domingo, 15 de febrero de 2009

15.02-2009

No puedo entrar al metroflog. A esta hora, la gente de UNE Telecomunicaciones le pone un filtro y me redirecciona a su portal.
A pesar del frío de ayer, el día de hoy estuvo bellísimo y sólo faltó que nevara para que en menos de cuatro horas hubiéramos tenido las cuatro estaciones. Hacia el norte, los carambolos y guayacanes dejaron caer sus flores, formando un manto amarillo y rojo en el pavimento, aunque con tonalidades mucho más vivas que las que dejan las hojas secas en el otoño. Sus tonalidades cítricas contrastaban con el cielo azul de la mañana, mientras al frente, nubes blancas, negras, algunas cafés amenazaban con lluvia.
Creo que a esta ciudad de arrieros y herreros la favorece mucho el lugar donde está situada. Sin las montañas, sin el espectáculo tropical, sin los arbolitos que sobrevivieron a las administraciones anteriores, Medellín, lo juro, sería la ciudad más fea del mundo en todos los aspectos. No hay un sólo edificio feo que se vea favorecido por otro aun más feo sembrado al lado, sin ningún cálculo o precaución, por las montañas que se alzan a lo lejos, por un conjunto de moles igualmente feas que conforman este barrio también tan feo pero absurdamente lujoso, El Poblado. Hay dos facultades de arquitectura en la ciudad. Allá no les enseñan ni ética, ni estética ni les incentivan la creatividad, ni nada que tenga que ver con lo bello. Si acaso es así, las constructoras que contratan a los arquitectos se encargan de que desaprendan todo aquello y se vuelvan tiranos para nuestros ojos, haciendo de la contaminación visual la más peligrosa de todas las contaminaciones que puedan existir, creando alturas uniformes, monótonas, aburridas y sí, feas para variar porque entre uno y otro edificio que vinieron a reemplazar las casas bonitas que había, la única diferencia es el "pegote" de pintura que allí es gris y allá marrón, más cerca de un ocre muy pálido, más lejos de un verde enfermedad que no logro catalogar. De los viejos son distintos los ladrillos, más "tratados" por el tiempo, ya sin su color original y con un toque negro de polución, lluvia, no sé qué sea. De repente, en los vidrios de los inmensos ventanales el atardecer se retrata en ellos, como haciéndoles y haciéndonos un favor, apiadándose de nuesta vista.
Muchas tardes las paso jugando con mis dedos; apuntan como pistola a cada estructura horrenda, pretendiendo que arrojo misiles que los derriban sin dejar víctimas... es una lástima que la topografía no permita un Katrina ni un Tsunami, un huracancito de enormes magnitudes, una ola que nos hiciera el favor de derribar lo que han hecho Ramón H, Gómez Fajardo, La Lonja, Fajardo Moreno, da lo mismo porque lo único que varía son las formas de los nombres de las firmas. Todas, como langostas, como buitres, más bien como voraces hervíboros se paran frente a las últimas reservas naturales para acabar con ellas y convertirlas en centros comerciales llenos de espejos en los que se refleje la tarde para ocultar la fealdad de sus ladrillos y sus diseños. Preferiría ver mil veces a los árboles que describí en un principio arrancados de raíz por un ventarrón titánico que mutilados por las máquinas de ellos, los cerreros, los herreros, los arrieros que creen que porque tienen finca los demás no podemos disfrutar de un espacio público, en grama, cerca de los lugares donde vivimos, pero lejos de sus fealdades.

