miércoles, 15 de junio de 2011

Volví... otra vez

Me puse a leerme y me dio pena, sobre todo con la entrada de Lorica, que no tiene ninguna congruencia.
De todos modos las dejo ahí para acordarme del holocausto que fue mi vida durante estos meses, de noviembre hasta hace dos o tres semanas.
La verdad es que después de todo eso han pasado varias cosas: emprendí la escritura de mi libro, mismo que quedó estancado debido a que ahora trabajo escribiendo otras cosas. Espero que algún día las vean. De antemano me disculpo por haber tomado antes de su publicación el homenaje que la ex senadora Piedad Córdoba hizo de Ana Fabricia, su prima, víctima de la brutalidad del Estado, la guerra maldita que nos acecha en Colombia y, ojalá, jamás del olvido que nos caracteriza a los colombianos.
Además me cambié de casa, y aunque no creía que fuera así, el ambiente ayuda mucho para eso de la inspiración, la que no quiere llegar ni aunque la llame a gritos.
Por ahora, las espinas no están punzando, sino que han migrado a otro lugar; pero, más que espinas, se han vuelto pétalos de rosa, en algo que yo no soy porque tengo quién me las edite, es decir, quién las pode, despojándome de toda caracterización y subjetividad. No sé si eso sea bueno, pero así es el periodismo, para eso lo estudié.
Reconozco frente a todos que, salvo dos o tres cosas que escribí en este blog entre noviembre y abril, fueron cosas desastrosas. En lo personal las descalifico y las repruebo, pero es que en muchas de las veces estaba bajo efectos del alcohol. Cuando no, descerebrada por los efectos de los electrochoques, que yo misma me busqué, pues he de reconocer que mi psiquiatra me imploró para que no me hiciera ese daño. Debí hacerle caso, aunque así soy yo, pongo por encima todo el mal que pueda hacerme e ignoro todo aquello que me haga bien. Ya estoy trabajando en eso.
Como esto es una pauta que marca mi regreso, no quiero abundar en reflexiones ni esas cosas. Solamente avisar a mis lectores y a los amigos preocupados que me encuentro bien, bastante bien, a pesar de todo lo que me costó levantarme. Quizá porque en el fondo sabía que algún día saldría de ese hueco que era la vida miserable que yo misma me había labrado, no llegué a suicidarme. Tal vez es porque ahora me aprecio y me valoro un poquito.
Hubo gente inescrupulosa que osó meterse con mi trasplante hepático, seres mezquinos que se burlaron por mis padecimientos mentales pero que nunca supieron argumentar nada. Ojalá algún día entiendan que hacer mofa de esas cosas es tan cruel como burlarse de quienes padecen sida o cáncer y que, por el bien de lo que dicen ser, dizque liberales, socialistas, librepensadores, defensores de derechos humanos y demás, omitan eso y dejen que emerja el verdadero ser que tienen por dentro, para que no desprestigien a nuestros líderes y mucho menos a nuestras causas, las que sí considero sagradas. Paz en sus almas deseo, y a Dios le doy gracias por no haber permitido que yo reaccionara de la misma manera que ellos. No me considero su víctima, muy por el contrario, creo que esas mismas personas son las que necesitan atención especial, incluso más que yo.
Les agradezco el que me sigan leyendo y dispensaran tanta locura, tanta borrachera... ya esto aquí parecía una cantina, aunque bueno, no como las que a mí me gustan.

jueves, 9 de junio de 2011

Ana Fabricia y el recuerdo

A Colombia se la está comiendo el olvido, esa forma de recuerdo que dialécticamente describía Borges. Recuerdos borrosos pues son tantos los muertos, tanta la miseria, tanto lo oprobioso que hay que retener en la memoria, que de repente vamos olvidando para seguir recordando, reteniendo cada masacre que va sucediendo, todos esos actos de injusticia que, más que indignarnos, nos tienen aletargados, quietos, impasibles.
La muerte, aquí, no es esa dama benévola que nos redime de la eternidad. La muerte es la misma Colombia, y Colombia es la misma muerte. Aquí la gente se muere de esa enfermedad. Todos estamos muertos, y no muertos en vida, sino muertos del marasmo que implica vivir en este país. Ana Fabricia sí estaba viva, pues muy lejos andaba de eso que ahora nos identifica como nación; por eso mismo la mataron. Por lo mismo que amenazan y amedrentan a su prima Piedad, que también vive con intensidad. Y a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte, pero quienes estamos aún procuramos mantener el recuerdo y salir de ese estado comatoso de ser colombianos no permitiremos que se la lleve el olvido... ni Colombia tampoco.

