Andrés Manuel López Obrador (documental).
En el caso de éste, recuerdo haber sentido profunda admiración por él cuando se desempeñaba como jefe de gobierno -alcalde- de la Ciudad de México, y también durante su trayectoria como candidato a la presidencia. De repente, sin darme cuenta, empecé a odiarlo... es que ver Televisa, como dijo Carlos Monsiváis, te idiotiza. No sé en qué momento empecé a verlo como un lunático demente que sólo ambicionaba sin medida el poder. Tal vez sea porque, tanto aquí como allá, nuestros medios de comunicación, siempre al servicio de quien está en el poder y viceversa, se han dedicado a desdibujar a personajes adversos a ellos con toda la parsimonia del caso. Claro que decir desdibujar de por sí es un eufemismo, porque la palabra más precisa sería satanizar; los satanizan desmoralizándonos, menoscabando nuestro espíritu, medrando nuestro ser. Su propaganda es muy útil porque me atrevo a decir que cualquier persona es vulnerable de caer en sus trampas. Cualquiera. En mi caso, no he llegado a detestar a Piedad Córdoba porque es una persona a la que conozco plenamente: sus ideales políticos y éticos distan bastante de lo que los medios colombianos y las personas devotas del presidente Uribe quieren presentarnos como una realidad.
Hugo Chávez, por su parte, desacredita a sus opositores, los insulta, se burla de ellos, los degrada y los humilla, cuando no es que les expropia sus pertenencias o los mete presos. Eso es derecha; derecha extrema. Como es derecha lo que hay en Cuba y eso que hubo en Rusia. Para esta gente, como dije en un principio, las cosas, los conceptos, la verdad, son estáticos. En el caso de Rusia, basta con mencionar que, al igual que en Cuba, sólo es verdad lo que ellos interpretaron de Marx y de los ideólogos que vilmente tergiversaron y utilizaron para sus fines. Cualquier producto o pensamiento disímil es castigado con la cárcel u otros métodos ominosos para degradar al ser humano. Lo que sucede en Venezuela, por otro lado, es más ridículo porque el Comandante pretende hacer para sí un Bolívar socialista (por algún motivo le tiene miedo a la palabra comunista) acorde a sus disparates y caprichos; para él, erigir estatuas de asesinos consumados es hacer la revolución. Cree que matar en nombre del antiimperialismo no es matar, que son héroes todos los que, como Guevara, acribillaron y terminaron acribillados en nombre de revoluciones que en todos los casos terminaron por traicionar la voluntad del pueblo, atropellándoles sus derechos más básicos.
Los daños colaterales inconmensurables que generan gobiernos de este tipo terminan por afectar a personas como López Obrador, Mockus y otros líderes que representan alternativas en América Latina. Para personas como Uribe y Ardilla Lüle, Carlos Salinas de Gortai, Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego resultan siendo sumamente útiles este tipo de personajes. Claro, para ellos y sus propagandistas. En su obstinamiento por no dejar el poder acuden a la propaganda negra, a la calumnia, al abuso de la palabra terrorista, eso ya se sabe; pero aunque se sepa, nunca dejará de ser repugnante, y uno tiene que repetírselo para no ir a caer en sus juegos, por pura salud mental. Así, Venezuela se ha convertido en el paradigma para espantar a todo aquel que alguna vez tuvo la intención de votar por determinado candidato sólo porque al oficialismo se le ocurrió vincularlo con Hugo Rafael, Sadam Husein, sepa quién más, termina por "reflexionar" y cambiar de opinión. Del mismo modo Chávez utiliza a Uribe, a Bush, a Calderón para descalificar a cualquiera que pueda competirle en una contienda electoral.
El poder de ellos radica, más que nada, en las mayorías que los apoyan y les creen; abusan de su popularidad, y así como erigen estatuas de libertadores y revolucionarios, también edifican demonios para espantar cualquier tipo de adversario.
Algo tiene que suceder en América Latina. Así como nosotros necesitamos una derecha de transición que permita a la oposición hacerla dignamente, sin el miedo de ser perseguida y espiada, amenazada y amordazada, en Venezuela van a necesitar algo que se les parezca a lo que Chávez llama izquierda para poder llegar a un asomo de la muy utilizada pero jamás practicada palabra democracia.