viernes, 13 de febrero de 2009

Recalentamiento mental

No sé por qué cuando estoy tan lejos de este aparato escribo mejor que cuando tengo un teclado y una pantalla al frente. Mientras camino, en mi cabeza las cosas se escriben perfectamente, mil ideas claras me llegan a la mente, brillantes, concisas, pero llego, me siento, y el panorama cambia. ¿Cómo hago para que mi musa o lo que sea que me inspira me persiga hasta este lugar, donde me siento a escribir? ¿por qué sólo cuando estoy andando y no puedo redactar nada en concreto me dicta los cuentos y los ensayos que sí son dignos de escribir y publicarse? Extraño caso.
Supongo que es porque aquí la única imagen que tengo es la de una plantilla insípida, sin imágenes que me evoquen atardeceres inolvidables en Manhattan, mirando a Brooklin, o arboledas y olores a yerba redimida por la lluvia. Sólo este maldito escritorio de madera aglomerada que ya me cansé de ver, un cenicero y un tarro de Baileys en el que atesoro monedas de quinientos pesos (colombianos, una miseria). Ahora sí creo en la teoría del espacio de Mies van der Rohe que dice que uno no es el que toca al espacio, es el espacio el que lo toca a uno; que no son las paredes las que lo hacen, sino el espacio el que le da forma a las paredes. Así, no es un café el que refresca la mente, el café se refresca gracias a ella, y seguramente como no la tengo tan refrescada, el que me estoy tomando no me ayuda en nada a hacer de este escrito algo que para mí sea digno porque tengo la cabeza más recalentada que un carburador... sí, eso es, se recalentó de ver siempre lo mismo, se recalentó hasta el punto de hacerme doler la cabeza levemente y disgustarme un poco. Está hastiada de Microsoft y sus diseños mediocres, del Windows y su navegador virulento, de los cuatro colorcitos que simbolizan al sistema operativo y la poca creatividad de la ventanita ondulada. Necesita un Macintosh portátil con el que pueda ir a los lugares donde camino, donde me inspiro, donde respiro y siento olores distintos al del cigarrillo y el desvelo. Una manzana, La Gran Manzana también, porque nunca me he sentido tan tocada por un lugar como me sentí allá, donde hasta la fealdad es estética y los malos olores son fragancias exóticas que gracias al olfato lo llevan a uno a experimentar sensaciones sublimes.
No es como acá, donde el rebusque de palabras es tan notorio, casi como si tuviera que pedirles que vinieran a ayudarme, cuando en otras partes, en esas partes, siempre han sido mis esclavas.
Y temas, necesito temas para desarrollarlos acá, porque este blog no tiene uno definido, ni yo tampoco.
Ahora estaba pensando en burlarme de una situación muy grotesca que vi en el foro de Gloria Trevi... pero no, la palabra no es grotesca, la palabra es ridícula, absurda, sí, aunque no quisiera utilizar este lugar como trinchera para decir lo que no puedo decir allí, además porque quiero que mi círculo de lectores sea más amplio y no sólo sus fans vengan acá a sentirse mal por las cosas que digo... o bien, dependiendo de quiénes sean. Lo que sí le puedo decir es que si se quiere divertir con encanto y con primor, sólo tiene usted que ir a ese foro donde predican el amor con maldiciones y a las patadas y subliman la estupidez al grado máximo con palabras traídas del pelo, cursis, ridículas, patéticas y cuanto adjetivo perteneciente a ese linaje pueda encontrar. Lo patético, lo realmente patético que hay en la humanidad, allá lo encuentra sintetizado: fanatismo, extremismo, absurdo, grosería, inmadurez, ¡todo! Y se carcajea un rato para luego preguntarse: ¿cómo puede albergar un lugar la idiotez pura y dura? Después se siente relajado, se lo juro, y libera eso que llaman estrés más que en una sesión de yoga.
Por lo pronto me iré a revisar en qué va la pelea de esta semana, que da vergüenza ajena y propia... es que ellos procuran cuidarle la imagen a Gloria, pero lo que hacen es dañársela con su melosería y su cursilería y sus clasecitas baratas de buena conducta.
Nos vemos, apreciado lector, que ya encontré dónde refrescarme.

martes, 10 de febrero de 2009

Amor - dazado

Estoy enamorada, definitivamente es así. No soy correspondida y buscar serlo me da tanto miedo que prefiero callarlo y querer en silencio.
Y de serlo, podría empezar a amarlo en un instante, sin titubeos, aunque con miedo, siempre con miedo, porque nunca una mujer es tan feliz como cuando se enamora y es correspondida, y nunca siente un dolor más profundo y un pesar más amargo que cuando se rompe el encanto y el otro le dice que ya no la quiere. Duele más que la muerte de una abuela y que todas las pérdidas juntas. Duele en los pies, en el cuello, en las amígdalas, en los huesos.
Amar no duele, lo que duele es el desamor, el despecho, duele el mismísimo dolor como duelen esta resignación y este deseo amordazado.

miércoles, 28 de enero de 2009

Todo sea por el Medallo

Esto fue escrito el día domingo 21 de diciembre de 2008, cuando Medellín se disputó la final con el América de Cali. Lo pongo porque hoy es el primer partido que disputamos en la Copa Libertadores acá en Medellín con Peñarol. Por supuesto, espero que ganemos (sé que así será) 