Negra, por favor, negra



A Colombia se la está comiendo el olvido, esa forma de recuerdo que dialécticamente describía Borges. Recuerdos borrosos, de bruma, pues son tantos los muertos, tanta la miseria, tanto lo oprobioso que hay que retener en la memoria, que de repente vamos olvidando para seguir recordando, reteniendo cada masacre que va sucediendo, todos esos actos de injusticia que, más que indignarnos, nos tienen aletargados, quietos, impasibles.


La muerte, aquí, no es esa dama benévola que nos redime de la eternidad. La muerte es la misma Colombia, y Colombia es la misma muerte. Aquí la gente se muere de esa enfermedad. Todos estamos muertos, y no muertos en vida, sino muertos del marasmo que implica vivir en este país. 


Ana Fabricia sí estaba viva. Muy lejos andaba de eso que ahora nos identifica como nación; por eso mismo la mataron. Por lo mismo que amenazan y amedrentan a su prima Piedad, que también vive con intensidad. Y a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte, pero quienes estamos y aún procuramos mantener el recuerdo y salir de ese estado comatoso de ser colombianos no permitiremos que se la lleve el olvido... ni Colombia tampoco. Ana Fabricia, siempre diré su nombre y no apelaré al pronombre para recordarla, era de esa tierra querida a la que le compusieron esa canción que decía que era un himno de paz y alegría, cuyo pueblo era una oración y un canto de la vida; vibró, siempre vibró, luchó y sobrevivió hasta cuando pudo, incluso a esos tenebrosísimos ocho años del gobierno que enalteció al ejército que cometía los asesinatos a mansalva de jóvenes civiles para presentarlos como bajas guerrilleras, dio consuelo, paz, compasión y refugio a los desplazados de la vergonzosa guerra que apenas quieren reconocer, sonrió siempre con el alma ennobleciendo a las mujeres de su raza.


Ana Fabricia, como Piedad, tienen el alma del color de sus pieles. Ya la historia nos ha demostrado que las almas blancas no son las más benévolas. Negras, como el alma de Mandela y Martin Luther King, como la gente del Pacífico y de la Costa, negra como la de pocos santos... afortunadamente. Alma alegre, alma noble es el alma negra. Alma que se compadece y no sabe de la lástima, alma que busca la concordia y la reconciliación y hace viable lo imposible. Ojalá que yo, que no gozo de ser de piel negra, llegue a tener el alma de ese color y el país se tiña de él para que no pierda la esperanza. Ya se le llegó la hora al momento en el que lo malo sea blanco y lo bueno negro en occidente, pese a la desilusión y el desasosiego que despertó Obama con su invasión y sus políticas absurdas.


En honor a Ana Fabricia, a quien espero que no conviertan ni en mártir, ni en heroína, se le dará inicio a Cuadernos de la paz. Los héroes y los mártires, como lo dije alguna vez, son todos unos imbéciles que si no se hacen matar, se hacen héroes por haber matado o sufrido de cuenta de algún miserable más miserable que ellos. Y Ana Fabricia ni era miserable, ni miserables eran las personas que recibieron su ayuda. Ana Fabricia no se hizo matar, Ana Fabricia simplemente vivió y uno de esos imbéciles que quieren ser héroes de la seguridad democrática le segó la vida. Ana Fabricia no es mártir ni será santa, porque vivió la vida y también la padeció con plenitud. Ana Fabricia es y será una mujer negra y nada más: le dedicó su humanidad a las víctimas del Estado, de la guerra, de las autodefensas y de la guerrilla y terminó por convertirse en una, pero no en una más. Desafortunadamente son tantas, ya incontables, que no podemos nombrarlas a todas una y otra vez como a Ana Fabricia, pero sí en nombre de Ana Fabricia. Y en nombre de Ana Fabricia, Cuadernos de la paz se dedicará a examinar y a debatir la democracia, tomará por bandera los derechos humanos, examinará cautelosamente las definiciones que hay de modernidad, liberalismo, caridad, Estado, ciudadanía. No porque Ana Fabricia esté ahora muerta, sino porque la sentimos viva.





