sábado, 25 de diciembre de 2010

Electrochoques II

Ya me hicieron la primera sesión de la terapia electroconvulsiva. Dolores en la espina dorsal y en los músculos son la única novedad, aunque debo esperar, porque es la primera de doce sesiones, pero es que no puedo beber, pasé el 24 sin hacerlo.
Por cierto, no he olvidado nada. Las constantes ganas de morirme no han desaparecido, como tampoco las ideas obsesivas, ni los pensamientos que llaman algunos tanáticos. Por eso, me tocó meterme a la cocina y bogarme unas cuantas cervezas como si se tratara de agua, para soportar la realidad latente: que no tengo amigos, que estoy sola, y que ni siquiera una intervención de esas llegó a importarles como para que me dieran una llamadita. Claro, hubo gente que se preocupó por Twitter, pero yo por ahí no conozco a casi nadie personalmente, y no pasaron de los 140 caracteres... tranquilos, tampoco esperaba cartas, solo la de alguien que a duras penas se inmutó.
Cuando me trasplantaron, en cambio, todo Medellín asistió a verme al hospital San Vicente de Paúl. No era para menos. Se trataba de un trasplante hepático por intoxicación con acetaminofén y era toda una atracción de circo. Duré un mes en el hospital, además de haber estado en coma. Esta vez solamente fueron unas cuantas convulsiones que no duraron ni veinte minutos, nada de qué asombrarse, y menos viniendo de parte de una loca como yo. A la media hora ya estaba en la casa durmiendo la anestesia, como si nada. Después, un leve dolor de cabeza. Luego comí, pero no me dejaron beber.
Lo que quiero decir es que el cambio no fue sustancial. Aún tengo ganas, y muchas, de desaparecer, de morir, de no estar, de no existir. Quisiera tener la capacidad de enterrarme un cuchillo o de tirarme por el balcón, de encontrar un veneno bien potente, de salir corriendo y que me coma la noche fría y lluviosa.
A decir verdad, lo único que olvidé por un instante fue la fecha. En mi memoria aún están intactos los desplantes, las colgadas de teléfono, las negativas, las humillaciones, la fatalidad de haber vivido esta vida.
Los recuerdos más bellos están ahí para atormentarme y decirme que esos días no volverán.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Electrochoques

Pareciera que los electrochoques me los hubieran puesto hoy. Siento que he perdido toda capacidad para escribir y expresarme.
Iba a hacer un recuento de cosas que quiero que no se me olviden después de esa terapia, pero es que estoy convencida de que la mente sabrá ser sabia y borrará lo que ella sepa que más me afecta, inclusive las cosas buenas que, al recordarlas, me hacen sentir nostalgia y melancolía. Así que no, no enumeraré las cosas que quisiera recordar, porque de hecho quisiera que se me olvidara todo, como una manera alternativa de suprimir la existencia y así empezar, una vez más, como después del transplante, de nuevo.
Me los practicarán el 24 de diciembre. Recuerdo que mi cumpleaños de 2008 lo pasé en el manicomio, así son las cosas. Tal vez después de eso olvide que es 24, que mi familia está destrozada, que no debo beber, que no podré viajar porque me harán convulsionar hasta el punto que sea necesario para erradicar la depresión.
De todos modos, lo esencial no se olvida. Y el tiempo, que no es que lo borre todo, se encargará de enmascarar mis memorias y mis recuerdos para hacerlos más bellos y más dolorosos, porque nada es más doloroso que recordar. Supongo que entonces eso es un efecto colateral que se borrará con el pasar de los días y que, en realidad, lo que hará la electricidad será ayudarme a soportar la vida y a no tener que padecerla.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Carta a mi abuelo [Palacio de Justicia]

Esta carta fue escrita en noviembre de 2005, a propósito de la conmemoración de los 20 años del Holocausto en el Palacio de Justicia.

Hola Abuelo:

En los últimos días han acontecido cosas en el país que me han hecho recordarte. Hace casi tres años que no hablamos. Cuando salí al fin de la clínica, aun sabiendo que habías partido, llegaba a tu casa (la que fue nuestra) y te buscaba en tu alcoba, pues no te encontraba en el comedor leyendo la prensa, fumando y tomando tinto. Lloraba, lloraba mucho. Y es que, ese día en que partiste no me dieron permiso. Ese viernes me acosté después del almuerzo a hacer una siesta. Llegaron Juan, Cuca y Camilita junto con Andriana, la enfermera de Alborada, y me despertaron. Adriana tenía tres jeringas en sus manos. Clemencia lloraba y Camila, tu cuarta nieta, no era capaz de hablar siquiera.

Adriana me inyectó, y fue entonces cuando Juan me dio la noticia, pero los narcóticos ya habían hecho efecto y yo sólo alcancé a preguntar “¿cuándo? ¿Cómo? ¿Pero por qué, si estaba bien?”. Salí entonces al jardín y nos sentamos los cuatro a mirar el pasto. A mí sólo se me ocurrió interrogarme “¿Y entonces quién me va a contar la historia del país, quién me va a enseñar de política si pronto voy a volver a estudiar Derecho?” La vida dio muchas vueltas, abuelo, y pasaron dos años para que yo regresara a las aulas, pero para tu desgracia y las de mis dos abuelas, no a estudiar Derecho, sino Comunicación Social en Eafit. Pues, como sabrás, a los pocos meses de haberte ido, a mi papá lo nombraron rector de la Universidad de Antioquia y por obvias razones no me matriculé allá.

Ahora que estoy intentado ser periodista, se cumplió el vigésimo aniversario del holocausto del Palacio de Justicia, hecho del cual jamás me hablaste, quizá porque te dolió tanto. En ese entonces yo sólo tenía dos años y escudriñando en mi memoria sólo logro recordar la imagen de la televisión que mostraba el Palacio en llamas y a todos ustedes perplejos ante el televisor nuevo que había comprado Germán para ver el Mundial de México 86…nada más. Me cuenta mi mamá que ese fin de semana no quisiste ir a La Herradura ni a El Cabrero y que, estando ella embarazada de María, prefirió quedarse en la casa contigo para hacerte compañía. Me dice que cuando en la televisión anunciaban el carro fúnebre en que iba cada magistrado calcinado tú no podías evitar el llanto y la rabia. Fue entonces cuando comprendí que quizá nunca me hablaste sobre eso porque te pareció el hecho más vergonzoso y vulgar de la Historia del país durante tu existencia, y que por eso retrocedías hasta Bolívar y parabas en Marquetalia sin continuar, volviendo a empezar, una y otra vez…

Algunas veces, cuando te enojabas con algo que escribía López Michelsen, empezabas a hablar del MRL y del Frente Nacional, de tu amigo Estanislao Posada y de cómo el hijo del presidente al que más quisiste y admiraste y cuya biografía me dejaste por herencia acabó con el Movimiento “vendiéndolos”.

Recuerdo también lo que decías de Belisario: “ese es el tipo más bobo del mundo. ¿Usted no ha visto que una persona se vea más idiota que chupando paleta? Yo lo vi chupándose una paleta montado en un Renault 4 azul en La Séptima…¡mucho pendejo!, ¿ah?”. Nada más.

Y ahora entiendo también por qué nunca te gustaron los hijos de tu prima Emma, todos ellos militantes del M-19. Veo que no sólo por ser de la ANAPO y seguidores de Rojas Pinilla, sino que, por su culpa, a tus hijos no dejaban de acosarlos durante el gobierno de Turbay Ayala –ah, por cierto: se murió en estos días. Te lo cuento porque donde estás no llegó. En la quinta paila del Infierno debe andar-. Ese movimiento no te simpatizaba porque en parte tuvieron la culpa de lo que sucedió en esas noches atroces de noviembre de 1985. Al menos es lo que dice Carlos Betancur, uno de los pocos magistrados sobrevivientes.

Es que, verás: una profesora nos llevó a una exposición que hizo la Universidad de Antioquia para conmemorar los 20 años de lo del Palacio. Nosotros teníamos que sacar unas tesis sobre esa exposición. Fue impresionante, abuelo. Una compañera vomitó y todo. Allá había unos cuadros y unas obras muy abstractas que a ti no te hubieran gustado, pero a mí sí, y entonces me dio abuelitis aguda porque no lograba comprender nada. Otra vez volví a preguntarme: ¿Y dónde está mi abuelo para que me explique qué pasó acá?

Eso pasó el miércoles 19 de octubre, el mismo día en que aprobaron la reelección. Sí abuelo, la aprobaron; la Corte Constitucional lo hizo, me creas o no. Sólo tres magistrados se opusieron, entre ellos un Araújo, quien pensó en renunciar, y dijo: “eso pasó por mayoría de votos pero no por razones de peso”. Imagínate cómo no te iba yo a extrañar si en la mañana apenas me enteraba de lo que había sucedido en el Palacio de Justicia y por la noche me enteré de lo de Uribe.