Me dijo mi horóscopo de hoy que compartiera una historia inspiradora con mis amigos sobre... ¿qué es lo que era? Es que me llega en inglés -por cierto, muy bueno, todos los días al correo, la dirección es www.tarot.com. 
Bueno, el término era "emotional journey", así que, no encontrando un término en mi español para eso, mejor así lo dejo y le hago caso escribiendo esta nota inspiradora para mis amigos y compañeros de trabajo - porque aunque yo no trabajo, esa maricada siempre me habla de mis co-workers y las relaciones laborales... supongo que se refiere al trabajo que hago conmigo cuando visito a mi psiquiatra (según ella eso se llama trabajar),  dado que el presidente de la República, de todos modos, no es de signo Piscis, confiaré en la buena voluntad de los psíquicos que leen el tarot en esa página y prometo no burlarme más en lo que sigue de este día porque después no inspiro a nadie y la fantasía no alumbrará mi espíritu (eso también decía)
En lo que sí acertó perfectamente fue en decir que la gente me estaba estorbando. No en esos términos exactamente, porque me volvió a decir fue de mis "co-workers" y amigos, de los cuales no sabe eso que tengo, aquí (en el facebook), doscientos noventa y uno; y en la vida real, digamos, no es que se cuenten en los dedos de las manos o en una canción de Roberto Carlos. Más bien diré como dice mi hermano cuando cita a Maquiavelo: es que uno tiene amigos para conocerles las debilidades. Al respecto no acepto refutaciones por dos cosas: ya dije que fue mi hermano el que me dijo que Maquiavelo dijo y, aunque críticos no le van a faltar a él y a Maquiavelo jamás, he decidido tomarlo por verdad absoluta, única e irrefutable. La realidad descrita, en todo caso, no tiene por qué ser refutada sino aceptada con la misma sumisión que se acepta nacer y se acepta morir, nada más, no hay de otra. 
Ay, es que estoy oyendo a Queen y entonces lo que pienso no coordina con lo que siento, ahora empiezo a entender esto del "emotional journey", me siento como en una "roller coaster", con mi espíritu por los cielos con la voz de Freddie Mercury, los nervios de punta con la final de hoy y los ánimos por el piso, como han estado desde tiempos que ya no me interesan calcular... me paro como Whoopy Goldberg haciendo de monja y alzo las manos como el papa (cualquiera de ellos) sin ninguna voluntad, pongo estas letras después de ello y vuelvo a sentir el mismo jalón.
¿En qué anda este país? No tengo la menor idea. Que si ya probé no sé qué pizza con una fecha o fui a no sé qué cosa que abrieron en El Parque Lleras, ¿cómo se les ocurre preguntar? Me da lidia salir de mi pieza y cambiarme de una ventana para otra en el Messenger, no me va a dar pánico salir a la sucia calle. Eso porque las pasiones que el Poderoso me despierta son muy elevadas, o si no, no hubiera sido capaz de ir al estadio el miércoles y actuar durante esos noventa minutos como muñeca programada, un robot (es que después me reclaman que cómo al estadio sí voy y a tal otra parte no) brincando, gritando y luego llegar a mi casa ya con ojeras y sin ánimos de nada, como siempre -más bien sin ánima, para acostarme a ver programas de tatuajes y luego meterme acá con el pánico de ver a compañeros del colegio que están dentro de estos 291 amigos etiquetados o "tagueados" en el matrimonio de mi mejor amigo y saber que no fui invitada o, yéndome bien, enterándome que mi ex novio también se casó y presenciando lo que en un año ya será tremenda efeméride (no es sarcasmo esto, por cierto, felicidades a los novios y toda una vida en pareja) a través de este medio que todo lo desvela y todo lo maquilla, donde me reencontré con algunos y por el que perdí a otros tantos (ya no digo novios sino amores del alma), por no contar con que, siendo quien fui académicamente, creo ser la única sin un título y con más carreras empezadas que un atleta olímpico de un paisito africano.
Aprovecho que me animé a escribir algo para que sepan quienes se enteraron que ya recuperé la cuenta acá. La perdí el jueves y ni siquiera me importó; de repente sí me sobresalté porque pensé que alguien sería capaz de hacerme lo del año pasado con la cuenta de mi correo electrónico y enviara amenazas a personas que quise y me importaban muchísimo entonces, así que mandé un correo avisando lo sucedido y lo publiqué en mi blog, no tanto por si volvían a dudar de mí y de mis valores, sino para evitarles tener que saber de mí y alguien me hiciera volver a saber de ellos. Por supuesto, si recibieron tal correo sí son personas que me importan, valga aclararlo, porque es que últimamente aunque no hago nada me toca aclarar hasta los puntos y las comas. No supe qué habrán hecho ni por qué se metieron acá, ya cambié la clave, es tan segura como las de los bancos e igualmente útil, así que si alguien quiere volver a robársela, no tendrá ningún problema; sólo espero que tome otra vez en cuenta la buena ortografía y la manera narrativa, que de hecho era mía, porque si van a mandar cosas con mi nombre, que sean horribles, grotescas, pero que la buena ortografía nunca vaya a faltar y esa caridad sí pido que me la hagan porque creo que es lo único que me queda en este momento, no diría que bueno, tampoco que malo, simplemente es lo único.
Y ya, ya me voy porque estoy medio nerviosa con mis papás intentando hacerme comer, entrando a limpiar, ofreciéndome el cielo, la tierra, el infierno, el purgatorio y yo nada más queriendo estar aquí, sola, cumpliendo con lo que me dijo el horóscopo que hiciera para que mi relación con "co-workers" y "friends" no se quebrante... en realidad es porque quiero de corazón que Medellín quede campeón, yo seguí El Secreto, no soy religiosa, no soy devota de nadie en particular ni fanática de nada, sólo que hasta en eso tiene uno sus grietas y ya tratándose del equipo, yo sí creo en brujas, en agüeros, en horóscopos, le tengo fe al Divino Niño, no insulto a los de Nacional, no bebo, no fumo, no meto perico, me mantengo así desde que se lo pedí al Universo y como dice la película (y también el libro) que hay que dar las gracias por anticipado, pues muchas gracias. 
Medellín Campeón 2008. Amén, hari OM, todo lo que nos sirva.