jueves, 21 de abril de 2011

Lorica

No sé qué río bañará a Lorica, ¿será el Magdalena? Ay, muchos ayes, eso es lo que me producen Google y Wikipedia, no quiero buscar. Mis lágrimas son suficientes. El río que moja a Lorica es dulce, mis lágrimas no, ni mi alegría tampoco.
A orillas de ese río estábamos, hablando de Andrés Manuel López Obrador yl Ebrad, ponderando a quién apoyar. Yo siempre me he inclinado por López Obrador, a pesar de todo. Y ella también se inclinó por él. El otro, me dijo sin casi conocerlo, no tiene reconocimiento popular. ¡Apoyemos a López Obrador! Aún no surgía Morena, pero, Dios Santo, yo era amiga de una vieja nominada al Nobel de Paz. Más que eso, era amiga, parcera, carnala, así nos decíamos. Y oh, Dios bendito, bendita me sentía yo en esta tierra del Señor. ¡Apoyemos a López Obrador! Pues ni modo que a alguien más, yo no necesito preguntarle a ella a quién apoyar, de antemano lo sé, la conozco, la he seguido por años.
Allá en Lorica me habló de Zapata Olivella. De repente, hasta Ebrad, todos se llaman Manuel. Es el maldito José Cuervo Reposado, peor que todos los tequilas de este mundo... Lorica, que pareciera una abreviatura de García Lorca, de quien apenas sé, porque se le aparece a Chavela Vargas, porque vi su casa en Granada. Federico García Loca, con mucho respeto, le dicen algunos amigos que estudiaron en el falangista Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Almas jóvenes, ojalá no caigan allá, donde hace treinta años no dictan una cátedra de Marx. Ni de Sartre. Sólo Freud es presentado como un gran pervertido y Heidegger como un gran humanista. No odio ni admiro a ninguno de los dos, pero tomen en cuenta estas cosas, más que Kant exaltaba a los arios. Mi papito, que es rector de esa Universidad, no teme en asegurar que el Instituto de Filosofía, es el Instituto de la derecha. Y yo, por experiencia lo digo, enseñan más de izquierda en la Escuela de Derecho de Eafit que en ese instituto, Bendito sea el señor. Es mejor mamarlo por una bolsa de arroz, o comprar José Cuervo Reposado, que es lo mismo. Ustedes verán.
En Lorica, pueblo hermosísimo, adoran a Piedad Córdoba. En todas partes de Colombia, más que al mismo ex presidente, Álvaro Uribe, a quien Dios encomendó para todas las tareas. Alvarito el máximo sólo es querido donde el paramilitarismo ha hecho presencia, y no querido, obligado a ser querido, pero, más que eso, obligados todos a amar a Álvaro, el Redentor.
Ay, pero ni en Lorica ni en ninguna parte de Colombia la gente es boba, pese a lo que yo odio a Colombia. Un imbécil le escupe a Piedad en los aeropuertos y ya es cosa generalizada. No señor. A Piedad, literalmente, se le venera en cualquier parte de este maldito país. Desde la Guajira hasta el Amazonas, y en Brasil se le tiene como a una mujer luchadora y noble. Ya empiezo yo a dudar de las cosas que dicen de los grupos subversivos como las Farc o el Eln en cadenas nacionales que, de razón, andan bloqueados.
En Lorica acordamos, con condiciones, que Bolívar era un hijueputa. Pero ella no quería problemas y yo los saco de ellos. Fue Zapata Olivella quien dijo: para que te acuerdes de tus olvidos, Simoncito. Chávez quiere a Bolívar y ella a Chávez. No soy quién para recordarle tales cosas. Vamos con López Obrador, eso es lo más importante. Si Uribe, tan estúpido, apoya a Peña Nieto, mejor. ¿Qué líderes ha de tener el PAN? Y peor, juntar al PAN con el PRD es refundar al PRI. Total, aunque Ebrad lidere los derechos homosexuales, es mejor Andrés Manuel, que no lo dude nadie. Eso, sin embargo, lo ha de decidir un México que eligió a Fox y a Calderón como "cambio". Santa Madre de Guadalupe, de Cova de Iría, de todos los lugares del mundo.
Por la prosperidad económica habremos de elegir, los mexicanos de bien, a un panista o a un priiista, jamás a un perredista, ni Dios lo quiera. Se visten de amarillo por desesperación, no de rojo, como deben, porque es del diablo. Madre Santa
Y Piedad, destituida, con Andrés Manuel y sus juventudes. Señora loca, ¿adónde irá a parar? Y Chávez, y Fidel, tan alejada de los cánones de Televisa y de RCN, infortunada señora que ha decidido, con una ex amiga, apoyar a López Obrador, ¡negra tenía que ser! ¡Mulata de los mil demonios!
Y Tefa llore que llore. No ha comprendido por qué su carnala del alma ya no le habla. Ay Tefa. Mátate Tefa. No existas más. Piedad ni piedad siente por ti.