Entonces regresé con Juan y con Pablito el sábado para tomar fotos y leer todo, mirar bien lo que había pasado.

Una canción que llegué a cantarte una vez, estando yo muy chiquita, recién entrada al colegio, no dejaba de retumbarme en la cabeza: “La bandera de Colombia es muy linda sí señor, ella tiene tres colores y por eso es tricolor: amarillo…y el rojo es la sangre que nos dio la libertad”

La canción es muy boba, ya lo sé. Pero siendo yo tu primera nieta me lo celebraste como si te hubiera cantado una canción de Lara.

El caso, abuelo, es que la bandera no es muy linda y los colores no simbolizan lo que la cancioncita esta ridícula que le enseñan a todos los niños en la primaria dice. Porque si el amarillo es el oro, ¿dónde está? Y luego me enteré que eran los rubios y dorados cabellos de nosotros. El ancho mar, en todo caso, como bien me lo explicabas hace unos seis años, Reyes se lo dejó quitar por andar componiendo versos de ortografía en el Palacio de Nariño. En la pérdida de ese ancho mar que no me tocó conocerlo azul sino contaminado y café clarito sí se derramó mucha sangre. La sangre sí es roja y se sigue derramando; se ha derramado tanta, abuelo, que yo creo que lograría uno llenar al menos el Océano Atlántico en caso de que se llegara a secar. Y en todo caso, no nos ha dado la independencia – como lo decía Santander en esa frase que estaba a la entrada del Palacio de Justicia- porque seguimos siendo sumisos ante el Imperio, y hoy más que nunca, porque Uribe ya no encuentra cómo más arrodillársele a Bush (ah sí, lo reeligieron y logró invadir Irak a punta de mentiras, por eso su popularidad ahora está en el 37%, cifra que espero repercuta en el enano este para tiempos electorales y que, al fin, Horacio pueda ser nuestro presidente). Esa sangre, como si fuera magnética, sólo ha traído más sangre, más guerra, más delincuencia, más hambre. Y lo raro es que desde que ya no existe ese Palacio, Colombia se volvió impune (sí, más) e indiferente. “Las leyes os darán la libertad”, concluía la frase de Santander.

Pero la justicia está estancada, atorada, casi muerta o infartada, agonizante. A los paramilitares los están amnistiando de la manera más cínica que te puedas imaginar. Y lo más extraño de todo esto, cuenta Petro, es que después de lo sucedido allí, y que, a pesar de todo, ese y los gobiernos que siguieron hicieron caso omiso a las demandas y exigencias de las víctimas, es que aniquilaron a la Unión Patriótica por entero, al igual que a casi todos los miembros del M-19, ya todos reinsertados y en la vida política. Fueron los paras, yo lo sé. Tú, la abuela, Germán y yo vimos a Carlos Castaño (también dicen que está muerto pero yo lo dudo) en el programa de La Noche declarando muy cínicamente ante todo el país que él había matado a Carlos Pizarro mientras se reía diciendo que había burlado a la justicia porque justo una semana antes lo habían absuelto de cometer ese crimen con la ayuda de Pablo Escobar.

Belisario, por su parte, acaba de decir que va a sacar un libro póstumo con toda su “verdad”. A mí me enseñaron en filosofía que La Verdad era una, y más en estos casos. No entiendo cómo a un señor de este tipo lo tengan como miembro honorario en la Real Academia de la Lengua Española, y menos que sea un asiduo lector de Kavafis. ¿Lo entenderá? Si a él en esa misma semana le advirtieron lo de Armero y no quiso hacer evacuar la zona que para no alertar más al país. Y a mí que se me figura que quería que esa tragedia pasara para que literalmente se sepultara y se dilapidara lo ocurrido en el Palacio. Parece que resultó. Muchos no sabíamos de eso, yo ni enterada estaba. Recuerdo más a Omaira, esa niña que lloraba agarrada a un tronco atrapada entre piedras y lodo mientras todo el país y el mundo entero la miraba, estupefacto, porque no se quejaba ni de hambre ni de frío.

En ese Noviembre Negro, Carlos Betancur, habiendo logrado salvarse de esa barbarie, perdió a ocho familiares en Armero. Hace mucho énfasis en la impunidad y dice que acá no pasa nada. Yo lo que creo es que pasan tantas cosas que ya nos volvimos indolentes. Igual y quienes pueden hacer algo no lo hacen, fingen demencia, ya ni sé.

Lo que veo es que ríos rojos se escurren a nuestros pies convirtiéndose en los listones de una bandera que nos representaría muy bien…

Dos años después aportarías tú la cuota que te tocaba. Tú, la abuela, Susana, tus hijos. Allá estás ahora con él. Pero Rodrigo no se pudo dar el lujo – y creo que son contados los colombianos que se dan el lujo de morir de viejos en una cama rodeados de sus seres queridos- de partir al otro lado como lo hicieron tú y la abuela.

Tú, que lograste sobrevivir a las camisas negras de Laureano y a los matones de Rojas Pinilla; tú, que lograste huir de la cárcel sin explicarte cómo para encontrarte con la noticia al día siguiente de que quienes habían sido arrestados a tu lado, esa noche murieron ahorcados, tuviste que aportar tu cuota de sangre entregándole a las fauces de la violencia la vida de Rodrigo Alberto.

Yo no tengo que contarte lo que pasó allá. De hecho esperaba que lo hicieras. Pero me acaba de recordar mi maldito sentido de razón que no vas a hacerlo. No importa. Ni quienes vivieron ese infierno saben en realidad qué pasó, aun después de 20 años. La Universidad de Antioquia me abrió las puertas de la inquietud haciendo una fe de erratas, un memorial de agravios en una exposición de cuatro galerías. Luego, leí el discurso que hizo Betancur para inaugurarla, y un pedazo de un libro, pero como estaba escrito por una mujer se me volvió aburrido y lo paré.

He aquí el motivo de mi carta. Las tesis no las expondré porque ya se las dije a mi profesora.

Dentro de lo que cabe, estamos bien. Hasta trabajo tengo… siento mucho que ahora no estés acá conmigo y me disculpo por hacer de tus últimos días un calvario, aunque creo que comprenderás que el que yo vivía entonces a causa de la adicción no tiene nombre. Ya María se regresa de Buenos Aires; la boba sólo se aguantó un año allá…y Pablo: al pobre Pablo lo contagiamos muy chiquito de lo que me contagiaste a mí, entonces sufre mucho. Lo hubieras visto en el Museo dándole patadas a las paredes de la ira que le dio al saber que eso había sucedido en este país.

Tus hijos, pues regular. Rey está sin empleo y a mi mamá ya le quitaron un contrato que tenía con el ITM. Clemencia tuvo una fractura muy grave en una pierna y le diagnosticaron osteoporosis, cosa que es grave porque le apareció en una edad muy temprana. Rodolfo se apartó de nosotros desde ese diciembre del año en que te fuiste. ¡Ah!, a propósito: te cuento que tienes una nueva nieta, se llama Juana. Yo la conozco por fotos que nos reenvía María a través del Internet. Cuéntale a la abuela, se va a emocionar porque sé que le encantaban los nietos. Nació el 1 de septiembre en Las Américas, tu última morada. Justo el mismo día del accidente de Cuca. Rodolfo sólo le mostró la niña a Germán, a María sólo le envía fotos, pero como su mujer lo apartó de nosotros y lo convirtió a La Obra, ni siquiera nos contó que ya era papá.

Álvaro se está quedando ciego y a Cuca la dejó Bernal…razón tenías tú al decirle cuando lo conoció que un sobrino de Chepe Metralla nada bueno podía tener.

Juan sí está bien, sigue siendo el mismo. A mí me rescató y me cuidó durante un año, incluso me llevó a Nueva York el año pasado y allá nos acordamos mucho de Doña Luz. De hecho yo la recuerdo mucho. Ya dile que deje de estar jugando con su mamá Paulina y con Rodrigo, que yo la necesito. Dile a ella y a doña Betsabé que vengan por mí, porque muy a mi pesar vivo. Justo dos semanas después de haberte ido, intenté alcanzarte, pero un muchacho me salvó la vida y luego me la convirtió en un infierno al abandonarme…con el mar entero de su silencio y la piedra de su corazón me hizo miserable.

Pero, a pesar de todo, me va bien. Y cada que me va bien me acuerdo de ustedes, quienes me enseñaron lo poco que sé.

Te quiero mucho, abuelito. Espero te haya gustado la estampilla que te escogí. Es que la otra vez que pinté al Che para una tarea del colegio vi que pusiste el cuadro en tu pieza mientras se secaba para podérselo regalar a Correa. Pero no se la muestres a la abuela porque ya sabes que no le gustaba que fuéramos comunistas.

