jueves, 17 de julio de 2008

Reciclando I

Como últimamente no he tenido el tiempo para dedicármele a este blog, empezaré a publicar trabajos que hacía en la Universidad. Yo en derechos de autor no creo, como tampoco en ideas genuinas; por tanto, si es del gusto de alguien copiarse para sus tareas o trabajos, el mundo de las ideas es muy vasto y las mías son, por lo general, bien aceptadas dentro de un cúmulo de profesores que son serios. Soy comunista también con esto del pensamiento, porque me puede más lo platónica, porque a veces a uno le cuesta trabajo tener diligencia o voluntad. Dicho esto, pondré a continuación lo que amenacé al comenzar este párrafo...

23 de marzo de 2007

Situada en el balcón de un apartamento en el decimonoveno piso de sepa dios qué edificio en Roosevelt Island, miraba cómo el sol se iba desvaneciendo mientras que una, dos, tres, diez, mil luces se encendían en los rascacielos de Manhattan. “Debajo de cada bombillo encendido hay una crónica, una historia, una tragedia, una trama qué contar”. Claro, siempre quise escribir eso, nunca había tenido la ocasión, menos allá, que las musas se me aparecían sin llamarlas y me atormentaban, me purificaban rogándome que escribiera acerca de cada sensación y cosa que veía, pero yo no llevé entonces mi libreta. Ahora que leo y me toca escribir con respecto a esa idea de universalidad versus totalización o totalizante de Pierre Lévy, ahora que estoy apurada para entregar un parcial, las mariconas no se aparecen, porque es que hasta pinchadas resultaron conmigo: ¡no les gusta sino Nueva York! Tarea titánica aquella de llamarlas a gritos cuando trabajaba en las instalaciones de El Mundo, eso que parece un galpón para humanos…
De todos modos creo que me han socorrido. Los bombillos encendidos me han dado luces (y no es esto una redundancia) para decir lo que necesito y salir de una vez por todas de la imagen de las lucecitas y el montón de historias que se encienden cada vez que un botón (¿suiche?) es apretado.

Mi pensamiento no fue descabellado. Efectivamente se puede escribir una historia, una crónica, una novela, la Comedia Humana de una vez por todas gracias a la aparición de la Internet, una vez que se enciende un computador, una vez que se conecta, e inclusive si no lo hace, a “ese maravilloso baño en el que nos estamos zambullendo” y bla, bla, bla, que tampoco se puede ser tan optimista y efusivo con el cuento, ni tan trágico y fatalista como Saramago, cosa que trataré más adelante.

Lo mejor de todo es que no tiene que aparecer Balzac, que muy bueno está allá en su tumba, pues al pobre semejante gangrena tan nauseabunda no se le quita ni clonándolo con toda la tecnología de los conejitos fluorescentes y el muy consabido cuento del genoma humano o mapa genético sensible a todo tipo de modificaciones. No, y tampoco hay que ser un Truman Capote, ni Sófocles, ni Aristófanes, ni Dante, ni siquiera tener nociones sobre literatura o filosofía para dejar rastro de lo que somos y hemos sido; sólo basta, insisto, con saber encender un computador, para bien o para mal, por placer u obligación, de tal manera que ya nadie podrá quejarse de que pasó por este mundo sin haber dejado huella; ahora bien, qué tan grande, más o menos por allá va mi historia…

El asunto de lo multimedial y de la facilidad de expresarse casi de infinitas maneras a través de lo “virtual” no puede, en ningún momento, afectar al buen periodista, ni siquiera a aquel humanista o intelectual de ocasión que bastante ha comido de cuenta del asunto al cual critica tanto. No puede porque, si según Borges el libro era la extensión de la mano por excelencia, el computador con la mucha o poca capacidad y potencia a nivel técnico que tenga, no temo decirlo, es la extensión de la humanidad con todo y lo inhumano que hemos podido ser, con la ventaja de que esta vez, si bien no hay tanto sabio junto como cuando se quemó la Biblioteca de Alejandría, ya nada podrá ser quemado…al menos por el fuego incendiario de quienes cometieron y dejaron cometer tal atropello. En este sentido se debe ser muy, muy entusiasta: se puede matar sin matar, miles de pulsiones se pueden canalizar, los sociópatas y psicópatas en potencia pueden amenazar desde su cobarde anonimato, y el Photoshop, lo digo porque me consta, le ha servido a muchos amigos homosexuales para conocer su lado femenino de manera literal: se fotografían y en él se maquillan, se ponen senos, se arrancan penes y tienen vaginas de manera indolora, sin pasar vergüenzas y sin causar desagrado con su andrógina presencia femenina en las esquinas de los centros de las ciudades donde viven. Todo esto sin contar, además, con que, gracias a esto lo utópico está dejando de serlo, porque es que este asunto no sólo está modificando la gramática de las lenguas, está modificándolo todo a gran escala, desde todos los puntos de vista y en grandes medidas. Podría entonces revisarse la noción del “thopos” o lugar, cuando los espacios constituidos y construidos por bits nos están demostrando todo lo contrario, ¿o acaso alguien podrá replicar que quien acaba de ingresar a la página de Google, por poner un ejemplo, no está ahí? Y al mismo tiempo que está en ese sitio, está sentado frente a la pantalla de su computador, seguramente comunicándose a través de los muchos tipos de mensajería instantánea con gente de todos los lugares del mundo y visitando al mismo tiempo muchos otros sitios (de fotos, de videos, de pornografía, yo qué sé)