Nota: No ganamos. Ese partido empezó 1-0, ganando nosotros con gol de Diego Álvarez e igualando el marcador que dejaron en Medellín durante los primeros minutos. Luego, hubo un autogol por parte de Jamel Ramos y América remontó el marcador, quedando el partido 3-1. Para mí, pese a todo, El Poderoso jugó muy bien y me regaló la alegría de verlo en una final por cuarta vez, en dos de las cuales ha salido campeón. 

sábado, 10 de enero de 2009

Aburridísima

Estoy en El Cabrero con mis papás y mi hermana. Yo no tenía idea de que alguien pudiese llegar a tal punto del aburrimiento y la zozobra, tan sin nada que hacer que optara por recurrir a un aparato de nueve teclas disponibles -y nada más, para ocuparse de algo acaso más tedioso e inútil que mirar al cielo y contar estrellas: publicar y escribir todo esto desde su celular.

viernes, 19 de diciembre de 2008

El breve espacio en que no estoy

Al fin pude encontrar el texto completo, si es que alguien había empezado a leerlo
Ay dios mío, cómo pierden encanto las cosas escritas en un papel cuando se incrustan en una hoja que simula serlo, metida dentro de una pantalla que no permite que la tinta se corra a medida que el escritor va llorando mientras recuerda, especialmente cuando recuerda lo que ya había plasmado en rojo descarnado, especialmente cuando lo transcribe y ve que la exactitud milimétrica de estos programas constriñen el alma y el pensamiento.
Pero bueno, lo que hoy entendemos (decimos que es) modernidad no sólo ha traído consigo estas facilidades tan poco románticas y sumamente pragmáticas. También, cómo no iba a hacerlo, trajo consigo lugares de encierro bautizados con toda clase de eufemismos, construidos y ubicados en lugares exclusivos. El área de la salud, por ejemplo, se ha prestado para esto de manera incondicional: leprocomios, manicomios y todo tipo de jaulas donde se encierran (lo que presupone de inmediato un rótulo para el sujeto que ingresa, no se sabe si por voluntad propia o a la fuerza, todo depende del caso, conste que me pasé una vida entera intentando que me creyeran que estaba loca y por desgracia lo logré) no tanto a personas que atenten en contra de las leyes establecidas por el Estado, pero sí cuando alguna “atenta” en contra de las leyes establecidas por la moral erigida en nuestra ya milenaria sociedad occidental y moderna, ultramoderna, posmoderna - que ,para el caso, la cosa viene a ser lo o la misma (no excluyamos al género correspondiente, esto no debe hacerse en un trabajo que versa sobre la exclusión, y muy bien sabemos cómo se las gastan las feministas con las y los artículos, así estos sólo sean de género masculino…), pues de las torturas y martirios de la Inquisición durante el Medioevo pasamos a los actos de buena fe que cambiaron las hogueras por guillotinas, los grilletes por camisas de fuerza, la Iglesia por la sumatoria de las voluntades (a esto también se le conoce como democracia); que ya las brujas no son brujas, que ya los poseídos por el demonio no gozan de tal privilegio sino que están locos y con la mejor suerte que podemos correr, tanto brujas como poseídos, es con el reciente apogeo de los electrochoques, mismos que estuvieron en desuso porque, en un momento de extraña lucidez, la psiquiatría descubrió que eran tan nocivos en determinado momento como lucrativos en el de ahora. Freír el cerebro con no sé qué tantas cantidades de voltaje, hoy es tan común en la medicina como aquello de inyectar plásticos que se adaptan al cuerpo humano y terminan por curar la fealdad o la vejez.
La gente “de a pie”, como les dicen no sé dónde, ignora por completo que aún encierran en los manicomios sin diagnóstico alguno (también les fríen el cerebro) a muchas personas. Yo, por ejemplo, siempre creí que eran cosas de la primera mitad del siglo pasado, acaso algo muy común en la época de Chejov, cuando escribió La sala número seis.
Llegando a este punto, recuerdo aquella novela corta y mi breve estadía en el “enfermatorio” de Santa María de los Ángeles, cerquitica al Club Campestre, en la casa que fuera de una familia de renombre en la ciudad, la región y el país. Obvio que me refiero a la familia y no a la casa, que también debe tener renombre, reputación y prestigio en esos tres ámbitos, desgraciadamente no por su belleza arquitectónica ya ultrajada “por el bien del paciente”, sino porque (más o menos desde el nacimiento del nuevo milenio) cada vez que alguien acude a un psiquiatra y se pone a llorar, terminan encerrándolo arguyendo que el recién entrado en desgracia sufre de depresión.
He aquí, pues, un episodio más de las fantásticas y terribles aventuras y desventuras de Estefanía Uribe:


La mano tiembla, no es para menos. Antes tuvo que buscar a Joan Manuel Serrat, ponerlo a sonar. El miedo y la tristeza, quién sabe por qué, cuando oyen música, se esconden…estando uno ya afuera, claro.
Adentro, allá…allá, por el contrario, la “Loca de la casa” hace de las suyas y, de todos los internos, es la única a la que no pueden encerrar en aquel cuartito de muy poquitos metros por otros tantos aún más pocos; no la amordazan, tampoco la “inmovilizan”. Creen los gendarmes y autoridades de aquellos lugares que la aplacan con eso que llaman medicamentos de nueva generación (Prozac, Remeron, Zolof), un poco de litio, otro tanto de ácido valproico y barbitúricos y benzodiazepinas en todas y cada una de sus presentaciones.
Como quien está escribiendo esto fue a parar allá por razones aún desconocidas, no tenía un diagnóstico en su historia clínica distinto al de “Pte con transplante hepático” (SIC) y, encima de esta, una cinta rotulada en tinta negra y caligrafía clara con la advertencia de “No inmovilizar”. Siendo así las cosas, a esta sólo le suministraban el Rivotril que toma desde la última temporada que pasó en aquel “pedacito de cielo” tan acogedor hace cinco años, paraíso terrenal donde recién habilitaron las piezas a manera de morgue con lámparas de neón y camas de enfermo, para que así el impaciente paciente pueda darse cuenta de que efectivamente padece de algo o, al menos, que no debe sentirse cómodo, como en su hogar. Uno de los accionistas, digo, psiquiatras, le dijo que sufría de un TAB. “¿Tab? ¿Qué es eso?” “Estefanía, usted es maniacodepresiva” “Ah, ¿no me había dicho que tenía un TOC y que sufría de depresión?” “Sí, de eso también”. A decir verdad, a los múltiples psiquiatras que me vieron durante el periodo que sucedió a la muerte de mi abuela, y sólo porque el tema no estaba tan de moda, lo único que les faltó por diagnosticarme fue un TLC…no es broma, es cosa que me aflige y me angustia (o si usted lo prefiere, entre también en la onda de los neologismos que llegaron con los eufemismos de la nueva era, la psiquiatría bioquímica y Paulo Coelho; llámele a eso estrés, que ya la Real Academia lo aceptó con todo y tilde).
Ahora bien, no es que la nueva trova cubana guarde un puesto especial dentro del lugar de mis afectos musicales, pero sí hay que admitir que tiene títulos y frasecitas que tienen su poética y sirven para nombrar lo innombrable. Cuando desperté en posición fetal en “El breve espacio en que no estás”, del cuartito aquel donde no encierran a “La loca de la casa” y en el que me dio un ataque de existencialismo excelso al estilo Hamlet -de ese que nada tiene que ver con el muy rancio que promulgaron esposos o señores Sartre hace como seis décadas- me rondaba en la cabeza una cita de aquella tragedia de Shakespeare que puso Borges en su idioma original cuando empieza el cuento de El Aleph: “Oh God, I could be bounded…” por alguna razón no lograba completarlo en inglés, pero yo, muy en el fondo (quizá se quedó anquilosado en el inconsciente, en la inconciencia del olvido, en el olvido inconsciente o vaya usted a saber dónde) me lo sabía. Y la cuestión aquella de la que todos hablan, de la que todos dicen, esa que tanto citan fuera y dentro de los teatros con o sin un cráneo en la mano y que pierde todo el sentido gramatical, semántico, pragmático y sintáctico, todo en absoluto cuando se traduce al español, aquella primera conjugación que se les enseña a los estudiantes primerizos del inglés y de la cual todos se burlan porque “es la más fácil” no hacía otra cosa que pegar alaridos ayudada por “La loca de la casa”, obligándome a responderle que sí, que ahí está el maldito dilema, la pregunta, la grandísima cuestión .
Doce horas con uno mismo a eso lo llevan, a comprender la Relatividad de Einstein, y esa sin haberla leído siquiera por miedo a la incapacidad de comprenderla. ¿Cuántas horas son quinientos minutos? Un mes, lo que dura mi plan del celular, y eso podría entonces traducirse a pesos. Encerrada, con venoclisis pegada a la muñeca de la mano derecha, sin zapatos, con frío y observada: un lapso de tiempo interminable, insoportable, inagotable.
¡Ay! ¡La cara! ¿Por qué me duele la frente, un ojo, siento un sabor oxidado en mis labios inflamados? De allá, en la noche, me sacaron en una ambulancia, no sin antes que el chofer me advirtiera: “No se vaya a hacer amarrar pues (le faltó decir loca hijueputa), no hagás más difícil las cosas, vieja, que si cooperamos nos va mejor” “¿Y este otro por qué me dice eso si estoy desde las cinco y media de la madrugada acurrucada, pensando en Hamlet?” Ay, sonsa, ¿no ves que vas de la sede de un manicomio para la otra, la lujosa? Aunque la loca se porte como una seda, loca se queda, cualquier refrán recompuesto, descompuesto y vuelto a componer sale; un manicomio es un manicomio y el paciente que entra allá por la razón que fuere no deja de ser loco ante los ojos de dios, la gente y los choferes de ambulancias. Si uno llegó además en patrulla y escoltada por unos policías a los que el señor rector de la Universidad de Antioquia trató de impresionar y disuadir diciendo que era tal, con él presentándose ante el enfermero e insistiendo en el cargo que desempeñaba y recordándole que la muchacha tenía antecedentes porque había estado allá, un chofer de ambulancia tiene muchas razones por las cuales puede amenazarlo a uno con causarle el mayor de los males: amarrarlo. ¿Quién habría de juzgarlo por ello? La paciente había hecho más que suficiente (más bien era lo suficiente y había estado lo suficiente) para merecer tal amenaza. Ella soportaría ponerse una camisa verde (amenazada) para arengar a cierto equipo en el estadio, también estaría dispuesta a soportar (y así fue) cuantos golpes físicos puedan propiciarle, incluso a someterse nuevamente a un transplante hepático, pero a lo que más pavor y miedo le tiene en la vida es a que la amarren, a que la “inmovilicen”…
Entré a la otra sede, reconocí varias cosas. Casualmente, esta vez, lo primero que saltaba a la vista era un cuadro de Ofelia, aquella mujer que no soportó una vida sin el hombre al que amaba y se tiró al río; el retrato de la Ofelia suicida que otro accionista de la clínica que trató a la Estefanía suicida de siempre tenía en su consultorio de la Clínica Medellín de El Poblado, en la de no me acuerdo dónde más y tal vez también la tenía como estampita laminada dentro de la billetera y como amuleto colgado al espejo retrovisor del carro porque cada vez que la muchacha lo veía, veía el mismo retrato en distintos tamaños y formas. Como si con su vida no hubiera sufrido lo suficiente y lograra escaparse del suplicio de vivir unas horas tranquilas dentro de esos lugares, Van Gogh apareció en el consultorio de las consultas generales. Supongo que allí nadie estaba ni estará tan atormentado como él; puedo decir que su semblante me preocupó, pero es que el semblante de las víctimas que allí nos encontramos tiene que ser preocupante, de otra manera no ocuparíamos brevemente (eternamente y en su infinitud) el espacio y el tiempo donde nos encontrábamos. En todo caso, de los demás, simplemente me dije “yo con estos locos hijueputas no me junto”. Ay Estefanía, y ver de lo que te estabas quejando hace unos pocos renglones. “¿Y este otro quién se cree para preguntarme por qué estoy acá?” “¿Por qué una enfermerita auxiliar que en su vida no ha hecho otra cosa que lavar micas me ignora a mí, justo a mí, y encima me da órdenes?” Ja, trágate tus palabras, niña malcriada y ve quién eres realmente, tú que no discriminabas a nadie “sin importar su condición”, ya estás pelando el cobre. “¿Usted se quiere morir, oye voces?” “Bueno, ¿acaso no tienen otra cosa qué preguntar acá? Esas preguntas, además, sólo tiene derecho a hacérmelas mi psiquiatra, no una enfermera. Voces distintas a la suya o a la de la viejita cansona de la habitación del frente no oigo ninguna, y en cuanto a si me quiero o no morir, ese no es problema suyo” Eso, así habla la que quiere tener un hogar para el adulto mayor y dedicarse algún día a la geriatría, ejercicio que por demás requerirá de la ayuda de más de una enfermerita que lava micas, cambia pañales y consuela a muchos de los pacientes sin estar en la obligación de hacerlo. “Oiga, ¿aquí por qué no hay gente de mi edad?”, le pregunté. Por dentro, decía “Esto está lleno de viejos, he venido a parar a un ancianato”. Contar lo que se me pasó por la mente cuando observé el modo de vestir, actuar y hablar de las señoras que dormían en la pieza del frente y la compartían me ruboriza en estos momentos de apreciable tranquilidad “¿cómo viene a parar este tipo de gentecita a una clínica tan cara como esta? ¿Por qué, si la EPS mía me paga habitación individual y sigo siendo hija de mi papá, a estas señoras tan lobas las atienden mejor?”. No fue cosa que me preguntara sólo ese día, sino que recalcaba cuando veía el añaje de sus visitas y lo comentaba con una amiga entrañable que tuve la fortuna de conocer al día siguiente.