Dile que mejor le escribo una carta a ella después con otra estampilla, que no sea celosa.

Y a ver si hablas con la Providencia para que podamos vender la finca y las bodegas para salir de las deudas. Y por favor, aparézcanse más seguido en mis sueños, a ver si logro recordar el timbre de voz de ella, que fue mi precio a pagar por hacerle duelo.

Siempre te recuerda,

La Niña (cuando silba, monta a caballo o acontece algo en el país, especialmente)

martes, 2 de noviembre de 2010

A lo mera hembra

De algo tuvo que servir el periodo de abstinencia. Así, ahorré la plata suficiente para estar hoy bebiendo del mejor tequila, enfrentando mis penas como lo hacen los machos de las películas mexicanas... o las hembras como Chavela, todo depende.
Es sólo que como yo no vivo en México, en uno de esos ranchos de los que muestra el cine de Vicente Fernández, como lloré toda la tarde, inconsolable, logré que me inyectaran Valium y me dieran altas dosis de Rivotril. Es una lástima que toda esta combinación no sea letal. Que ni siquiera sirva para una sobredosis, y que sólo logre apaciguar el dolor inmenso que siento en el alma.
Ya ni Chavela es buena para oír, ni Lila tampoco, porque ambas me recuerdan a esa época de felicidad que no habrá de volver, y entonces vuelvo a romper en llanto. Pero bueno, ya tengo mi tequila, ya tengo mi inyección, ya me tomé mis pastillas. De algo habrá de servir... y pensar que mañana me revisan el hígado en el Pablo Tobón. Sé que como siempre, todo saldrá a la maldita perfección.
Durante los últimos días he maldecido bastante a toda mi familia y a los médicos que creyeron haberme salvado porque permitieron que siguiera viviendo. Si en 2006 hubiera muerto, harto dolor me habría ahorrado en estos cuatro años.
Y en cuanto a la felicidad, a la sensación de cobijo y sosiego, fui demasiado tonta, muy estúpida. Si por experiencia he sabido que las cosas así no duran, ¿por qué me permití sentirlas? Bien andaba yo por mayo acostada en esta cama sintiendo que nada valía la pena. ¿Para qué, con qué derecho me sacaron de aquí y me hicieron creer en la eternidad del cielo? Como dice la canción, ¿dónde están las promesas y los amores eternos? Bah, duele mucho saberlo, pero mis papás, que no comprenden nada, son lo único que tengo.
En cuanto a mí, ¿cuándo aprenderé a no querer tanto? ¿cuándo me daré cuenta de que siempre, por más que lo intente, termino en el más rotundo de los fracasos, herida, maltrecha? Soy una total gonorrea que no merece nada.
Hay que sorber tequila para que no duela tanto, el Valium no sirve de nada, y el Rivotril tampoco. Por cada asomo de llanto entre los ojos y la garganta, va un trago, para que no haya lágrimas, pa que el dolor se espante. Intentaré ser machita y aguantar en silencio. Las hembras no se quejan, ni se lamentan, salvo cuando pasa algo como cuando a Chavela se le murieron Frida y José Alfredo, cosa que no es muy distinta en mí, pues de cierta forma se me murieron, a la vez, de la manera más absurda e inesperada, quien fuera mi Frida y mi José Alfredo al mismo tiempo. Y a la chingada con todo.
¿Hasta cuándo será este dolor? Supongo que mientras haya tequila lo aguantaré.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Añorando la miseria

Recuerdo cuando murió Pacho. Lo encontraron arrodillado, en posición de rezo, en la cama de un hotel, completamente desnudo. Un color azul purpúreo le teñía el cuerpo blanquecino, se trataba de un infarto por sobredosis de cocaína. Varias botellas de Don Perignon estaban vacías.
"¡Qué hermosa muerte!", dije, y todos me reclamaron una sarcasmo completamente vacío de toda intención de burla. En verdad siempre he querido una muerte así. Precisamente por eso empecé a consumir cocaína, porque cuando me la ofrecieron por vez primera, pregunté que si mataba, y me dijeron "Claro" "¿Cómo?" "Ataque al mango (corazón), le da un babeado". Déle.
Siempre admiré la decadencia exquisita que se vivió por allá en los 70 en Studio 54. Cuentan las crónicas y los reportajes y las películas que muchos murieron allí, unos por sida, otros por drogadicción. Qué bonito. Uno morir un 31 de diciembre alejado de la familia bailando a Gloria Gaynor, y todos se dan cuenta ya al amanecer, cuando la fiesta se acabó. Poder estar oliendo coca sin tener que esconderse, como cuando se toma, aunque en mi caso también me toca esconderme para beber.
Ya no me da la vida a mí para esos trotes porque me canso y me duermo muy fácil. Desde el transplante del hígado, que no fue ni por beber, ni por oler, quedé como desajustada, averiada si se quiere, para eso de lo que acá llaman la rumba. Pero qué no daría por tener todavía ese aguante y esas ganas que le tenía a la calle y a las fiestas. Qué no daría por no haber entrado a rehabilitarme y haber perdido dos años inútilmente, me los hubiera gastado en morirme degradándome, continuando como estaba, en la más absoluta decadencia moral, sin saber siquiera qué había sido la decencia alguna vez, padeciendo neumonías que mi abuelo, ya viudo, me cuidaba inútilmente, porque en las noches, ardiendo de fiebre, corría como alma que lleva el diablo a buscar más mercancía.
En ese tiempo, a pesar de todo, fui feliz. Sí, aunque vivía en las calles. Sí, aunque me tocaba prostituirme. Sí, a pesar de todas las vejaciones, porque todas juntas no se llegan a comparar siquiera con una sola que cometieron en mi contra en esa maldita clínica Alborada, la cual partió la historia de mi vida en dos, lo que ni la muerte de mi abuela había logrado. Lo peor es que en Alborada aprendí a sentir remordimiento por consumir. Antes no sentía eso. Y ese remordimiento aún me persigue, es lo que me impide salir en este momento a perderme como antes lo hacía, buscando siempre el peligro, buscando siempre la muerte, bien fuera por sobredosis, a puñaladas, por neumonía, por alguna de las cosas que traen los vicios. De hambre, eso también hubiera sido bonito. O de frío.
Todavía me queda tiempo para cumplir con ese deseo que tengo, pero no. No, porque me mataría primero un rechazo del cuerpo hacia el hígado y el dolor de estómago es terrible. Nunca me ha pasado, pero supongo que es así, porque si algo me salvó la vida fue el insoportable dolor abdominal que sentí después de haberme tomado los tres frascos de acetaminofén. Además eso no sería morir en decadencia y sin atisbo de moralidad, sino por estupidez, si es que se muere uno, porque en mi familia son tan... tan no sé cómo que me llevarían al hospital a que me llenaran las venas de esteroides. Además ya está el precedente de que yo fui como fui, y si me pierdo, eso empiezan a buscarme en todos lados y terminan encontrándome como la última vez que fui feliz en la calle, por allá en el Centro, en un prostíbulo cerca al Parque de Bolívar, con las putas cuidándome aquel primero de enero de 2003. Maldita sea la vida que no me mató la calle ese día.

sábado, 30 de octubre de 2010

Por qué soy comunista

"Caute, quia spinosa" (Con cautela, que tiene espinas)