¿Se está perdiendo lo humano? ¿De qué forma? pregunto ¿Acaso no es todo lo contrario? ¿Acaso la idea democrática de universalidad no se está materializando gracias a todo esto? Esta gente de Indymedia está haciendo una revolución a gran escala, quizá más trascendental que muchas otras revoluciones de las cuales hoy se habla con la mano derecha en el corazón y se cantan en himnos que hablan de guerras, derramamiento de sangre y crueldad: usted, canalla, usted estúpido, y usted imbécil, venga también a decir cuanto tenga por decir, que es que usted también es sujeto, que es que usted también tiene derechos: humanidad entera, daos cuenta de lo que somos. Por ese lado podría hablarse de lo universal.

En cuanto a lo totalizador es un poco más complicado. Esto puede verse tanto desde el punto de vista de la pragmática lingüística como desde la filosofía y la ontología. Todo aquello que totaliza de manera universal tiene que carecer de una pragmática en el sentido lingüístico en tanto que trasciende el contexto espaciotemporal. Desde el punto de vista filosófico y ontológico, se sabe que la sustancia (Spinoza –otras traducciones hablan de esencia) es aquello que será para siempre inmutable, y en este sentido la totalidad o lo totalizador no tiene nada de malo, como lo deja entrever o al menos me deja entender Lévy. De todos modos estos asuntos no son pertinentes para lo que ahora me corresponde, si bien son mi obsesión y mi constante objeto de estudio. Pero vamos entonces a enlazarlo con este ideal “anarquista” indimediático y de cibercultura para despacharlo por el momento. El ciberespacio, desde su concepción misma, no pudo ni podrá ser totalizable, no sólo en el sentido que apunta este autor, sino porque su esencia es mutar o modificarse constantemente, cada que se suma un usuario, o cada que un usuario aporta algo nuevo (un archivo de cualquier tipo). Lo total, además, no puede abarcar nunca, ni tampoco comprender, la infinitud o lo incuantificable, y la cibercultura no es sólo y simplemente un (otro) universo, es también, como lo señalé antes, el ideal democrático de la universalidad, con todo y lo que me puede chocar a mí el sistemita de la sumatoria de las voluntades, las opiniones y la inevitable consecuencia de la legitimación de todo tipo de estupideces y crueldades. Esto, en todo caso, no me interesa debatirlo con nadie que se precie de ser intelectual y que por necesidad imperante tenga que teorizar sobre este tema...

Claro, no se podían pasar la vida entera con El Capital debajo del brazo, el hambre es una cosa que no da lugar a los ideologemas y la falta de reconocimiento para esos sujetos es más ofensiva que atentar en contra de la dignidad humana, en nombre de la cual dicen de todo, especialmente de lo que no saben o en contra, cómo no, de lo que su mediocridad se ve amenazada. La sola dirección de correo electrónico (ay, ojalá los profesores que enseñan periodismo se den cuenta) cuan corta es ¡dice tanto de una persona! En algunos casos, al menos, dice el nombre. En otros, el nombre y la fecha del nacimiento. No falta aquella que está su apodo acompañado del año en que fue creada, o de la edad que tenía cuando la hizo. Y en otros casos están los afectos y las pasiones: Matilde Henao matistuta@micorreo.com, Marcela Olarte marce_juventus@elcorreodella.net, jotafilo@fenomenología.es, por no hablar de la sola escogencia del dominio: nota uno quienes tienen complejo europeo si su dirección termina en punto es o punto uk, así como la de ciertas personas que no superan haber nacido en Colombia y entonces van y se crean una cuenta en Yahoo! México. Y aquellos con un complejo de Edipo tan marcado que se dan el lujo de saltarse el apellido del papá y ponen el de la mamá, así como quienes se apellidan como su ídolo o artista favorito, así, sin más, sólo porque el Internet no juzga ni exige trámites en la registraduría y abre la posibilidad de no ser tan radical como Caretorta o don Deportivo Independiente Medellín Giraldo, que yo estoy segura que si hubieran nacido en otra generación conservarían sus nombres y la frustración la hubieran superado con sus avatares en la red.