domingo, 17 de abril de 2011

Política, Perogrullo y patria

Carísimo lector, de quien nada sé pero quien de mí ya casi todo lo sabe, al menos lo que yo he permitido:
Aprovecho que es hoy el cumpleaños de Chavela Vargas, quizás el último aunque no lo quiera de ese modo, para escribir esta entrada. Tan egoísta soy, es verdad, que al menos quiero conocerla, hablar con ella, antes de que se muera.
Si ha habido falta de material durante este mes en el blog es porque me he dedicado de lleno a tres cosas: a leer, a beber y a escribir. En tal orden, no de otro modo; y que no ose nadie contradecirme porque lo dicho aquí, si no escrito en piedra, está escrito en bits. Si no me creen a mí, consulten en Wikipedia, que a esa, sí, todo se lo creen, nada más porque buscaron una palabra en Google y al primer lugar que los llevó fue a ese. Entiendan, pues, que lo escrito en bits, en estos tiempos, pesa más que la mismísima piedra, medio en el cual ya nadie escribe y por eso la invocan tanto... así será con esto algún día, aunque ya estemos asistiendo a él "lo dice Internet". Todos creen. Llegado a este punto, no entiendo entonces cómo llegué siquiera a pensar que iban a dudar que me he dedicado a beber, leer y escribir. En fin. Desconocidos son los caminos que nos llevan a la escritura, que no son como aquellos que conducen a Roma, todos a Roma, sin pierde, mientras que los míos, que jamás he ido a Roma, me conducen a un lugar totalmente desconocido. Un surrealista me dirá que así actúa el inconsciente, o el subconsciente, ya ni sé de tanto que me los han manipulado.
Me he empeñado, sin éxito, en conseguir la redención de los cielos. Dios no está allá, Dios anda acá, pero no sólo acá, también en otros lados, no en donde se le necesite, sino donde nació, que es en todos lados. Sí, anda por Libia, anda por Costa de Marfil y anda también en donde menos se piensa, que es en el Vaticano, lugar plagado de pecados y sin perdón de Él. Ja, y luego dicen que no hay mal que dure cien años, cuando, para el Vaticano, cien años son como dos para Chavela Vargas: nada, si se toman desde su juventud, porque todo lo serían si fuesen los últimos. Mala analogía. Pobre Chavela. Ahora es cuando recuerdo que mi abuela Betsabé, de 94, me decía "mija, si yo tuviera plata, compraba años, años y más años". Pero el Vaticano no es una persona, no es Chavela Vargas ni es mi abuela Betsabé, quien tanto le donó, no. El Vaticano es un mal que lleva milenios haciendo daños. ¡Ay! y mi abuela en ese mismo renglón. De todos modos y olvidando los males, que no me corresponde a mí, en todo caso, juzgarlos, no he conseguido redención de los cielos, como empecé este párrafo. Intenté amar a mis enemigos y esas cosas que los mártires de todas o casi todas las religiones que he practicado profesan. He sido tolerante, abnegada, resignada. He sido buena, si esa palabra es precisa para nombrar y compilar en una sola todo lo que he sido. Pero, lo pueden ver ustedes mismos, de los mismísimos cielos sólo cae lluvia, a veces granizo, en algunas partes nieve. Dicen que en algunos países caía gente, por allá en el sur, cuando comandaban Pinochet y otros tantos, pero esos se caían de los helicópteros, y no era precisamente que se cayeran, ¡los tiraban! Lluvia, lluvia y más lluvia, y de la lluvia vienen acompañadas las desgracias, o mejor al revés. Desgracias como el frío, por ejemplo. No voy a referirme, ni mucho menos, a esas que sufre la plebe, que yo no sufro, porque ni se me han inundado mis cultivos, ni se me ha caído la casa. Que de eso se encarguen los que hacen caridad, ya que ni siquiera el Estado puede o quiere, parece ser esto último. Es el problema de ser capitalistas, todo lo dejamos en manos de la empresa privada, y esa, esa sí tiene con qué pagar hasta seguridad privada y ordenar masacres por todo el país. Tan linda que es mi patria. Me refiero a México, aunque esa esté igual de jodida. O ya uno no sabe. Puede estarse hablando de México como de Colombia y la única diferencia es que allá hacen tequila y aquí lo venden carísimo, malditos tratados de libre comercio que no llegan, benditas rancheras que sólo a pensar en tequila me ponen a mí. Si supiera Chavela Vargas que al oírla hasta José Cuervo reposado he comprado en mi desespero, le cobraba regalías