"Caute, quia spinosa" (Con cautela, que tiene espinas)
La gente es demasiado ignorante. Sí, sí, suena a verdad de Perogrullo, pero yo digo que es ignorante no en tanto no sepan nada, sino en tanto creen que lo saben todo. Esa es la verdadera ignorancia de la que hablaba Sócrates, y por eso la describía como atrevida. Ya los mismos ignorantes, a menudo, suelen repetirle a uno, sin saber por qué, que la ignorancia es atrevida. Es como cuando les da por decir "Pienso, luego existo", y creen que el existir se deriva del pensar, cuando lo que Descartes, o quien tradujo a Descartes al español, quiso significar fue "Pienso, entonces existo", cosa que por demás es un bicondicional: existo, entonces pienso. Y también se puede quedar así: existo, pienso; pienso, existo.
La ignorancia es una llenura de saberes inútiles que el sujeto concatena para hacer raciocinios y citar, a lo pendejo, a los más grandes pensadores para creer que van a quedar bien.
Ojalá yo pudiera decir que, porque se me da mi gana y no por otra cosa, soy comunista. Ojalá. Pero es que a menudo me encuentro con idiotas que me increpan diciéndome que no puedo serlo por mi estatus social y económico. Pobrecitos. Son los que votaron por Mockus creyendo que iba a ser distinto a Santos -en la mayoría de los casos-, y no todos porque algunos me respetan. Y ni qué decir de los que votaron por Santos. Es esa pobre gentecita que cree que lo insulta a uno cuando le dice "usted no es demócrata" ¡Pero por supuesto que no! Cosa más bárbara que la democracia y sus derivados y de lo que deriva no conozco, ¿por qué creen que me están insultando, pendejos? ¿Quién les dijo que para ser comunista o pensar como tal hay que llenarse de privaciones, vivir como un zarrapastroso, ser de extracción humilde, regalar cuanta cosa tiene uno?
Vamos por partes. Ya quedó claro, yo no soy democrática y, como persona, no tiendo a respetar cualquier tipo de pensamiento, si bien tengo amigos fascistas y familiares nazis. Eso lo digo, en primer término, porque yo, Estefanía Uribe Wolff, no permito que en este blog se publiquen cosas o comentarios distintos a los que a mí me parezcan dignos de ser publicados. Eso no quiere decir en ningún momento que yo conciba que el Estado deba ser así, y con varios me peleé en Cuba por lo mismo, porque un Estado no es un blog, no es algo personal, ¿queda claro? Otra cosa es que, como en Colombia, quieran hacer del Estado una cosa privativa de unos pocos. Me parece que la diversidad, tanto de pensamiento, como de género, credo, etc., es vital en una sociedad, pero no lo es para mi salud mental. Bien. Por eso en Twitter no sigo a uribistas y cuando son hinchas del Nacional, pondero ciertas cosas. Soy intransigente, lo admito, y bastante.
Wikipedia, que se volvió el oráculo y el referente de esta sociedad moderna (yo no creo que estemos en el posmodernismo, con todo respeto) ilustrará a varios de los infelices que me dejaron ayer comentarios en este blog, sobre el modo de vida de Karl Marx. Es que a veces usan Wikipedia para demostrarme que alguien es terrorista, por eso mismo los invito a que la consulten, porque es esa misma clase de gente.