¿Y mi psiquiatra? ¿Esa por qué no llega? Estando en “El breve espacio en que no estás” la esperé como esperé a Juan cuando se fue a vivir un año a París. “A mí la cabeza no me la revuelca otro hijueputa loquero de estos, a mí me trata Irene González, esta tracamanada de pastilleros no me va a joder la vida, no más de lo que me la tienen jodida” Lo que pasa es que mi psiquiatra no es cualquier psiquiatra y yo que he tenido más de esos que años puedo decirlo con toda propiedad. Lo que es inadmisible, en primer lugar, es eso de loquero, porque cuando uno se enferma de gripa no le consulta al gripero, ni cuando le afecta la digestión busca un tripero. En cuanto a pastilleros sí es más que justo, más aún cuando me enteré que la doctora Irene tuvo que consultar no con cinco colegas y alumnos suyos, sino con cinco accionistas de Sameín para que pudiera verme (a mí, la hija del rector, mejor que no sobre), atenderme, tratarme. La idea de encanarme, al fin y al cabo, no fue de ella, pero dada la situación, dentro de un manicomio el médico tratante no puede ser un otorrino. La trataron muy amablemente, me cuenta, por tratarse de ser ella, del prestigio con el que cuenta, pero ellos insistían en que tenía que ser un psiquiatra de la institución quien me tratara, como si eso del vínculo terapéutico fuera tan espontáneo como el beso que se le da a la persona que uno ama o el abrazo fraternal y sincero que se le brinda a un amigo cuando lleva mucho tiempo sin verlo.
Hablando de amigos, sí conseguí algunos. Por experiencia puedo jurar que en ningún otro lugar se hacen amistades tan entrañables, encantadoras, ideales y perfectas como en los hospitales, no sólo mentales, sino de toda clase. Es de esperarse, además, porque el hecho de estar encerrado no le quita a uno su condición humana. Miserable al fin y al cabo, pero humana, y mientras más teorías tenga uno bailando con “La loca de la casa” más se da cuenta de la infamia a la que puede llegar uno si no para la musiquita y hace que paren el baile, no vaya a ser que se enloquezca uno en serio viendo cómo, por ejemplo, un muchacho de raza negra apareció en el comedor -área exclusiva para pacientes- y empezó a cambiar los canales de la televisión sin permiso de nadie. ¿Qué va, si a mí me parecen una chimba los manes negros, si yo voté por Piedad Córdoba, si una de las personas a las que más admiro es Martin Luther King? Me acordé mucho de una discusión que tuve en un lugar muy parecido (peor) con un amigo, valga volver a decirlo, entrañable y en la cual me decía: Preciosa, el día que a ti un marica negro te quiera dar un pico o se te arrime a saludarte me vas a dar la razón.
Lo cierto es que, pese a lo que yo estuviera sintiendo y pensando, la gente nunca se sentaba a hablar con él, entre un máximo de 22 personas que hubo, a nadie se le ocurrió formularle la única pregunta que se le hacía a los pacientes a medida que iban llegando: ¿Y vos por qué estás acá? Ni siquiera eso. Si acaso se referían (nos referíamos) a él como Universidad de Medellín en alusión a un saco de color blanco que tenía, inscrito en letras rojas, el nombre por el cual lo identificamos hasta que se marchó. Sí, así como si fuera un detestable personaje de Saramago, aquel que mata a la mujer del médico y lo identifica como el hombre de la corbata azul con rayas (¿o bolitas?) blancas. Y a mí, que siempre me he considerado una defensora de la causa negra (si es que hay tal) nunca se me ocurrió siquiera preguntarle el patronímico a Universidad de Medellín, ni saber por qué estaba allá o haberle ofrecido algo de la muy variada comida que me llevaban mis tíos y de la cual yo no probaba bocado.
Yo me despertaba, más o menos, entre las once y media de la mañana (si tenía llamada por parte de Luz María o me iba a revisar mi psiquiatra) y las dos de la tarde. Después del almuerzo algunos se dedicaban a eso de la terapia ocupacional. “Bah, yo ya he hecho tanta maricaíta en estas clínicas que no voy a perder el tiempo pintando esos muñecos de icopor tan mañés que la viejita chillona le pinta a sus nietos, mejor me pongo a escribir”. No era que alguien dijera “Ya tienen tiempo libre, hagan lo que quieran, ustedes maniacos se juntan con los maniacos, ustedes los cuerdos se juntan con los menos locos y los depresivos estables, ustedes, las de habitación propia, se juntan allá”. No, nadie lo decía, nadie lo ordenaba, nadie lo pedía, pero así era. A medida que la menos loca demostraba su amor por Bucaramanga, fue cayendo gorda y de paso en desgracia porque de inmediato la apartamos. A la otra, que tenía habitación propia, no nos la aguantamos porque dentro de su manía le dio por preguntar qué cosas cubría Susalud y cuáles no, entre ellas un posible transplante de hígado ya que alegaba haber bebido mucho en la vida y prefería tener un donante sana que enferma. Fue así como ella terminó siendo inseparable de Ecopetrol (la santandereana) y otros cuantos, en medio del desconsuelo propio, se unieron a la megalomanía de La Rosa Mística, quien se arrodillaba cada vez que Álvaro Uribe aparecía en la televisión y les decía a los enfermeros que el único que podía mandarla a acostar era él, que ya estaba durmiendo sus cuatro horitas.
En cuestión de dos días (ya dije que el tiempo es muy relativo) volví a ser yo. Me encariñé mucho con la ancianita que lloraba durante la primera noche que pasé allá. En las mañanas me despertaba cantando “Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alaaaaaaabaré a mi señooooor”. Enojada, salí de la habitación rascándome la cabeza y ella hizo la onomatopeya del gallo. Siempre que yo la veía la hacía. Entonces Boris, un enfermero al que por sordo creían bobo, me dijo que era su forma de llamarme. Yo me le acerqué, me dio la bendición y me dijo “Mi Gallito de la Pasión”. María Antonia se quedó atorada en la Semana Santa y así como contaba historias y pasajes bíblicos con pelos y señales, mezclaba la apariencia física de quienes estábamos allá con personajes de la Pasión, de su infancia, de su familia y de las personas que se le habían muerto, entre ellas su marido, por quien en principio lloró las primeras noches que estuve allá. Como sus hijos vivían en Manrique no tenían oportunidad de visitarla mucho; la señora se mojaba en la cama y muchas veces aguantaba frío porque se la lavaban y tenía que esperar a que se la secaran. No obstante, dentro de sus momentos de lucidez, decía: acá comemos y nos atienden mejor que si estuviéramos en el Intercontinental. Gallito, ¿me das un traguito Coca Cola? He tomado champaña, ¿cómo no voy a tomar Coca Cola? Yo tomé champaña cuando me casé, sabe horrible, pero he tomado champaña. Le di una botella de 600 mililitros y se la bogó toda. Al momento eructó, se sonrió, y empezó a volver a cantar. Yo la acompañé silbando y fue cuando Adriana, no me explico por qué, se sentó a mi lado y me brindó la atención y la comprensión más maternal que he podido recibir en los últimos años de parte de una persona ajena a mi mamá.
Nos pasábamos tardes enteras comiendo papitas fritas, jugando Rumi Q y fumando como putas encerradas (lo de encerradas me consta, lo otro no). Una noche se sentó a jugar con nosotros una muchacha de la edad mía a la que sólo le conocimos la voz un día antes de su salida, mismo en el que ingresó Felipe por problemas de adicción. Yo creo que entre mis chistes malos, mi forma de remedar al gallo y la belleza del muchacho la hicimos sonreír. Me dijo que yo era la única persona que había logrado hacerlo y me lo agradeció. Lástima que se fue cuando se estaba aliviando…es que allá hasta lo más lógico se vuelve absurdo.
Luego llegaron los niños. Uno de 12 con un problema de anorexia que asustó hasta a los más “idos”; otro de 14, que lo metieron allá porque no soltaba el computador. Entre el carisma maternal de Adriana, mi interés por la hermosura del de 14 y la inteligencia del de 12 (que es hincha del Medellín) formamos un quinteto con María Antonia. Luego se nos unió Ana María, con quien hice empatía porque una noche nos sentamos a hablar de los efectos de las drogas, de cuánta falta nos hacían, de cómo la adicción a las mujeres nos puede llegar a degradar hasta puntos inimaginables. A ella le tenía un poco de miedo porque, estando yo en Alborada, recuerdo que a su novia la convencieron de que no era homosexual y las apartaron. Miedo porque al final estaba haciéndome insinuaciones y uno está dispuesto a aceptar a los homosexuales siempre y cuando no se metan con uno…suena espantoso, pero es la verdad.
Lo que pude ver es que a medida que hay exclusión, hay unión. Quienes segregamos nos juntábamos entre nosotros, quienes eran segregados y quizá también nos segregaban se juntaban entre ellos para rezar el rosario y cantar mientras nosotros oíamos música porque teníamos iPod con parlantes, teníamos varios temas de interés en común (por lo general políticos y de carácter intelectual o de género), así como los locos, aquellos a quienes nosotros estando allá bautizamos así por no estar tan cuerdos, estaba, cada uno de ellos, con su tema.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Angustia