a esa empresa. Pero no sé, no la conozco, ya dije que espero conocerla antes de que se muera... ¡tanto le deben los estanquillos, las destiladoras y las licoreras a las rancheras en este país! Esta vez, por país, quiero decir Colombia. Patria es México. Paria es Colombia. Fíjense, sólo las distancia una te, que es la te de Tefa, que soy yo. Yo soy lo que soy como la diferencia que hay entre México y Colombia. Ah no, pero del cielo sólo cae lluvia, no pasajes que me lleven hasta el Aeropuerto Benito Juárez. O si las ideas y las intenciones todas fueran del tal Perogrullo, a quien tanto parafraseamos todos los humanos "la vida es una sola", y del mismo modo, Perogrullo fuera el ideal de mis papás y este hubiera dicho: mandemos a Estefanía para México. Que todos, así como dicen que la vida es corta, que vivamos el ahora y esas cosas, repitieran: manden a Estefanía para México, mandémosla, démosle con qué. Y Perogrullo sea Dios, que, al fin y al cabo, llega a ser verdad porque todos dicen "es verdad de Perogrullo". Qué hombre sabio, ¿por qué merecerá el odio de los filósofos, el repudio? Y no sólo de filósofos, también de ignorantes, que estos con el mismo derecho van diciendo que las verdades que decimos son de él, ya ni siquiera de Nietzsche o Kant. ¡Ni de la Biblia! No, son de Perogrullo. Bueno, entre los que se llaman a sí mismos filósofos y los ignorantes no hay mucha diferencia, quizá sean una misma cosa, al fin que sin ignorancia no habría filosofía porque del no sé, se llega al yo sé y eso tan de... lo debió haber dicho Perogrullo, ¿quién más? La dialéctica, señores míos, la dialéctica, y la dianética también. Las palabras no se van pareciendo entre ellas así como así, como patria y paria, Colombia y México. Violencia. Es una misma cosa, ¿van viendo? Letras, infelices letras son lo que las van distinguiendo a unas de otras. Eslavo se parece a esclavo, que me diga un filólogo si no, algo tendrán de hermanas, aunque no el color, al menos no en mi paria que es Colombia, donde los esclavos son y eran negros, mulatos e indígenas. Traidor y traductor en otra lengua son casi idénticas. Yo de lenguas no sé nada, la mía me la vivo mordiendo, frase, ha de ser esta, también del tal Perogrullo, Dios se nos está muriendo entre tanto nombre y tanta cosa, ¿será que es a Él y no a Perogrullo a quien acudimos en nuestros momentos de desesperación? La lluvia cae y sólo Perogrullo está presente para afirmarlo sin ninguna pena: la lluvia cae, pero no sólo eso, también moja, y peor aún, a todos por igual. Verdad es, no mencionemos de quién, pues ya se sabe, esta sí tiene dueño. Y el sol, ese, también nos quema y nos alumbra a todos por igual.
¿Qué es una letra? Lo mismo que un átomo. El tantalio es lo mismo que el hidrógeno, sólo los separan átomos, como ya dijimos de patria y paria. Y eso, señores, que a los átomos no los vemos, demos gracias al Señor de que a las letras sí y por eso el que es paria está condenado a vivir como tal y a la patria se le respeta. Ahora, que el tantalio es diferente del hidrógeno, eso lo sabe cualquiera que haya tenido experiencias con estos elementos de la tabla periódica, pero, por favor, no olvidemos que son átomos lo que los diferencian, como no sé que cosas del ADN diferencian a un primate de un ser humano, y tal vez por eso, sólo por eso, la oleada de violencia que azotan a México y a Colombia sean tan parecidas, aunque no idénticas, y se justifiquen, es decir, porque a un ser humano sólo lo diferencia del primate el ADN. Felipe Calderón, Fox, Santos, Uribe, ellos han de saber más de eso, por eso nuestros países son lo que son ahora, gobernados por primates, asesinados por primates que nos creen primates y se amparan en eso.
Ay, pero tequila, entre patria y paria hay las letras te y ere. Así que no solamente es la te de Tefa, es la ere de Ricardo Salinas, ¿vas viendo? Así nos vamos diferenciando. Tv Azteca no es lo mismo que RCN, increíblemente es peor. Y peor que todas, es Televisa, con te de Tefa, Tequila y Trevi, ¡qué atrevimiento! Palabras tan hermanas y tan bastardas al mismo tiempo, han de ser madres naturales, de una sola, de una puta, ¡hijas de puta! No ellas, las palabras hermanadas, aclaro, aunque es lo mismo.
Algo habrá con ce de cabrona, como por decir, Córdoba.