domingo, 23 de mayo de 2010

La fortuna de ser desgraciada

El ejercicio al que me he sometido en los últimos días para poder producir escritura es el siguiente: dejé de asistir a mis citas diarias con mi psiquiatra y he decidido acumular y guardarme una serie de cosas que me causan dolores profundos -físicos- en el alma. Me obligo a recordar cosas atroces como ese vacío inmenso que me dejó el desamor, y yo misma lo ahondo y lo hago más grande llenándolo de posibilidades que nunca serán porque también lucho por convencerme de que nada, nadie, jamás podrá reemplazarlo a él, ni él regresará tampoco.
Que no se atreva nadie a escudriñar más allá de lo que moralmente está permitido y me llame masoquista, o sádica. Miserable todo aquel que dentro de las letras encuentre un manojo de complejos descritos por Freud o Lacan... o quien sea. Y al gélido infierno enviaría, si tuviera el poder, a todos los imbéciles que tienen por oficio hacer crítica literaria desde el punto de vista de la sociología, la antropología, lo que se ocurra.
Esas son las cosas que me han mantenido alejada de escribir. Saber que hay gente tan tarada que deduce de lo que plasmo un sinfín de cosas sobre mí que ni siquiera yo conozco, y no porque pretenda esconderlas o mi afán sea el de gritar entre líneas que padezco de los mil y un desastres mentales, ni todas esas cosas que están descritas dentro de la narratología y el sinnúmero de artificios que se han inventado para hacer de la literatura todo lo que se quiera, menos algo entretenido, emancipador, tranquilizante, algo que sirva para evadirse por un instante de la realidad y lograr compenetrarse con mundos inimaginables que se crean, a veces, sin siquiera tener la intención de imitar o de engañar. La verdad es que yo escribo con muchas pretensiones, pero nunca con la de hacer arte, y ya me harté inclusive de que me importe si es literatura o no.
Sólo sé que mi dolor es un combustible que aviva el deseo de querer expresarme, así nunca describa exactamente en qué consiste o qué me lo ocasiona, y ese objetivo se va a perder, precisamente, si sigo asistiendo a sesiones psicoterapéuticas y haciéndolo palabras, verbalizándolo que llaman.
Muchas cosas dejaron de dolerme, es decir, de importarme, desde que empecé a desahogarme con palabras salidas desde el aparato fonador y se las comuniqué a una especialista. Desde entonces es menos, muchísimo menos lo que escribo, lo que leo, lo que siento con pasión u odio absolutos cuando algo me gusta o me disgusta. Me volví pragmática y programática con mis problemas, alejándolos en el momento que conviniera, trayéndolos a cuento oportunamente, convirtiéndome en una esclava de mi propia razón.
Creo que era más grato y más esperanzador para mí esconderme en la obra de Benito Pérez Galdós que hacer un uso racional, valga decirlo, de mi razón; porque antes dejaba que la pasión se desbordara y mis instintos se apoderaran de mi afán por leer, por escribir, por crear y por creer y ahora sólo me detengo, como si fuera una máquina, ante los "errores" señalados por la academia y el correcto proceder psicológico.
Sólo espero que mis lágrimas (mismas que no he derramado) y el sufrimiento vivido en este último mes sirvan para compensar la ausencia de esos "escritos memorias, pensamientos y más cosas que se le ocurren a Estefanía, spinoziana irremediable, persona que punza a la gente sin querer queriendo, con plena conciencia pero sin hacerse responsable si alguien distinto a ella termina herido"