Temerario me parecería afirmar que la cibercultura (más que el Internet y los solos computadores) no ha cambiado la manera de concebir o pensar el mundo. Las relaciones de poder se han visto alteradas e invertidas, especialmente en esto de la enseñanza. Hoy son los más pequeños de las casas quienes nos enseñan a desenvolvernos en este nuevo ecosistema, casi siempre haciéndole sentir al padre que es un completo inepto, un inútil que estudió cinco años en una Universidad para que su hijo de 11 años con un par de clics le resolviera lo que aprendió en un semestre de ingeniería. Ni qué decir de aquellas empleadas domésticas que les enseñan a las patronas a hacerle la llamada del pobre a sus maridos con los celulares o a escribirles mensajes de texto.

De cuando los sueños se hacen realidad

Recuerdo en especial una de mis aventuras infantiles, en la cual yo encendía el televisor y con la máquina de escribir de mi abuelo simulaba las aventuras del Súper Agente 89 (¿sí es ese el número?), al cual veía todos los domingos en Teleantioquia. También de haber afirmado que de todas las fantasías de Verne, sólo faltaba aquella del viaje al centro de la Tierra, aunque la exploración de la red, creo, se aproxima bastante a ese idilio. El problema es que (y ahí viene mi lado fatalista) cuando los sueños se hacen realidad, no sobra decirlo, dejan de ser sueños y se convierten en ella, ¿será que acaso somos capaces de soportarla? Al menos a mí es una cosa que me arrincona y tengo un doctorado para saber evadirla. Gracias a todo esto conocemos inmediatamente todo lo que sucede en nuestro entorno, que día con día se expande y ya vamos en el replanteamiento de nuestra galaxia. Esto en sí mismo no es bueno, tampoco es malo; que los medios de entretenimiento se mezclen con los de orden político es un problema que venimos enfrentando desde los tiempos del Imperio Romano, claro está. Se sabe, gracias a esto, que la desnutrición, el sida, la guerra y tanta cosa por la que otorgan el Premio Nobel se acentúan día con día, pero no gracias a esto desaparecerán, ni más faltaba, porque tampoco es su función.
Me gusta mucho que los medios de comunicación impresos se vean amenazados y que sus finanzas se estén yendo por los suelos debido a páginas (movimientos) como Indymedia, los más de 50 millones de blogs que ahora existen, el reciente fenómeno de YouTube y lo que yo llamo la googolización de la especie. Sé muy bien que falta mucho para que estos y la televisión pierdan la investidura totémica y mítica de la que gozan ahora, porque estamos en un periodo de transición que no mostrará cambios contundentes de la noche a la mañana, pero que tampoco es necesario forzarlo y andar tachando de analfabetas o personas del neolítico a quienes no utilizan estos medios “alternos”, bien sea porque ya están en una edad que ya no les interesa, bien sea porque se oponen –y con argumentos sólidos, a ser parte de esta nueva era, o bien porque no existen los recursos económicos para acceder a estos.
Por lo menos yo, en mi intento de ser escritora, no me he visto amenazada, al contrario. El Internet a mí me abrió las puertas que todo el mundo me cerró en determinado momento, y gracias a los foros y a las páginas de amigos que me permitían expresarme, pude desarrollar mucho mi manera de escribir, especialmente aquella de dirigirme a un público que a fuerzas, en aquel entonces, sólo podía ser lector. Por eso mismo me volví noticia y alcancé a aparecer en medios de gran prestigio (Periódico El Norte de Monterrey, México; El Show de Cristina, etc.) y por ahí guardo correos de periodistas norteamericanos y mexicanos pidiéndome autorización para citar escritos que tenía en la red o solicitando testimonios para incluirlos en libros que estaban haciendo sobre el escándalo que envolvió a Gloria Trevi. La amenaza para la humanidad y no para el buen periodismo, ya para terminar y recordando aquella época y la del Proceso 8000 y la elección y reelección de Álvaro Uribe, son los medios tradicionales de comunicación, no al revés.


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