¿Leyeron las últimas dos entradas? Dios mío, qué horror, ni coherencia tienen. De todos modos las dejo, no sé exactamente por qué, pero ahí se quedan para que la gente que viene sepa cómo carajos afecta la depresión al individuo. Y esta vez uso individuo como término en vez de sujeto porque, creo que de septiembre para acá eso he sido: un individuo. Irresponsable e incapaz de todo, aislada por completo de la sociedad y los deberes que tengo como persona, como Estefanía, me abandoné en ella y de ella, dependiendo por completo de las migajas de la depresión, la frustración y la soledad.


A menudo me pregunto con impotencia qué es lo que se degenera en el sujeto para llevarlo a estadíos tan molestos, insoportables, dolorosos. Lo cierto es que, si bien los padecimientos mentales o del alma ahora son aceptados socialmente, no quiere decir que sean tratados con el mismo respeto y hasta reverencia con el que se le trata a un enfermo de cáncer o, inclusive, a quien tiene un transplante de hígado, riñón, pulmón, lo que sea. Yo soy transplantada de hígado y como tal sé que gozo de un trato especial por las personas que me rodean, mas no tengo ni obtengo la reverencia, el cuidado y la discresión de estas cuando la depresión se vuelve mi única aliada o la neurosis enciende sus motores y arranca en mí y de mí toda esencia, acelerando la gravedad de la Tierra para ponerme el ánimo (también el ánima) por los suelos, despojándome del alma, de la serenidad, de todo cuanto hace al sujeto, al ser humano, a la persona, convirtiéndome en un discurso sin palabras, o en palabras vacías de significado. No, no abogo por piedad o lástima, tampoco por compasión, pero ¿por qué en vez de ayudarnos a estar mejor nos tratan peor, utilizan términos despectivos para hablarnos y la comprensión la mandan al carajo para convertirla en crueldad?