miércoles, 12 de mayo de 2010

Y no escribí el libro

Dos, tres, cuatro, cinco, seis... nueve, diez, once y doce. Listo. Creo que el Rivotril tiene un efecto placebo que hace efecto inmediatamente: una vez que saboreo la dosis de gotas que me tocan, con delicioso pero extraño sabor entre dulce y amargo, soy capaz de cosas insospechadas: de bañarme, por ejemplo, o de escribir.
Lo del libro fracasó. Confieso que pensaba hacerme rica (muy rica) escribiendo algo así como una novela o qué sé yo. Sin embargo me había motivado más la lectura de El Secreto y libros por el estilo, a los cuales acudo cuando ni el Prozac, ni el Zolof, ni rezar bastan para volver a creer y tener esperanzas. El caso es que no estaba escribiendo con pasión, pero sí sin compasión con el lector y conmigo, desprovista de todas las cosas que han hecho de mis escritos algo más o menos agradable para quien los lee. Fue, también, porque muchos me dijeron que escribiera, que por malo que fuera, siempre y cuando lo escribiera yo, iba a ser bueno. Creo que la lección es, si puede llamársele así, no escribir por petición de nadie, ni impulsado por otra cosa que no sea el mero afán de escribir a conciencia o inconscientemente, si se quiere.
Alguien me dijo que debo adquirir la capacidad de escribir en la tercera persona del singular si quiero triunfar. La verdad es que he visto blogs bastante exitosos llenos de una terminología que me rehuso a emplear: la palabra "post", por ejemplo, me parece que acribilla a otras que tenemos en nuestra lengua y que son mucho más bonitas. Porque post, en español, es el prefijo que indica después. Tampoco entiendo por qué al fenómeno del Twitter se empeñan en llamarlo algo así como v. 2.o, o es lo que he entendido sin querer preguntar ni ahondar en la estupidez, con el perdón de quienes utilizan esos términos en sus entradas.
Yo, en todo caso, como le dije a un amigo en la madrugada del domingo, no ostento muchos títulos como para ponerme a pontificar sobre lo divino y lo humano. Ya llevo cuatro carreras a cuestas y ninguna la he terminado. No trabajo en ninguna facultad o instituto educativo, ni hay cartones que avalen mis perfiles en las redes sociales, en las cuales, distinto a tantos, no puedo decir, con las abreviaturas que tanto me chocan, que soy ing. (sic) ambientalista, lingüista o comerciante. A decir verdad, si bien soy ciudadana colombiana, no me gusta decir que lo soy, ni tampoco votante, demócrata, beligerante, pacifista, lo que sea por parecer interesante. Sólo puedo jactarme de cosas que ya pasaron de moda como que siempre voto por el Partido Liberal en honor a mis abuelos, nada más.
Por tanto, ¿qué se podrá decir en un libro? Creo que si bien no todo está dicho, hay ya personas destinadas a decir lo que falta, y no soy yo una de ellas.

domingo, 18 de abril de 2010

Las crueldades del corazón y la mente

Ahorita pasé por un lugar cualquiera, y no había nada que me recordara a ti, salvo todo. Entonces me aventuré a imaginar que de repente alguien me llamaba "Tefa", y que volteaba y eras tú. Recreé un posible beso, un posible irnos tomados de la mano hacia el Parque del Poblado, no descarté que, por cortesía, me ofrecieras la chaqueta por si tenía frío, y un montón de cosas que pude haber hecho realidad si cambiara el pronombre personal de este texto y hubiera decidido escribirlo, para mentir haciéndolo una verdad en las mentes de mis lectores que recrean sin importarles si esto es o no cierto. Por lo menos así las cosas hubieran ocurrido, aunque parcialmente, y sólo yo en mi patética soledad sabría que no fue así.
De hecho recuerdo que otra vez quisiste llorar, y yo también. Nos abrazamos muy fuerte, por muy largo rato, y después me diste un beso en señal de consuelo.
Hace no muy poco una persona me dijo por medio de Twitter que, aunque sonara cruel, mi sufrimiento le hacía gozar. Y yo, por qué no decirlo, a veces pienso que Dios te puso en mi camino nada más para eso, para que yo, por medio de tanto dolor, pudiera recrear a los demás con lo que se deriva de todo eso y termino escribiendo. Porque sólo tú me inspiras, sólo por medio de la inmensa frustración que siento de no tenerte, de no poder siquiera tocarte, de saber que no me quieres y que ya no hay chance de nada, ni siquiera de morir -una vez más, como lo logré cuando pude, o más bien, cuando lo logré como pude- y poder, al fin, descansar de tanto amarte y de no tenerte.
Creo que fue muy cruel que me hubieras dicho que querías vivir para siempre conmigo ahorita. Lo hiciste una vez, de verdad, y lo hiciste hace un momento, en mi mente y de mentiras. A mí me parece que por lo menos dentro de mi imaginario deberías aparecer más realista conmigo y no andarme ilusionando como lo hiciste cuando estuvimos juntos. Al menos te pediría que no fueras tan hermoso, que tus ojos no fueran verdes, ni tu piel color canela. Te suplicaría no tener el cuerpo con el que suelo imaginarte, ni que me trataras con la bondad con que me tratas.
Para rematar, en esa discoteca que puso Juan Gonzalo cerca de mi casa y de la cual se alcanza a oír toda la música, sólo ponen aquellas canciones que solíamos oír juntos. Es como si ese DJ me conociera mis más crasas añoranzas y mis más profundos recuerdos. Había decidido, a pesar de mi masoquismo, no volver a oír ningún tipo de música, pero estoy considerando seriamente que, o estás allá poniéndola, o esto es una afrenta perpetrada por el mismísimo diablo.