La gente es demasiado ignorante. Sí, sí, suena a verdad de Perogrullo, pero yo digo que es ignorante no en tanto no sepan nada, sino en tanto creen que lo saben todo. Esa es la verdadera ignorancia de la que hablaba Sócrates, y por eso la describía como atrevida. Ya los mismos ignorantes, a menudo, suelen repetirle a uno, sin saber por qué, que la ignorancia es atrevida. Es como cuando les da por decir "Pienso, luego existo", y creen que el existir se deriva del pensar, cuando lo que Descartes, o quien tradujo a Descartes al español, quiso significar fue "Pienso, entonces existo", cosa que por demás es un bicondicional: existo, entonces pienso. Y también se puede quedar así: existo, pienso; pienso, existo.
La ignorancia es una llenura de saberes inútiles que el sujeto concatena para hacer raciocinios y citar, a lo pendejo, a los más grandes pensadores para creer que van a quedar bien.
Ojalá yo pudiera decir que, porque se me da mi gana y no por otra cosa, soy comunista. Ojalá. Pero es que a menudo me encuentro con idiotas que me increpan diciéndome que no puedo serlo por mi estatus social y económico. Pobrecitos. Son los que votaron por Mockus creyendo que iba a ser distinto a Santos -en la mayoría de los casos-, y no todos porque algunos me respetan. Y ni qué decir de los que votaron por Santos. Es esa pobre gentecita que cree que lo insulta a uno cuando le dice "usted no es demócrata" ¡Pero por supuesto que no! Cosa más bárbara que la democracia y sus derivados y de lo que deriva no conozco, ¿por qué creen que me están insultando, pendejos? ¿Quién les dijo que para ser comunista o pensar como tal hay que llenarse de privaciones, vivir como un zarrapastroso, ser de extracción humilde, regalar cuanta cosa tiene uno?
Vamos por partes. Ya quedó claro, yo no soy democrática y, como persona, no tiendo a respetar cualquier tipo de pensamiento, si bien tengo amigos fascistas y familiares nazis. Eso lo digo, en primer término, porque yo, Estefanía Uribe Wolff, no permito que en este blog se publiquen cosas o comentarios distintos a los que a mí me parezcan dignos de ser publicados. Eso no quiere decir en ningún momento que yo conciba que el Estado deba ser así, y con varios me peleé en Cuba por lo mismo, porque un Estado no es un blog, no es algo personal, ¿queda claro? Otra cosa es que, como en Colombia, quieran hacer del Estado una cosa privativa de unos pocos. Me parece que la diversidad, tanto de pensamiento, como de género, credo, etc., es vital en una sociedad, pero no lo es para mi salud mental. Bien. Por eso en Twitter no sigo a uribistas y cuando son hinchas del Nacional, pondero ciertas cosas. Soy intransigente, lo admito, y bastante.
Wikipedia, que se volvió el oráculo y el referente de esta sociedad moderna (yo no creo que estemos en el posmodernismo, con todo respeto) ilustrará a varios de los infelices que me dejaron ayer comentarios en este blog, sobre el modo de vida de Karl Marx. Es que a veces usan Wikipedia para demostrarme que alguien es terrorista, por eso mismo los invito a que la consulten, porque es esa misma clase de gente.
Me reclamaban que a mí me gustaba el caviar. No, no me gusta el caviar, ni me gusta la papaya, ni la leche, ni las arvejas, ni los fríjoles, ni la bandeja paisa. Pero si me gustara alguno de esos alimentos ¿qué culpa tiene mi paladar comunista? Si me gusta un Kandinsky, ¿mi sensibilidad, que está por encima de mi racionalidad y de mi credo político, también tiene que obedecer a las directrices generales de lo que la gente cree que es el marxismo? Ser comunista no es ser asceta, ni monje, ni Buda. A los budistas sí reclámenles porque anden en Ferraris, a los comunistas no, porque es que, entre otras cosas, el budismo es una religión que busca la perfección espiritual a través del ejemplo de vida de Siddartha Gautama, y el marxismo es una ideología que los capitalistas quieren hacer ver como una doctrina totalitarista que busca la pobreza y las peores incomodidades. En lo ideológico, no está prescrito vivir como Marx ni seguir su ejemplo de vida, ni tampoco esperar a que todos vivan como en Cuba, aunque, para como son las cosas en mi país, yo sí lo desearía, aunque claro, con nuestro propio proceso revolucionario (y nunca, nunca, nunca jamás a través de las armas)
Muchos de los comunistas que hay en el mundo vivimos en sociedades capitalistas y nacimos en circunstancias que no pedimos, pero que agradecemos, y no del todo, pues nuestra aspiración es que todos vivan como nosotros y no en la absoluta miseria. Yo no tengo la culpa de tener con qué comprarme ropa de las mejores marcas, y en ningún lado está escrito ni prescrito que deba privarme de hacerlo. Pero está bien, les diré que alguna vez fui tan, pero tan mamerta, que hasta me busqué un novio pobre, estrato dos, porque creía que eso me hacía más comunista que mi mejor amigo, Camilo Correa, que tenía una novia estrato alto. Ay no, y me aburrí mucho con Jairo (así se llama el pobre) porque no tenía ni con qué invitarme a tomar un tinto, se acomplejaba porque yo tenía carro y era la que sabía manejar, la que pagaba en los restaurantes, la que tenía finca para pasear los fines de semana y otras cosas de la intimidad como eso del pago de lugares cubiertos en la noche que no es pertinente contar aquí. La pasé tan mal en esa relación, tanto, que entonces deseé con más ahínco un sistema comunista en el mundo, para que no existieran esas barreras de las clases sociales y que, como dice la ranchera, poder cantar "sólo sé que me quieres como te quiero yo", pues nada es más importante para mí, ni siquiera el comunismo, que la perfección de una buena ranchera.
No bebía ni siquiera aguardiente, sino vino Tipicalísimo o Cherrynol, cuya garrafa costaba menos de un dólar por allá en el año 2001. Les echábamos Halls y cerveza para que no nos supiera tan horrible, imagínense. Yo pagaba siempre, por supuesto, porque mis compañeros de filosofía de la Universidad de Antioquia (y entonces mi papá no era el rector) a duras penas tenían para el pasaje en bus, el cual, muchas veces, también se lo pagaba a casi todos. A la hora del almuerzo, como Bienestar Universitario les regalaba la comida, nos juntábamos todos a comer banano con Chocolisto, bocadillo de guayaba y un sánduche pequeño. Era la manera como ellos me agradecían, también porque nos gustaba compartir. No compraba el gramo de perico de 60 mil pesos, sino el de cinco mil que vendían en el Barrio Lovaina, al lado de la Universidad, que me dejaba las narices vueltas nada, e igual, el mundo seguía sin cambiar a pesar de que yo me había sometido a vivir como lo que yo creía entonces que era una comunista. Y me vestía mal también, pero los pobres seguían siendo pobres y ya Bush quería invadir Irak. Del mismo modo, Cuba continuaba bloqueada por los Estados Unidos, a Osama Bin Laden nada que lo encontraban, la señora del servicio de mi casa perdió a su hijo, yo a mi abuela, Uribe fue electo por primera vez como presidente de los colombianos, Medellín, la ciudad, seguía siendo la peor del mundo, mientras que Medellín, el equipo, el mejor, enlistándose para ser campeón después de 45 años en 2002. Ah sí, y mi ídolo, que en ese entonces era Gloria Trevi, seguía en la cárcel. Para padecer lo de ella, me encerraba el día de mi cumpleaños en el baño de la casa de mi abuela, pero nada, eso no la liberaba, ni tampoco la liberó.
Conocí muchos de los barrios que llaman marginales de esta ciudad. Como no soportaba la realidad que se vivía en mi casa, que era el cáncer pancreático terminal de mi abuela, el amor de mi vida, me pasaba semanas en La Toma, Bello, Castilla, La Francia... ya ni me acuerdo. Y ya después, cuando ella se murió y yo entré a estudiar derecho pero me salí por mis problemas con la adicción a la cocaína, terminé viviendo en la calle. Kosovo quedó destruido, Afganistán estaba ya invadido y no sé cuántos miles de hombres se preparaban para masacrar gente en Irak. Lo único bueno que pasó por esos días, gracias a mis desgracias, valga decirlo, fue que se tumbó un referendo que prepararon Fernando Londoño y Álvaro Uribe. Nada más.
Varias veces fui montada en tanquetas de la policía por no quererme ir para mi casa, yo prefería la calle. Los agentes me violaron una vez en la inspección de El Poblado. Y nada que el mundo se volvía comunista, ¡qué cosas!. Ya no era que no comiera ni bandeja paisa, ni caviar, ni papaya, era que no comía y pesaba como 48 kilos. De todos modos me enteré de que en el norte de Argentina había niños que se estaban muriendo de hambre. Yo también, pero era lo que estaba buscando. Y para conseguir perico ya me tocaba prostituirme porque ni me alcanzaba para el de cinco mil de Lovaina, para el de ningún lado de la ciudad; una vez me rayaron con un picahielos la nalga y los brazos; otra, un tipo me pasó un cuchillo por todo el cuerpo para asustarme, y otra, y otra, y otra... da para una novela. Pero el caso es que tanta miseria no permitía ni siquiera que Serpa, que es mi candidato por excelencia a la presidencia, fuera presidente. Ya ni siquiera estamos hablando de comunismo, compañeros.
Años después mi vida se "compuso". Me quedé sin amigos porque muchos se murieron de sobredosis, y otros, los que conocí en rehabilitación, se perdieron, se avergonzaron del pasado que nos unió y dejaron de hablarme. Aquellos de los que hablé cuando tomábamos Cherrynol ya no se juntaban conmigo porque yo ya no consumía, y además, ellos siguieron estudiando filosofía en la U de A, mientras que yo, por orden de la psiquiatra de Alborada, tuve que entrar a comunicación social en Eafit, de donde salí honrosamente condecorada, es decir, me echaron que por contestataria, panfletaria, no sé qué tantos epítetos. Ah sí. Que por comunista. Para entonces ya tenía un iPod nano, de esos fucsia hermosos que todavía conservo. Fíjense, ahí se puede oír música comunista, inclusive los discursos del gran Fidel Castro, de Jorge Eliécer Gaitán, de Allende y otros tantos. Y en el carro que tenía, podía llevar hasta la casa a muchos de los amigos que no tenían con qué pagar el pasaje hasta donde vivían.
Yo soy comunista porque no me convence el capitalismo, tampoco lo que llaman sus bondades. Soy comunista porque me crecen el pelo y las uñas, es decir, por algo inevitable. Soy comunista porque no concibo que haya gente que se compre Rolex con diamantes incrustados que le costaron la vida a decenas de mineros en algún lugar del África y tuvieron que dañar la tierra para que alguien pagara 200 mil dólares y ahí, saber qué hora es. No es que esté en contra de Rolex, si tuviera con qué, le regalaba uno a mi papá, pero hay extravagancias que no soporto. Tampoco quemo banderas estadounidenses, porque si bien odio el patriotismo y los nacionalismos, sí respeto el sentimiento del pueblo norteamericano por sus símbolos patrios, y además, porque la cultura y la sociedad de ese país me fascinan, como me fascinan la cultura y la sociedad cubanas. ¿Qué me gano, además de ofender, con quemar una bandera? ¿no me dañé lo suficiente a mí misma para que hubiera comunismo, para que hubiera justicia? ¿y qué pasó?
Me puedo ir a vivir a alguna parte de la periferia de la ciudad y renunciar, como alguna vez, a todas las comodidades que tengo. Puedo suplantar el papel del Estado regalándole plata a los más necesitados, becando a estudiantes (cosa que ya se ha hecho) como me lo sugerían ayer, y también, si tuviera la plata, construirles casas a quienes no las tienen. Pero entiendan, soy comunista precisamente por eso. Porque es el Estado el encargado de suplir esas necesidades, no la caridad, ni la empresa privada, ni las sociedades sin ánimo de lucro como la que tiene Shakira para evadir impuestos.