Me reclamaban que a mí me gustaba el caviar. No, no me gusta el caviar, ni me gusta la papaya, ni la leche, ni las arvejas, ni los fríjoles, ni la bandeja paisa. Pero si me gustara alguno de esos alimentos ¿qué culpa tiene mi paladar comunista? Si me gusta un Kandinsky, ¿mi sensibilidad, que está por encima de mi racionalidad y de mi credo político, también tiene que obedecer a las directrices generales de lo que la gente cree que es el marxismo? Ser comunista no es ser asceta, ni monje, ni Buda. A los budistas sí reclámenles porque anden en Ferraris, a los comunistas no, porque es que, entre otras cosas, el budismo es una religión que busca la perfección espiritual a través del ejemplo de vida de Siddartha Gautama, y el marxismo es una ideología que los capitalistas quieren hacer ver como una doctrina totalitarista que busca la pobreza y las peores incomodidades. En lo ideológico, no está prescrito vivir como Marx ni seguir su ejemplo de vida, ni tampoco esperar a que todos vivan como en Cuba, aunque, para como son las cosas en mi país, yo sí lo desearía, aunque claro, con nuestro propio proceso revolucionario (y nunca, nunca, nunca jamás a través de las armas)
Muchos de los comunistas que hay en el mundo vivimos en sociedades capitalistas y nacimos en circunstancias que no pedimos, pero que agradecemos, y no del todo, pues nuestra aspiración es que todos vivan como nosotros y no en la absoluta miseria. Yo no tengo la culpa de tener con qué comprarme ropa de las mejores marcas, y en ningún lado está escrito ni prescrito que deba privarme de hacerlo. Pero está bien, les diré que alguna vez fui tan, pero tan mamerta, que hasta me busqué un novio pobre, estrato dos, porque creía que eso me hacía más comunista que mi mejor amigo, Camilo Correa, que tenía una novia estrato alto. Ay no, y me aburrí mucho con Jairo (así se llama el pobre) porque no tenía ni con qué invitarme a tomar un tinto, se acomplejaba porque yo tenía carro y era la que sabía manejar, la que pagaba en los restaurantes, la que tenía finca para pasear los fines de semana y otras cosas de la intimidad como eso del pago de lugares cubiertos en la noche que no es pertinente contar aquí. La pasé tan mal en esa relación, tanto, que entonces deseé con más ahínco un sistema comunista en el mundo, para que no existieran esas barreras de las clases sociales y que, como dice la ranchera, poder cantar "sólo sé que me quieres como te quiero yo", pues nada es más importante para mí, ni siquiera el comunismo, que la perfección de una buena ranchera.
No bebía ni siquiera aguardiente, sino vino Tipicalísimo o Cherrynol, cuya garrafa costaba menos de un dólar por allá en el año 2001. Les echábamos Halls y cerveza para que no nos supiera tan horrible, imagínense. Yo pagaba siempre, por supuesto, porque mis compañeros de filosofía de la Universidad de Antioquia (y entonces mi papá no era el rector) a duras penas tenían para el pasaje en bus, el cual, muchas veces, también se lo pagaba a casi todos. A la hora del almuerzo, como Bienestar Universitario les regalaba la comida, nos juntábamos todos a comer banano con Chocolisto, bocadillo de guayaba y un sánduche pequeño. Era la manera como ellos me agradecían, también porque nos gustaba compartir. No compraba el gramo de perico de 60 mil pesos, sino el de cinco mil que vendían en el Barrio Lovaina, al lado de la Universidad, que me dejaba las narices vueltas nada, e igual, el mundo seguía sin cambiar a pesar de que yo me había sometido a vivir como lo que yo creía entonces que era una comunista. Y me vestía mal también, pero los pobres seguían siendo pobres y ya Bush quería invadir Irak. Del mismo modo, Cuba continuaba bloqueada por los Estados Unidos, a Osama Bin Laden nada que lo encontraban, la señora del servicio de mi casa perdió a su hijo, yo a mi abuela, Uribe fue electo por primera vez como presidente de los colombianos, Medellín, la ciudad, seguía siendo la peor del mundo, mientras que Medellín, el equipo, el mejor, enlistándose para ser campeón después de 45 años en 2002. Ah sí, y mi ídolo, que en ese entonces era Gloria Trevi, seguía en la cárcel. Para padecer lo de ella, me encerraba el día de mi cumpleaños en el baño de la casa de mi abuela, pero nada, eso no la liberaba, ni tampoco la liberó.
Conocí muchos de los barrios que llaman marginales de esta ciudad. Como no soportaba la realidad que se vivía en mi casa, que era el cáncer pancreático terminal de mi abuela, el amor de mi vida, me pasaba semanas en La Toma, Bello, Castilla, La Francia... ya ni me acuerdo. Y ya después, cuando ella se murió y yo entré a estudiar derecho pero me salí por mis problemas con la adicción a la cocaína, terminé viviendo en la calle. Kosovo quedó destruido, Afganistán estaba ya invadido y no sé cuántos miles de hombres se preparaban para masacrar gente en Irak. Lo único bueno que pasó por esos días, gracias a mis desgracias, valga decirlo, fue que se tumbó un referendo que prepararon Fernando Londoño y Álvaro Uribe. Nada más.