miércoles, 31 de marzo de 2010

San Antonio

¿Creo en San Antonio o creo en la fatalidad? Yo prefiero creer en la esperanza, en las causas perdidas, en el santo de Padua, en el que da novios si lo pone uno de cabeza.
Sí, la fatalidad y el realismo me invaden. Si no he podido verlo en siete u ocho años, menos ahora, ¿como por qué? Medellín es una ciudad muy pequeña, pero yo, Estefanía, estoy condenada a su olvido y a no verlo nunca más.
O al menos a eso estaba condenada hasta el momento en el que conocí a San Antonio.
De hecho siempre he sabido de ese santo, pero de sus milagros, de sus prodigios, de sus intervenciones con Dios, sólo hace muy poco. Siento por eso que, pese a que no soy católica, al pedirle algo, no tengo nada que perder, salvo mi cordura.

domingo, 14 de febrero de 2010

Xentimiento

Aunque el día de San Valentín no se celebra en Colombia, a propósito de esta fecha quiero contar la historia de un amor muy grande, que surgió gracias al amor, como surgen todas las cosas buenas.
Todo el mundo sabe que soy hincha del Deportivo Independiente Medellín, hincha a morir, furibunda, de esas de hueso colorado como dirían algunos amigos. Lo que muy pocos saben, o quizá solamente la gente a la que acompañé aquella noche de 1989, es que yo celebré el triunfo de Nacional, nuestro adversario eterno, en la copa Libertadores. No, yo no soy hincha sandía. No tengo nada verde -si acaso, algunos dolaritos, pero de ahí en fuera, nada más. Ni siquiera la marihuana me la fumo verde para que me ponga los ojos rojos, como decía un ex novio mío, porque la marihuana jamás me ha gustado. Lo que pasa es que en mi casa todos eran y siguen siendo hinchas del Nacional: mis amadísimos abuelos, que ya se murieron, y mi tío Rodrigo, que no alcanzó a celebrar ese regalo que le hizo Pablo Escobar Gaviria a su equipo, porque un año antes, gracias a la violencia que propició en la ciudad, fue asesinado a balazos.
Resulta que yo sólo tenía seis años y poco gusto por el fútbol. Distinta a mi hermana, que podía ver partidos completos con sólo tres años, yo no soportaba más de un minuto viendo correr el balón, me aburría, me desesperaba, no le encontraba sentido, y creo que era más porque estaba viendo siempre jugar a un equipo que no me apasionaba, que porque el fútbol me pareciera abstracto. Para entonces no sabía, en realidad, que había otro equipo en la ciudad y que, pese a que no contaba con los títulos del feo verde, podía ostentar de la pasión más grande que jamás ha existido entre equipo alguno y sus seguidores. Y yo, quijotesca desde que me conozco, no sabía de la existencia de aquel séquito, ni de su equipo, como tampoco de sus luchas, sus lágrimas, sufrimientos y derrotas.
Cuando tenía ocho años, conocí a Mauro Correa, el primer hombre al que amé. Y digo amé porque no se trataba solamente de un enamoramiento infantil o un capricho adolescente, a él lo amé desde el primer momento en que lo vi con su camisa roja y azul montado en su moto y subiendo las lomas de La Cola del Zorro en ella hasta el día que conocí a Juan Pablo Ruiz, a punto de cumplir veinte, vestido con camisa blanca y pantaloneta roja. Mauro me enseñó a hacer malabares en bicicleta, quitó de su trono de emperador enano a Santiago Vázquez (hincha del Nacional, el América y cualquiera que ganara) y le dio golpes a todo el que a mí me parecía "malo". Era moreno, musculoso y corpulento desde chiquito, de ojos rasgados y brazos de acero; tenía una nariz horrible, pero, a mis ojos, era encantador. Lo idealicé de tal manera, que aún hoy los hombres de su tipo son los que me gustan, si bien él ya no despierta nada en mí, o acaso sólo recuerdos bonitos de noches párvulas jugando a las escondidas, noches intensas detrás de los árboles dándonos el primer beso, noches negras y de llanto cuando se fue a vivir a otra unidad (por allá en el 98). Como Penélope (la de Ulises y la de Serrat) me quedé esperándolo, pues prometió que regresaría para el Mundial de 2002. Como la Penélope de Serrat, por poco enloquezco y me quedo sentada en la estación esperando a un hombre que ya no era al que esperaba, y a punto estuve de quedarme una vida entera, como la de Ulises, esperando al otro, a Juan Pablo, si no es por un trabajo exhaustivo de psicoterapia y autocontrol que en el momento no viene al caso explicar.