viernes, 25 de marzo de 2011

Nota aclaratoria

La anterior entrada, Alborada (fragmento), es apenas un esbozo de lo que podría llegar a ser mi primer libro, aún no lo sé. En este blog no se seguirán publicando los capítulos siguientes, al menos no por el momento.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Alborada (fragmento)


Sintió algo así como sueño, como cansancio, algo de frío. No quería, no podía moverse, entonces me mandó a mí que soy ella cuando no quiero ser yo a redactar, porque, si desenmarañamos ese jueguito de palabras, no es más que una misma dictándose a sí para que la otra escriba. ¿Será que eso le agrada a la doctora? ¿y a los compañeros y profesores de filología? ¿a los de filosofía? ¿qué innovación es esa? ¿es innovación?
Lo que pasa es que le cuesta mucho no escribir en primera persona, en "Yo", como le dice a sus amigos más cercanos para explicarles que salirse de su personalidad y contar historias de otros le resulta imposible. Desprenderse de ese pronombre, que no de su ego porque a duras penas lo tiene (y está atrofiado), le hace creer que lo que escriba perderá toda pasión, veneno, miseria, angustia y soledad.


Como yo, aprendió a escribir en un diario. Cuando yo era ella o ella se convertía en mí, nos dedicábamos mañanas y tardes enteras a describir lo que sentíamos, de nuestras angustias, la menstruación y ese tipo de cosas que suelen atormentar a una niña de trece años. Así empezamos y aquí estamos, intentando crear nuestra primera novela, o ensayo, o autobiografía, cuento, reportaje, como le quieran llamar. Ya ven, para los filósofos nada es filosofía, para los literatos nada es literatura, y menos si no hay ficción de por medio. ¿Pero, qué van a saber ellos qué es ficción y qué no? Muchas veces he leído cosas escritas por mí que luego me parecen inverosímiles; sin unicornios, sin sirenas, pero bastante fantásticas.
Por ejemplo, escribí amigos. Estefanía no tiene alguno desde que fue recluida en ese lugar en el que toman vida (aunque allí la muerte se lo tomó todo) los hechos que se relatarán en esta historia. Digamos, más bien, que se trata del lugar en el que se desarrollan algunas de las escenas que trataremos de describir -porque escribir que yo escribo es pretencioso. Advierto, eso sí, que como nos embutían litio, Rivotril, Valium y un montón de drogas psiquiátricas cuyos nombres no logré retener durante mi estancia de dos años en Alborada, los hechos, por el bien de la literatura, los pacientes, la psiquiatra, los operadores y las señoras que aseaban la clínica no tienden a ser muy precisos. Se verán afectados, creo, por lo que yo creo que pasó, por algo de ficción y de recursos retóricos, como también por la demencia que me acecha cuando recuerdo los momentos vividos durante aquellos años, y también por un poco de memoria, que es esa, finalmente, la que le dará el toque artístico a todo esto.
No, nunca he leído a Foucault. Ni siquiera he llegado a hojear algún libro suyo. Tampoco a Nietzsche, ni a Deleuze, ni a Freud, ni a ninguna autoridad académica. Pese a que me matriculé en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia en 2001, recién me gradué como bachiller, sólo recuerdo haber leído La Apología de Sócrates y Las Nubes, de Aristófanes. Lo que sé, lo muy poco que sé, fue porque ponía atención en clase, sin tomar nota para no perder el hilo. Leer filosofía es demasiado complicado para mí, y entenderla se me hace imposible. Aún así logré ganar varios semestres con muy buenas notas, y no porque hiciera trampa en los exámenes o el nivel académico de la universidad fuese mediocre, sino que, como dije, ponía atención en clase y era muy sincera, lo bastante sincera como para admitir frente a mis compañeros que se creían la promesa de esa materia y el futuro de la humanidad, que eso de leer a Aristóteles era como leer a Cantinflas, sólo que don Mario era más entretenido.