viernes, 29 de octubre de 2010

Medellín vedado

Vivo a menos de media cuadra de La Strada, el sitio que ahora está de moda en Medellín y que vino a reemplazar al Parque Lleras. No es que no lo conozca. De hecho muchos fines de semana he ido allá a comer sushi o a tomar cocteles, antes de que se volviera tan famoso.
La música de allá me llega como diciéndome "Esta es la ciudad que te está prohibida, para ti son las ollas, el Barrio Antioquia, los lugares proscritos". Me aburro mucho en las discotecas, mucho. Sobre todo desde que el reggaetón se puso de moda. Eso fue por el año 2003, cuando no podía salir porque andaba en rehabilitación. De todos modos, como cuando uno es niño, yo me antojo de que alguien me invite a uno de esos bares de La Strada, igual que como cuando todos comen mocos juntos o se agrupan para humillar al cojito, al débil, al de las orejas grandes.
¿Qué habrá allá que no haya en otros lugares? No sé, supongo que eso que llaman gente play. Sí, de esos muchachos hermosos y brutos que a mí me fascinan por su manera de vestirse y hablar, por la torpeza con que conciben el mundo, con los cuales a duras penas puedo soñar por mi manera de ver la vida, por mi forma de ser, por mi ontología. Todos llevan a un paramilitar en su corazón, todos admiran al presidente Uribe profundamente, todos quieren a la vieja más hermosa de la discoteca, esa que imaginan que se los va a mamar con destreza pero que en realidad es una mojigata que a duras penas conoce la posición del misionero, cosa que les viene muy bien porque son tan conservadores que aquella que algo les enseñe en la cama es, como poco, una puta consumada.
Esa música, venía diciendo, me dice a mí "mirá de lo que te perdés por pensar como pensás, por no unirte a la manada, por no saberte maquillar y ser bonita como las otras. Date cuenta de que lo tuyo es coger un taxi, ir al Barrio, comprar mercancía o esperar a que alguno de los viciosos amigos tuyos esté sin parche para que te invite a salir a un lugar clandestino, donde no te vean con ellos, donde nadie se burle de vos". Pero se burlan. En los lugares clandestinos también se burlan.
No es por mi psicosis, pero es que Medellín es un lugar vedado para mí. Está llena de recuerdos infames e ingratos donde me humillaron y me hicieron sentir mal alguna vez. Otros, donde sólo la soledad me acompañaba, y a veces, lugares llenos de nostalgia por gente que ya no está o que no existe.
Medellín, su sociedad sucia, puso en mí un estigma enorme, una letra escarlata de la que no me puedo deshacer. Por eso, para su cumpleaños, que es pronto, de regalo le deseo mar, para que haya un maremoto y acabe con la maldita ciudad que engendrara a Álvaro Uribe Vélez y a José Obdulio Gaviria, al Nacional, a Andrés Felipe Arias, a los encapuchados de la Universidad de Antioquia, a la asquerosa bandeja paisa, a la Feria de las Flores y a esa Strada a la que no puedo ir por no ser como los demás quieren que yo sea.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Piedad

"Piedad, no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme".

Cuando uno está psicótico, es como si "alguien" por dentro le dictara a uno cosas, especialmente lo alerta. "Te están persiguiendo" "Ya no te quieren" "Vienen por ti" "Mátate". Disociaciones.
Anoche la soledad y esa sensación de desamparo me dictaron todas las palabras que escribí, y por cierto, reconozco que me salieron hasta bonitas.
De hecho siento que escribo mejor cuando la psicosis ataca que cuando no está conmigo, tal vez sea ese el precio a pagar por una buena escritura.
Pero cuidado, que no se me puede hacer mucho caso cuando estoy así. La ventaja que tengo como escritora, de todos modos, es que la ficción me es muchas veces permitida, así yo la crea una realidad por instantes, y la creo real a veces para bien, para sentir que una ausencia es presencia, como la creo real para mal, cuando siento que una presencia es una ausencia.
A pesar de todo, desde mayo más o menos empecé un proceso de sanación del alma. Mi psiquiatra, que a veces pareciera que no sirve para nada, me ha sabido dar el consuelo de que no son enfermedades crónicas, sino síntomas que obedecen a situaciones como las que me producía el saberme sin amigos, pues todos ellos viven lejos de Medellín. Todos. Tengo, además, inmensas heridas que ni siquiera han empezado a cicatrizar, como esas que me produjeron las burlas de los niños en el colegio, el adolecer la calle, los manicomios, los centros de rehabilitación y el estigma que esas instituciones trajeron a mi vida. Pero ella apareció. Quiero decir, apareció mi abuela. Se me manifestó a través de una mujer encantadora, inteligente, solidaria, éticamente imbatible, cariñosa y comprensiva. Y le dio por aparecerse con el más apropiado de los nombres para una situación como la que estaba viviendo: Piedad. No sé qué signifique Esneda, pero con Piedad me basta.
Hoy el procurador confirmó su destitución en la política, cosa absurda porque él no está habilitado para aplicarle ese tipo de sanciones a los congresistas. Pero ella, cuyo nombre es Piedad, o mi abuela -quizá las dos- me volvió a sacar de entre los muertos sin darse cuenta. Con Piedad.
Cuando uno quiere y admira tanto a alguien y termina por tenerle un amor tan grande, al escribir sobre esa persona se cae inevitablemente en lugares comunes. Eso es así. Sin embargo, esos lugares comunes, esos recursos retóricos, nunca serán suficientes para hacerle sentir a quien han maltratado un poco de afecto y de solidaridad.
Tal vez, contrario a lo sucedido, la confirmación del fallo de la Procuraduría me hubiese hundido más en la tristeza. Tal vez ese alguien que hay adentro hubiera querido dictarme muchas cosas insólitas como "fue por tu culpa" "mátate" "enciérrate". Pero tal vez otro alguien de afuera me dijo "vive" "escribe" "sonríe". Ya hasta me siento Deepak Chopra al hacer esas suposiciones, pero es verdad. Sentí un impulso vital para estar bien, con fuerzas. ¿Será eso parte de la psicosis? No lo sé, pero ese estadío me gusta.

martes, 26 de octubre de 2010

Infame soledad

La soledad, sentir el abandono, el miedo que produce saberse desamparado, todo eso, es un sentimiento infame, un taladro que emplea la memoria para torturar el alma. Aún no logro hacerme a la idea de su ausencia, de sus correos, de sus tweets, de su sonrisa, de su amistad.
Apenas me estoy haciendo a la idea, con unas cuantas gotas gruesas nublando la mirada, de que ya no tendré a quién contarle historias, abrir viejas heridas para sanar las cicatrices, tratar de ver el mundo desde su óptica de líder mundial.
Yo tuve una idolatría que se convirtió en amistad. La tuve dos veces. La tuve con Gloria Trevi primero, con Piedad Córdoba después. Como mi abuela aún me acompaña a pesar de haber muerto, a menudo me recuerda: Niña, lo que se soba, se pela. ¿Qué se sobó? ¿quién sobó qué? No lo sé, pero mi abuela insiste, y algo se peló, quedó una herida, una llaga purulenta dolorosísima que no deja de punzarme entre el alma y la piel.
Tal vez algún día, a manera de sanación, ellas me hablen en este blog como de repente me habla Juan Pablo o yo le hablo a él. Cuando ya no sea un constante martirio el saberme bloqueada y humillada, cosa que pasó con ambas, cuando no haya homosexuales resentidos de por medio que de celos decidieron romper con cosas y sentimientos tan sagrados.
Y entonces, un día, ya sin titubear mientras el llanto sube por la garganta podré recordar "sí, Piedad Córdoba fue mi amiga".