Mauro era hincha del Medellín. Mauro era el mejor jugador en la cancha, el que hacía los goles, el que los tapaba, el que pasaba la pelota para que los hicieran. Mauro nadaba y quedaba campeón. Mauro jugaba tenis y nunca perdía. Mauro, a fin de cuentas, era como mi súper héroe encarnado en muchacho, el hombre con el que soñaba casarme y tener hijos, el que primero me despertó el deseo sexual y construyó las fantasías de esa índole en mi imaginación y mi vientre.
Para el año 2002, el Poderoso, el Deportivo Independiente Medellín, logró colarse a la fincal de la Copa Mustang en su torneo de clausura. Jugaría en Pasto el 22 de diciembre, así que tenía la esperanza de reencontrarme a Mauro en la ciudad que tanto he odiado, tan pequeña para tantas cosas, tan inmensa en cuestiones de reencuentros. Me vestí con una camisa roja y salí al Parque Lleras, a media cuadra de la casa de mis abuelos, a ver esa final. Ah, también me puse unos tenis rojos que se me perdieron en la celebración y no sé cómo llegué a mi casa, tres días después, con unos pares izquierdos. Me enamoré del Medellín y del fútbol. No, todavía del fútbol no, eso fue por culpa de Juan Pablo, yo me enamoré ese día fue del Medellín, como queriendo hacer que el amor que sentía por Mauro desembocara en algo relacionado con él y sus más puros sentimientos.
Meses después, el 8 febrero, me internaron en Alborada. A Juan Pablo lo internaron el 18, y a él también lo amé desde que lo vi. Lágrimas brotaron de mis ojos, no exagero, ni hago hipérboles para magnificar ese momento, en realidad lloré con sólo mirarlo. El porqué no lo sé, si yo no suelo llorar, mucho menos así como así, pero lloré. Y a él, como a todo el mundo, lo reté diciéndole: yo soy hincha del Medellín. Cuando me dijo "yo también, hijueputa", volví a llorar.
Ese año jugamos la Copa Libertadores nosotros. Fuimos juntos a todos los partidos, lo recuerdo bien porque ninguno de sus besos los he olvidado. Me refiero a que, cada vez que Medellín hacía un gol, él me daba uno, me abrazaba con euforia, me apretaba contra su hombro con fuerza y me acariciaba la cabeza. Los goles y las jugadas no los puedo recordar, a mí no me gustaba ver jugar ese deporte, ni tampoco estaba para hacerlo cuando tenía a ese hombre a mi lado: me pasaba los 90 minutos mirándolo a él, contemplándolo, viéndolo comerse las uñas y gritándole al equipo contrario. Recuerdo que antes de un partido con Gremio me regaló una gorra con las tres estrellas que recién ostentábamos. La guardé con más cuidado y recelo que como guardo un balón oficial autografiado por todos ellos y una camisa que regalé de Amaranto Perea también firmada por todo ese equipo.
Él se fue de la clínica, y también de mi vida. Sin embargo, la única manera de serle fiel era yendo al estadio domingo tras domingo, al principio buscándolo, después alentando al Medallo. Aprendí a ver partidos, con el tiempo los disfruté, el Medellín era desde entonces mi único y verdadero amor, al que no querría ni podía serle infiel, al cual le guardaría lealtad, amor y fidelidad eterna en las buenas y en las peores, con el único que me comprometería a entregarme en cuerpo y alma en todas las situaciones y contra lo que ni siquiera el amor de mis abuelos, ni siquiera su memoria, puede luchar. Creo que sólo el amor genera este otro tipo de amores eternos, y por eso, en esta fecha, estoy celebrando ser hincha del Campeón de Colombia.