Y es que resulta que a dos meses de haber comenzado mi primer semestre, me vi rodeada de circunstancias que sólo ahora logro comprender. No, lo que logro comprender es por qué no terminé filosofía, ni derecho, ni ninguna de las carreras que he empezado. Mi abuela Lucinés, la que me crió y sin haberme parido me dio la vida, tenía un cáncer de páncreas por el cual la desahuciaron. Yo vivía con ella, yo vivía por ella, ella y yo éramos partes de dos mitades que se complementan. Y ya desde niña, cuando empezaba a escribir, también empezaba a beber. No me fue difícil entonces dedicarme a esto último, lo hacía todos los días después de clase al frente de la Universidad, en un lugar al que todos conocen como Bantú. A decir verdad, para mí fue el paraíso ver que mis compañeros, casi todos unos parásitos "gotereros" (así los puso mi abuelo) estaban dispuestos a seguir mi ritmo de vida y de algún modo acompañarme para perderme. Tomábamos un vino llamado Tipicalísimo cuya garrafa valía menos de un dólar, pero con el tiempo, fue hastiándonos con su sabor, así que le echábamos Halls y cerveza para modificarlo un poco. Como mis papás y mis tíos estaban pendientes de mi abuela, a quien no fui capaz de ver sufrir en sus últimos meses, yo entré un descontrol y en una decadencia exquisita, dignos de ser reseñados en otra historia, por otro autor. Al menos eso me han dicho.
Mi abuela se murió el 15 de agosto, cinco días después de haber cumplido sus 75 años. Cuando llegué a la casa, ya borracha, saludé a todos, lloré y llamé a mis amigos más entrañables de ese entonces, mis compañeros del colegio durante el grado once, y les pedí que me llevaran a beber a algún lado. Todo era beber. Por cualquier cosa.
Hay algo que siempre me ha sorprendido en mí. Desde que tenía diez años, anhelaba con toda mi alma ser algún día en algún manicomio o clínica de rehabilitación y terminar con mi hígado a punta de alcohol. No quería ser ni médica, ni filósofa o abogada, ni siquiera princesa. Quería crecer y ser loca y alcohólica. Esos sueños, por llamarlos de algún modo, todos, se convirtieron en realidad. Tal vez si en ese entonces hubiera fantaseado con casarme y tener hijos, una profesión, algo así, no lo hubiera conseguido con la exactitud que conseguí esas otras cosas. Es más, ya a mis 22, aunque no por beber sino por otras cosas, había logrado que me transplantaran el hígado. Y para cuando tenía 22, ya había pasado por unos cuatro manicomios y una clínica de rehabilitación. En términos religiosos, es como si el Diablo escuchara todas mis plegarias y Dios se hiciera el bobo. Algo así. Aunque prefiero creer que Dios estima tanto el sufrimiento, que es el rubro espiritual, que algún día seré compensada a la inversa. No puede ser que las oraciones de una niña de diez años, sin conciencia de lo que iba a ser su vida como la estaba pidiendo para entonces, sean más poderosas que las súplicas de una mujer de 20 ó 28 años a la que nunca se las atendieron. No, yo no me voy a quejar de Dios. Yo misma me labré mi destino, nada de eso fue culpa de Él. Nada es culpa de Dios. Ay, a los diez años todo eso me parecía tan atractivo, tan halagador, tan emocionante... cuando todas mis compañeras del colegio estaban aprendiendo a maquillarse, yo hacía un gran esfuerzo por volverme adicta al cigarrillo. Y luego, luego al alcohol, porque es que todos los borrachos de mi familia me parecían fantásticos. Ah sí, también soñé con ser mendiga y por unos meses lo conseguí.
Es esta entonces la historia de la consumación de ese anhelo de estar algún día en una clínica de rehabilitación.

Nota aclaratoria: La anterior entrada es apenas un esbozo de lo que podría llegar a ser mi primer libro, aún no lo sé. En este blog no se seguirán publicando los capítulos siguientes, al menos no por el momento.