lunes, 25 de octubre de 2010

A Juan Pablo

Cielo, me es imposible no sentirme como en Alborada. Las dosis de pastillas son altas, aunque no tanto, pero para el tiempo que llevo sin dosis como las de allá va siendo lo mismo. Además porque te tengo tan cerca y tan lejos, prohibido el contacto, los besos, los abrazos, las caricias. Te pregunté de qué servía así la vida, pero te asustaste como te asustas siempre, y entonces acudiste a otro, esta vez a la senadora. Todo esto es tan difícil. Ahorita, cuando me estaba quedando dormida, algo me punzó el pecho, algo como agudo, como cuando uno tiene susto, y no, resulta que no era eso, que era la taquicardia que me da cuando estoy cerca de ti, es el amor, se trata de una necesidad imperante de tus besos y de tu cuerpo al lado mío. Todavía la siento y es como una agonía. ¡Qué inmensa es mi cama! Qué inmensa es cualquier cama en la que duermo, por más pequeña que sea, si no puedo compartirla contigo. Y las pastillas, por muy fuertes que sean, por muchos pensamientos que puedan esconder tras sus efectos somníferos y apaciguadores, no llegan a ser nunca tan fuertes como mi amor, que logra esquivarlos y ponérseles por encima, reduciéndome a este estado de abandono y de locura. No van a comprender nunca que ni siquiera matándome evitarán que piense en ti.Mira, cuando me desperté del coma por la encefalopatía, sentía un dolor que no te puedo describir, en el estómago. No entendía nada, todo era confuso, la lógica me había abandonado. Y en medio de todo eso, de las alucinaciones, del peligro de muerte, del vómito, de la sed, de la inmovilidad y de la rabia que tenía, alcancé a pensar “¿Y Juan Pablo?” A duras penas reconocía a mi mamá y a mi familia, pero tú, tu recuerdo, todo eso estaba intacto: “Juan Pablo, Juan Pablo, mi niño, no me dejen viva sin Juan Pablo, por favor, exijo mi derecho a morir” Y me inyectaron Valium, pero seguí pensando en ti. Al espíritu, a mi espíritu que te pertenece, ni lo pueden inyectar, ni calmar, ni domar, ni sedar. El espíritu, como el alma, se manifiesta en el cuerpo, por más que al cuerpo intenten adiestrarlo y a la mente quieran aquietarla. De todos modos ayer te lo dije: cada célula, cada curva, cada molécula de lo que me compone fue concebido para amarte, así, entonces, no es posible que eviten nada de esto, porque aún si me descuartizaran y me pulverizaran, quedará un átomo o algo que esté dentro de ese átomo, quizá un neutrón, un protón, un electrón que te pensará y te amará por siempre. Por eso, creo, cuando al átomo lo parten en dos crean una bomba atómica, porque es energía pura, e imagínate amor mío si esa energía es tan potente como esto que siento por ti.

jueves, 21 de octubre de 2010

Plantilla

Esto parece el blog de un hombre. Y si no de un hombre, de una mujer que milita con fervor en el Partido Conservador Colombiano.
Pero no, todo obedece a razones de ánimo y "estética". Ya he intentado con un sinnúmero de plantillas y ninguna me ha satisfecho, porque el rojo, que es mi color favorito para la política local y el fútbol, resulta que altera las pupilas y la mente. El rosado, que me conecta tanto con mi infancia y mi estado mental de querer estar siempre en la niñez, fue desplazado por un sentimiento que no sé describir y que apareció a partir de que empecé a trabajar con Piedad Córdoba. Ya ensayé con imágenes de fondo, con diseños estrafalarios, y hasta hubo un tiempo en el que esto fue verde.
Escribo sobre esto porque en realidad no he publicado nada desde hace meses. Viajé a Cuba a cursar un diplomado en periodismo sobre la crisis económica y cómo afecta a América Latina, pero yo de mis viajes no hablo, ya va para un año que prometí relatar lo de Europa y ni siquiera me ha pasado por la cabeza empezar a hacerlo, ha de ser porque yo hablo de las cosas que me tocan en la médula del ser, y esos viajes, si bien los disfruto y me siento mejor que en mi ciudad, no son dignos de ser relatados. Bueno sí, sólo el de Cacarica. Pero es que además todo quedará como una crónica, como un reportaje, como un texto periodístico, qué pereza.
He estado pensando también en eliminar las entradas que hay aquí sobre Gloria Trevi, ¡son tan inaportantes! Y mal escritas. Sí, hay muchas cosas mal escritas, pero al menos son de interés general. Lo que pasa es que esas entradas corresponden a una época en la que me mantenía como zombi en sus foros, pendiente de todo lo que hacía, pretendiendo quedar bien o sacando toda la rabia que me producía el "divismo" de esa mujer. Ay, tema superado, consultaré con un amigo a ver si le parece que las elimine, o bien me pueden dejar aquí sus apreciaciones.
Perdonen que de repente la redacción esté medio rara. Lo que pasa es que he estado leyendo a Saramago. A mí se me suelen pegar las cosas de los escritores, y no precisamente para bien. Entonces, como don José bien pone una coma de manera aparentemente arbitraria, omite otras, cambia las mayúsculas a su muy sabio parecer, me va pegando el ritmo y es muy difícil deshacerse de eso... es como cuando hablo con los mexicanos, que me es inevitable empezar a utilizar su acento, lo que no hace que hable como mexicana, ni tampoco que se oiga bien.
Listo, ya está la entrada de octubre (odio la palabra "post")

viernes, 30 de julio de 2010

Amor

Yo la vi llorar como nunca he visto llorar a nadie en la vida. Sólo tenía 16 años, pero quise saber a qué sabía su dolor, entonces la besé en las lágrimas. ¿Qué haces?, me dijo. Si no sé a qué sabe tu llanto, ¿cómo quieres que te haga feliz?
Pero sus lágrimas no tenían el sabor del mar. Al principio un sabor muy amargo, como el de la cocaína, anestesió mis papilas gustativas. Luego, con un sabor prolongado, sabían dulces, más que el azúcar y la miel. Algo de ácido, quizá por su humor, tal vez por su manera de ser, me supo agrio en el paladar... su llanto era como los colores del mar Caribe, difusos, difuminados, afeminado y tosco, tierno y brusco, masculino, muy macho, de hembra en celo, muy femenino.
Nunca pude quitárselo. No el llanto, tan inusual en ella; la tristeza, todavía tan habitual, como si fuera algo que cargara desde tiempos inmemoriales, algo que portaba con la cadencia de su voz y la altivez, la altanería y la decadencia de sus ojeras.
Me alejé de ella cuando comprendí que su amor hacia mí iba a matarla. Si me alejaba tal vez se suicidaba, pero si me quedaba, si la dejaba a mi lado, si por algún motivo hubiera permanecido conmigo podía morirse de amor. No es pretencioso afirmarlo. Lo digo yo, que soy ella a través de sus letras, a quien amó y a quien amará mientras viva, aquel que con un primer beso logró lo que ningún hombre en su vida, a sus veinte, y cayera en sus brazos -en los míos- en, con un éxtasis absoluto.
Yo, Juan Pablo, a través de Estefanía puedo decir que ningún hombre en el planeta, en la historia de la humanidad, nadie, ha sido tan amado.