Yo no me considero loca en un sentido estricto. Ningún libro técnico de psiquiatría o psicología contiene ese término ni lo define... de hecho, no estoy loca en lo absoluto, y no es esto una declaración a la sociedad o a mis lectores, como tantos otros sí se ocupan de demostrar lo que no se les ha pedido. Digo que yo no soy loca porque ningún profesional me ha diagnosticado eso, puesto que ya dije que eso sería imposible dado que ningún libro técnico en la materia tiene el término contemplado o definido. La locura, además, tiene tantos rasgos y tintes -desde el negro, carente de toda luz, hasta el blanco, colmado de ella, pasando por todas las tonalidades perceptibles y no perceptibles para el ojo humano, hasta manifestaciones de desesperación como el cortarse una oreja o salir a la calle diariamente a buscar personas del mismo sexo para tener relaciones coitales. Locura es dolor y es tristeza, locura es odio y es amor, locura es una tautología o un conjunto que todo lo encierra, llevándolo todo, y es que imposible sería si no, al absurdo supremo, por lo cual quien se precie de estar loco, en mi concepto, no está aceptando nada distinto a que es un ser humano con todo lo que ello implica. Pero tampoco soy demente, porque la demencia, más que en los manicomios, la he conocido navegando la red, viendo hordas en la televisión de personas sin sentido común o de orientación, no gritando ni corriendo desnudos, no, yendo calmados, en silencio, a las urnas...


No sé a qué vino toda esa diatriba cuando en realidad siento ganas de vomitar, físicas ganas de vomitar y no porque esté asqueada ni me encuentre en un estado de existencialismo extremo, sartreano, ¡nada de eso! Siento ganas de vomitar y me da miedo perder lo poco que quería de mí en ese acto grotesco. Iba a escribir de otra cosa y no sé por qué otra vez no logro hilar el tema con los asuntos.