sábado, 16 de enero de 2010

Debo escribir un libro

Estoy pensando en algo así como escribir un libro, y tengo que ser capaz, y tiene que ser para este año.
Me tengo que convencer a mí, eso sí, de que por algo se empieza, de que todo el mundo le tiene miedo a la mediocridad propia, de que no hay que haber leído todos los clásicos y la literatura universal para poder empezar, aunque creo que si uno es decente sí debería hacerlo.
Hace algunos meses, no recuerdo si antes o después de mi viaje a Europa, un brujo me dijo claramente, sin yo decirle que escribía, que sólo si empezaba a escribir veía plata. También me dijo, y en eso acertó, que no veía de cerca el amor, a no ser que me fuera pronto, muy pronto de esta ciudad. Y sí, como no me he largado, estoy sola, llevo ya siete años así y estoy harta de no tener con quién compartir tantas cosas que de repente me pasan y se me ocurren, cosas que siento, cosas que me duelen, cosas que no soporto... creo que a este paso, sólo escribiendo podré compartirlas todas, y tal vez ese sea el maldito precio a pagar por tener una escritura sana: un corazón solitario y una mente atormentada. De eso sé poco, pero creo que el alma sólo se sabe manifestar bien cuando algo en ella anda mal. Por eso Paulo Coelho es tan mal escritor, y lo son todos los de esa línea, que la gente cree erradamente que hacen filosofía cuando en realidad sueltan pensamientos a lo estúpido, sin reflexionar juiciosa y cuidadosamente, sacando frases que suelen pasar por muy profundas cuando en realidad están llenas de una superficialidad y una frivolidad tan enorme que sólo en una propaganda de Hewlett Packard, la peor marca de computadores que conozco (o bueno, una de las peores porque todo lo que sea Microsoft es más que peor) puede verse manifestada: el tipo es tan buen vendedor, que ya le vendió su alma al diablo y también es capaz de tener una línea de ordenadores que promociona sin saber de eso (al fin y al cabo ni de escritura, ni de filosofía sabe tampoco), como tiene una "línea gratuita" de frases tontas que los artistas pop hispanos idolatran, la cual se le conoce como Twitter. Su colega en estas lides y en mediocridad literaria es Deepack Chopra, otro favorito de nuestras luminarias, ya no sólo latinas, sino del mundo del espectáculo en general que utilizan este servicio.
Debo tomar en cuenta, entonces, que los más exitosos hoy en día en cuanto a lo que hago se trata, ya ni siquiera consiste en tener un estilo y una voz propios, un sentido de la estética, algunos lineamientos éticos y buenas historias en la cabeza. Si quiero vender, vender a lo grande, tengo que pensar como cineasta y reflexionar como lo haría un usurero que da charlas de cómo debe vivirse la vida, empapándome de filosofastrería universal barata, de esa que cantan Juanes y Arjona y de la que escriben los ya mencionados. Aunque eso sería tener éxito fracasando.
Yo no envidio, ni critico a Coelho porque una marca de computadores le hubiera otorgado una línea para patrocinar. Me gusta mucho la frivolidad mezclada con la decadencia, pero si a esas vamos, la que yo quisiera es la que disfrutó Capote en Studio 54 siendo el escritor de cabecera de Grace Kelly. Él se daba el lujo de ser frívolo y voraz, reflexivo y juicioso, decadente, superficial pero a la vez fino y tierno, casi profundo, muy profundo sin que pareciera quererlo, tanto que logra estremecer a cualquiera, tanto con su vida como con su obra.
Tengo que pensar muy bien las cosas y oír muchas rancheras, también mucha salsa de esa clásica que producían en Nueva York las Estrellas de la Fania. No se trata solamente de leer, aunque voy a retomar a Antonio Caballero, de quien tanto he aprendido en la vida, tanto de forma como de fondo y con quien me he identificado casi siempre.
Pueda ser que el pánico no me paralice. Pueda ser que a la hora de enfrentarme con un título no deshaga, como estoy pensando ahora que no lo tengo, todo un escrito.