lunes, 28 de junio de 2010

Viaje a Cacarica

Ya no necesito tomar Rivotril para escribir. El miedo que me producía el lector, tantas veces expresado aquí, se ha ido pa'l carajo. Creo que la rabia dejó florecer muchas cosas, y el dolor que mencionaba, al final, se convirtió en un sueño tan nítido que me hizo regresar a esa deplorable labor periodística que pretende buscar esa verdad científica y comprobable sobre la realidad. Por más que uno quiera alejarse de lo que más detesta, termina siendo víctima de sus propios caprichos... heme aquí, entonces, narrando una experiencia que ocurrió en un periodo de tres días.
Tenía unos once años cuando la vi por primera vez. Mi abuela Lucinés, siempre presente en las cosas más trascendentales de mi vida, habrá siempre de aparecer en esta historia como el recuerdo más craso y a la vez más distante, porque ella, más que yo, ha hecho de la pesadilla política y social que es Colombia una realidad dolorosa y latente que me apuñala el espíritu toda vez que el nombre de Piedad Córdoba Ruiz aparece en un diálogo, un noticiero, la portada de una revista o en innumerables insultos. Samperista como era, siempre que Piedad intervenía a favor del ex presidente le subía el volumen al televisor y me decía: Niña, póngale cuidado a esa señora. La próxima vez voto por ella.
Años después, tras su muerte, habría yo de verme involucrada participando en política de la manera que más me choca: asistiendo a votar. Y todo por el recuerdo de esas tardes electorales en las que me llevaba de la mano a un puesto de votación para que, luego de que ella ejerciera ese derecho que tanto amaba, me hiciera untar, como a ella, el dedito de tinta roja. Además, alguien tenía que votar por esa señora que, además de ser negra, liberal, defensora de las putas y de los homosexuales, de las mujeres, de los indios y de los de su raza, encarnaba, sin yo saberlo para entonces, un montón de ideales en común que no logra nadie representar con tanta verticalidad y coherencia como lo hace ella. Resulta que es que Piedad también es comunista, muy a pesar de su papá, quien la obligó a estudiar en la Pontificia Universidad Bolivariana para ver si se le quitaba ese embeleco. Afortunadamente para ella y para la higiene mental de nosotros, los curitas ya bajaron su foto del mosaico donde aparecía al lado de una caterva de godos cavernarios. Eso, creo, sí hay que agradecérselo a la intolerancia que empezó a abundar a partir de que el señor Álvaro Uribe empezó a gobernar. Esos gestos son muy generosos, y más tratándose de una universidad que señala a los homosexuales como enfermos en pleno siglo XXI. Es tan honroso como el hecho de que Fernando Londoño Hoyos (aquel que encarnó el primer escándalo del gobierno por el robo de las acciones de Invercolsa) o José Obdulio Gaviria (el primo hermano de Pablo Escobar y asesor del presidente) lo tilden a uno de guerrillero o que, en el caso de ella, cometan todo tipo de errores desesperados para vincularla con las Farc. En resumidas cuentas, es como cuando a un apóstata lo excomulgan.
La Pontificia Universidad de la que ella salió, además, tiene que cargar con que todos en Medellín la llamemos Bolivariana, a secas, como llama Chávez a su Venezuela y a ese remedo de revolución, tal cual Piedad Córdoba denomina su pensamiento y su manera de ser: bolivariana. Muy a pesar de que a mí no me guste el enano libertador, ella es bolivariana.
Muchos me preguntan cómo llegué a tener un contacto con ella. Yo también quisiera saberlo. No sé qué fue lo que hice para que ella, que recibe miles de correos diarios y llamadas del mundo entero, que la buscan tanto para perseguirla y atormentarla como para decirle que la adoran y que la admiran, viera en mí algo que ni yo misma reconozco. De repente me vi viajando al lado de ella, comiendo en la misma mesa y durmiendo en la misma pieza; teniendo la fortuna de ser asesorada en política por una mujer a la que he admirado desde la inocencia política que tenía a los once años y a la que seguí admirando después de haber bajado de su pedestal a otros líderes de la izquierda mundial como Fidel Castro, Ernesto Guevara y Hugo Chávez. Recuerdo bien que en Cacarica me preguntaron unos líderes estudiantiles ¿eres guevarista, leninista, maoísta? No, les dije, a ninguno de esos hijos de puta los admiro, yo soy piedadcista si es que están buscando que me adhiera a alguna corriente, porque todas las demás son asesinas y me avergüenzan. Yo no me dejo encuadernar ni encasillar en nada, proseguí, pero si me quieren llamar de algún modo, entonces que sea ese: piedadcista. Esos ismos y personalismos, creo, son los que han hecho que el discurso de la izquierda fracase.

***

A veces los recuerdos me aprisionan y me obligan a ahondar en pensamientos que quizá nada tienen que ver con lo que esperan leer. Intentaré apartarlos.
A mi llegada a Apartadó, la senadora me regaló un abanico. No sabía qué decir exactamente para darle las gracias, ni tampoco para derribar el miedo que tenía de no llegar a llenar las expectativas que había generado en ella con esos correos que nos enviábamos hasta que, como a eso de las tres de la madrugada, nos vencía el sueño y reanudábamos al día siguiente. Ir con ella a visitar Cacarica, en todo caso, representaba para mí, más que un gran orgullo y un logro inmenso, una responsabilidad con ambas de la que no iba a ser fácil desembarazarme. Aún no logro hacerlo. Creo que después de las vivencias que tuve allá, seré responsable para siempre.
Durante el trayecto que va de Apartadó hasta Turbo, ella se burlaba por el celular con alguien de las inconsistencias de una nueva denuncia que hay en la Corte Suprema en su contra por haberse reunido con un tal alias Mincho en el mes de marzo, cuando finalizaba su campaña. Un ucraniano tenía como prueba irrefutable de su pertenencia a las Farc unas fotos que había tomado en esa visita suya. Se burlaba de eso, pero estaba preocupada por la captura de cuatro personas que estuvieron con ella en ese encuentro, pues habían sido, para variar, torturados por las autoridades carcelarias de este país.
Los que viajaban con nosotros me dijeron que ya estaban más o menos acostumbrados a esas situaciones. ¿Acostumbrarse? Jamás. Uno, al menos pienso yo, no debe perder la costumbre de la indignación, aunque entiendo que de tanta injuria se termina por reír para no odiar. En mi caso, para contrarrestar todo eso, le hacía bromas como "déme las coordenadas para poder ir al baño" o "le voy a decir a todo el mundo que usted me puso a dormir en un cambuche". Bueno, es que sí, en un sentido estricto me tocó dormir en una colchoneta que pusieron en el piso, pero era muy cómoda. Ella se moría de la risa. "Le voy a decir Teodora de Bolívar siempre y cuando usted tenga la deferencia de llamarme a mí Emilana Juárez, y así, año tras año, nos vamos cambiando los alias a ver si dejan de jodernos". Hace mucho que en vez de pelear con los que tanto la atacan y la ofenden, preferí demostrarle con humor y con amor todo el respeto y la admiración que le tengo; por fortuna ahora logro hacerle llegar todo eso directamente, todos los días, y no contentándome con animarla a través de Twitter y Facebook esporádicamente.
En casos como estos hay que luchar y pelear sin cansancio, con paciencia, hasta que el tiempo y la dignidad sepan poner todo en su lugar.

***

Desde hace muchos años quise comprender el significado de la canción "Sobre una tumba humilde", de José 'Cheo' Feliciano. Una cosa es escuchar esa canción, otra cosa es conocer lo descarnado del asunto.
Turbo me lo mostró. Cuando llegamos al monumento a las víctimas del desplazamiento y el horror que vivió esa región del país en 1997, la letra de las tumbas humildes retumbaba en mi cabeza, como queriéndome aturdir. Tal cual lo describe 'Cheo' es esa situación: desde que empieza con el pregón

"Bueno, está probado, mi gente,
que la riqueza del pobre es el amor,
el puro amor, que ni la muerte se lo lleva...
sentimiento tú."

Bah, citar esas palabras no remediará el hecho de tener que narrar lo vivido. Hay que pararse en ese monumento, quizá como hay tantos en este país donde se premia con estrellas y no sé qué tantas cosas a los coroneles que perpetran las masacres en contra de la gente que los construye. Aquí, donde ni siquiera el Estado tiene la gallardía de disculparse y en vez escupe sobre las víctimas; así que es mejor que ellos mismos construyan con cemento, madera y vinilo su honor a que permitan que algún día Uribe edifique su desgracia haciéndoles una placa de mármol o de cobre. Ya no lo hará porque ya se va. Ojalá que nunca nadie pretenda reemplazar esas humildes alabanzas a la vida de los que murieron por defender sus derechos en medio de esta maldita guerra eterna por letras incrustadas en mármol, que aquí ya no es necesario consagrar a más mártires, empezando por Jesucristo y todos esos que menciona el feo himno nacional. Es preferible que celebremos la vida con colores de material humilde como el vinilo, porque oro y mármol hay en las casas de todos los asesinos de este mundo: en el Vaticano, en los condominios de los mafiosos y en la Casa de Nariño.
A pesar de la solemnidad del sitio, la gente es festiva. Tal vez porque lo solemne no se contrapone a lo festivo. Y más festiva se puso la cosa (y también más solemne) cuando llegó la senadora al lugar y la gente notó su presencia. Corrían todos a abrazarla, a tomarse fotos a su lado, a decirle cuánto la querían, a demostrarle su agradecimiento por la lucha a favor de la gente de la región. Algunos no la reconocieron porque "no es tan negra", decían. Tuvieron que guiarse por el turbante, tal vez por lo imponente de su presencia, no lo sé. El primero que se le acercó le rogó que le diera un trago a la botella de cerveza que se estaba tomando, que era un honor. Es gente que sí ha vivido los horrores de la guerrilla, del gobierno, del paramilitarismo y que no se tragan el cuento chimbo de que ella es de la cúpula de las Farc. Gente que no señala porque sí, a pesar de que los fiscales y jueces los presionen y los sobornen para que lo hagan en contra de quienes ellos les dicen, y en cambio sí reconocen muy bien quiénes fueron los Gaviria y los Uribe Vélez, los Rito Alejo, en fin, los verdaderos agresores y asesinos. No lo digo yo, lo dicen ellos en canciones, en videos, en relatos personales. Por eso, y que me perdonen ciertos amigos míos y amigos de mi papá, la presencia de Piedad Córdoba los gratifica y les honra, mientras que la de ciertos dos ex gobernadores de Antioquia les repugna y los ofende. Y tanto allá como en Cacarica nos dijeron que no habían votado por Rafael Pardo, a pesar de ser el candidato al cual apoyaba la senadora, por ser quien era su fórmula vicepresidencial.

