"Piedad, no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme".
Cuando uno está psicótico, es como si "alguien" por dentro le dictara a uno cosas, especialmente lo alerta. "Te están persiguiendo" "Ya no te quieren" "Vienen por ti" "Mátate". Disociaciones.
Anoche la soledad y esa sensación de desamparo me dictaron todas las palabras que escribí, y por cierto, reconozco que me salieron hasta bonitas.
De hecho siento que escribo mejor cuando la psicosis ataca que cuando no está conmigo, tal vez sea ese el precio a pagar por una buena escritura.
Pero cuidado, que no se me puede hacer mucho caso cuando estoy así. La ventaja que tengo como escritora, de todos modos, es que la ficción me es muchas veces permitida, así yo la crea una realidad por instantes, y la creo real a veces para bien, para sentir que una ausencia es presencia, como la creo real para mal, cuando siento que una presencia es una ausencia.
A pesar de todo, desde mayo más o menos empecé un proceso de sanación del alma. Mi psiquiatra, que a veces pareciera que no sirve para nada, me ha sabido dar el consuelo de que no son enfermedades crónicas, sino síntomas que obedecen a situaciones como las que me producía el saberme sin amigos, pues todos ellos viven lejos de Medellín. Todos. Tengo, además, inmensas heridas que ni siquiera han empezado a cicatrizar, como esas que me produjeron las burlas de los niños en el colegio, el adolecer la calle, los manicomios, los centros de rehabilitación y el estigma que esas instituciones trajeron a mi vida. Pero ella apareció. Quiero decir, apareció mi abuela. Se me manifestó a través de una mujer encantadora, inteligente, solidaria, éticamente imbatible, cariñosa y comprensiva. Y le dio por aparecerse con el más apropiado de los nombres para una situación como la que estaba viviendo: Piedad. No sé qué signifique Esneda, pero con Piedad me basta.
Hoy el procurador confirmó su destitución en la política, cosa absurda porque él no está habilitado para aplicarle ese tipo de sanciones a los congresistas. Pero ella, cuyo nombre es Piedad, o mi abuela -quizá las dos- me volvió a sacar de entre los muertos sin darse cuenta. Con Piedad.
Cuando uno quiere y admira tanto a alguien y termina por tenerle un amor tan grande, al escribir sobre esa persona se cae inevitablemente en lugares comunes. Eso es así. Sin embargo, esos lugares comunes, esos recursos retóricos, nunca serán suficientes para hacerle sentir a quien han maltratado un poco de afecto y de solidaridad.
Tal vez, contrario a lo sucedido, la confirmación del fallo de la Procuraduría me hubiese hundido más en la tristeza. Tal vez ese alguien que hay adentro hubiera querido dictarme muchas cosas insólitas como "fue por tu culpa" "mátate" "enciérrate". Pero tal vez otro alguien de afuera me dijo "vive" "escribe" "sonríe". Ya hasta me siento Deepak Chopra al hacer esas suposiciones, pero es verdad. Sentí un impulso vital para estar bien, con fuerzas. ¿Será eso parte de la psicosis? No lo sé, pero ese estadío me gusta.
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