Varias veces fui montada en tanquetas de la policía por no quererme ir para mi casa, yo prefería la calle. Los agentes me violaron una vez en la inspección de El Poblado. Y nada que el mundo se volvía comunista, ¡qué cosas!. Ya no era que no comiera ni bandeja paisa, ni caviar, ni papaya, era que no comía y pesaba como 48 kilos. De todos modos me enteré de que en el norte de Argentina había niños que se estaban muriendo de hambre. Yo también, pero era lo que estaba buscando. Y para conseguir perico ya me tocaba prostituirme porque ni me alcanzaba para el de cinco mil de Lovaina, para el de ningún lado de la ciudad; una vez me rayaron con un picahielos la nalga y los brazos; otra, un tipo me pasó un cuchillo por todo el cuerpo para asustarme, y otra, y otra, y otra... da para una novela. Pero el caso es que tanta miseria no permitía ni siquiera que Serpa, que es mi candidato por excelencia a la presidencia, fuera presidente. Ya ni siquiera estamos hablando de comunismo, compañeros.
Años después mi vida se "compuso". Me quedé sin amigos porque muchos se murieron de sobredosis, y otros, los que conocí en rehabilitación, se perdieron, se avergonzaron del pasado que nos unió y dejaron de hablarme. Aquellos de los que hablé cuando tomábamos Cherrynol ya no se juntaban conmigo porque yo ya no consumía, y además, ellos siguieron estudiando filosofía en la U de A, mientras que yo, por orden de la psiquiatra de Alborada, tuve que entrar a comunicación social en Eafit, de donde salí honrosamente condecorada, es decir, me echaron que por contestataria, panfletaria, no sé qué tantos epítetos. Ah sí. Que por comunista. Para entonces ya tenía un iPod nano, de esos fucsia hermosos que todavía conservo. Fíjense, ahí se puede oír música comunista, inclusive los discursos del gran Fidel Castro, de Jorge Eliécer Gaitán, de Allende y otros tantos. Y en el carro que tenía, podía llevar hasta la casa a muchos de los amigos que no tenían con qué pagar el pasaje hasta donde vivían.
Yo soy comunista porque no me convence el capitalismo, tampoco lo que llaman sus bondades. Soy comunista porque me crecen el pelo y las uñas, es decir, por algo inevitable. Soy comunista porque no concibo que haya gente que se compre Rolex con diamantes incrustados que le costaron la vida a decenas de mineros en algún lugar del África y tuvieron que dañar la tierra para que alguien pagara 200 mil dólares y ahí, saber qué hora es. No es que esté en contra de Rolex, si tuviera con qué, le regalaba uno a mi papá, pero hay extravagancias que no soporto. Tampoco quemo banderas estadounidenses, porque si bien odio el patriotismo y los nacionalismos, sí respeto el sentimiento del pueblo norteamericano por sus símbolos patrios, y además, porque la cultura y la sociedad de ese país me fascinan, como me fascinan la cultura y la sociedad cubanas. ¿Qué me gano, además de ofender, con quemar una bandera? ¿no me dañé lo suficiente a mí misma para que hubiera comunismo, para que hubiera justicia? ¿y qué pasó?
Me puedo ir a vivir a alguna parte de la periferia de la ciudad y renunciar, como alguna vez, a todas las comodidades que tengo. Puedo suplantar el papel del Estado regalándole plata a los más necesitados, becando a estudiantes (cosa que ya se ha hecho) como me lo sugerían ayer, y también, si tuviera la plata, construirles casas a quienes no las tienen. Pero entiendan, soy comunista precisamente por eso. Porque es el Estado el encargado de suplir esas necesidades, no la caridad, ni la empresa privada, ni las sociedades sin ánimo de lucro como la que tiene Shakira para evadir impuestos.