La soledad, sentir el abandono, el miedo que produce saberse desamparado, todo eso, es un sentimiento infame, un taladro que emplea la memoria para torturar el alma. Aún no logro hacerme a la idea de su ausencia, de sus correos, de sus tweets, de su sonrisa, de su amistad.
Apenas me estoy haciendo a la idea, con unas cuantas gotas gruesas nublando la mirada, de que ya no tendré a quién contarle historias, abrir viejas heridas para sanar las cicatrices, tratar de ver el mundo desde su óptica de líder mundial.
Yo tuve una idolatría que se convirtió en amistad. La tuve dos veces. La tuve con Gloria Trevi primero, con Piedad Córdoba después. Como mi abuela aún me acompaña a pesar de haber muerto, a menudo me recuerda: Niña, lo que se soba, se pela. ¿Qué se sobó? ¿quién sobó qué? No lo sé, pero mi abuela insiste, y algo se peló, quedó una herida, una llaga purulenta dolorosísima que no deja de punzarme entre el alma y la piel.
Tal vez algún día, a manera de sanación, ellas me hablen en este blog como de repente me habla Juan Pablo o yo le hablo a él. Cuando ya no sea un constante martirio el saberme bloqueada y humillada, cosa que pasó con ambas, cuando no haya homosexuales resentidos de por medio que de celos decidieron romper con cosas y sentimientos tan sagrados.
Y entonces, un día, ya sin titubear mientras el llanto sube por la garganta podré recordar "sí, Piedad Córdoba fue mi amiga".
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