***

Creo que es mucha la gente que tendrá que perdonarme en realidad. Antioquia endógama y Medellín impío son los verdaderos responsables de todo. De que yo conozca, sin haberlo buscado, a los sobrinos de Carlos Castaño, de Pablo Escobar, del canciller Granda; al hermano y al hijo de Álvaro Uribe, a los hijos de Fabito, a llevar el mismo apellido del presidente. En ese sentido, sí, creo que los burros se buscan para rascarse, yo no le encuentro otra explicación.
Haber conocido a Piedad Córdoba fue distinto. Si bien ella también es de por acá, algo, no sé qué, no había permitido que tuviera contacto con ella hasta hace un mes. Supongo entonces que a sus hijos no los conocí, como a los de esa ralea, por misterios del destino que me resultan felices. Pasa que ella aborrece las armas, la guerra, la corrupción, el secuestro, el narcotráfico, la trata de blancas y todas esas cosas que ellos encarnan. Quizá por eso sus hijos no fueron a parar al mismo colegio que yo, que fue donde conocí a tantos de ellos, ni a Eafit, que fue donde conocí a tantos de los otros.
Sí, son especulaciones, pero es que yo no soy periodista y por eso divago en este tipo de cosas.

Por eso mismo sé que muchas de las cosas que ya dije acá, como las que continuaré diciendo, molestarán bastante a muchos. Por ejemplo, esta tarde estaba comentando a través de Twitter que la carretera modernista que quieren construir para viajar a Panamá es una monstruosidad. De inmediato, una editora del periódico El Mundo, del que son dueños los ya mencionados Gaviria, a quien ella cree que yo les debo mucho cuando en realidad a quien le debo es a ella, pero no por eso callaré, me dijo: Estefanía, es una necesidad para proteger el ambiente y a las gentes amenazadas por las Farc y las Auc, que se ocultan en el Tapón”. La gente de Cacarica, que es la que padece estas amenazas, dista mucho de opinar a como opinan los finqueros de esta región, como lo son sus jefes Guillermo y Aníbal Gaviria. Segundos después volvió a arremeter en mi contra, ya con rabia e intolerancia, diciéndome “Qué tristeza que te refugiés en tu ignorancia para confundirte y enredar a otros. Con el tiempo que tenés podrías estudiar los temas”. A lo que se refiere ella es a que me siente a leer los pasquines que sacara El Mundo cuando Aníbal era gobernador de Antioquia o leyera los estudios pendejos de la Enviromental and Sistems. Lo cierto es que no es lo mismo haberse leído un montón de cartapacios del tamaño de la Biblia a amar y respetar, como aman y respetan los chocoanos, los indígenas, las campesinas de esa y otras regiones a una tierra que les ha dado la vida y la seguridad alimentaria y que, no me quedaron dudas, la esperada llegada del ejército nacional a esa zona es lo que menos toleran. Ellos son felices con sus viajes de varios días a pie, en chalupas y rodeados de mosquitos. No sueñan, como ella y los ciudadanos ávidos de ser colonizados por la conciencia modernista, pasear por carretera hasta Panamá –entre otras cosas porque ni carro tienen-, ni que la zona se convierta en un foco de prostitución con la llegada del turismo o que, como en ocasiones anteriores, los desplacen y los masacren en nombre de lo que conocemos como seguridad democrática y lo que se convertirá en algo peor por el vocablo empleado: prosperidad democrática. Su manera de concebir la Naturaleza, la vida, el ecosistema y la paz son harto distintas a las nuestras. Por eso los están masacrando, algunas veces con los monocultivos de palma de cera, siembra de banano y yuca, otras con poner dragadoras de petróleo, y otras, con la explotación minera. Pero sí, supongo, y es triste reconocerlo, que para ella es más importante un estudio universitario que el conocimiento y el sentimiento de pertenencia hacia la tierra que tienen los nativos. Tal vez para ella es justificable que quienes los desplazan y los masacran y los saquean jueguen después con las cabezas que cortan un partido de fútbol. Al fin que lo que viene después es la materialización del sueño de sus patrones y el de nueve millones de colombianos que prefieren tener una imagen favorable del país con estas bellaquerías y el cuentecito ese del crecimiento económico. A esas y otras cosas macabras nos han llevado ese afán de buscar a toda costa una idea de modernidad bastante errada.

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Hubo algo que me conmovió hasta las entrañas.

Nos quedamos a comer en la casa de una señora llamada Dolores de Guerra. Ella quería hablar con la senadora de su situación. Los paramilitares, con la ayuda del ejército, asesinaron a su marido y desplazaron a su familia de la parcela que les había otorgado el gobierno gracias a la Ley 70 de 1993, de la cual es autora Piedad, que dice, en su artículo primero: Lapresente ley tiene por objeto reconocer a las comunidades negras que han venido ocupando tierras baldías en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico, de acuerdo con sus prácticas tradicionales de producción, el derecho a la propiedad colectiva, de conformidad con lo dispuesto en los artículos siguientes. Así mismo tiene como propósito establecer mecanismos para la protección de la identidad cultural y de los derechos de las comunidades negras de Colombia como grupo étnico, y el fomento de su desarrollo económico y social, con el fin de garantizar que estas comunidades obtengan condiciones reales de igualdad de oportunidades frente al resto de la sociedad colombiana.

Es decir, ningún finquero, ningún minero, ningún mafioso, paramilitar o guerrillero podía, por ley, comprar nada allí. La enuncio para que entiendan por qué los desplazaron, los torturaron y los desaparecieron. La enuncio porque para ella es un dolor inmenso que, al haber propuesto esa ley, su amado Chocó hubiese sido acribillado de esa manera. La enuncio para que se den cuenta de que no sólo se ha dedicado a hacer oposición y a ser rebelde toda una vida. La enuncio, en fin, porque leerla me hizo comprender más todo este asunto y admirarla a ella otro poquito.

Pero lo que me conmovió hasta las entrañas no fue eso. Estaba hablando la senadora con la encargada de la sección política de El Espectador para esclarecer lo del ucraniano aquel cuando un niño hermoso, de piel negra, le estiró la mano para pedirle un autógrafo. Ella lo saludó. Entramos a la casa a comer, cuando de repente un bullicio infantil, como esos que se oyen en los parques de diversiones o en las piñatas, invadió el ambiente. Había decenas de niños, quizá unos cien, aglutinados afuera gritando su nombre, aclamándola, todos con lapiceros y cuadernos en mano esperando a que les autografiara algo, aunque fuera su piel morena, alguna prenda de vestir, el cuaderno escolar… lo que fuera. Uno tiende a pensar que la situación de Piedad Córdoba en todo el país es idéntica. Que tanto en Urabá, como en Medellín, la gente llega hasta el punto, como sucedió una vez en un aeropuerto, de cogerla a golpes e insultarla. No. Felizmente no es así. En Turbo hay otro ambiente, también en Cacarica y en Apartadó. Lo sucedido esa noche se repitió todos los días en todos los lugares que visitamos, aunque no con tanta euforia como con los niños. Y a ninguno le dijo que no, ni lo dejó mamando o esperando, sino que los cargaba, les daba besos, les tendía la mano y todos, todos, todos se fueron con su autógrafo a presumirlo. Pareciera que allá no ven RCN ni Caracol, pero sí, lo que pasa es que viven una realidad muy distinta, tienen otro concepto del país y de patria, nadie la llamó Teodora y, en cambio, le reconocieron su valor por haberse metido a liberar a los secuestrados por las Farc.

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Me regaló el libro de El Factor Humano con una dedicatoria muy personal que no pienso compartir. También unos discos de Omara Portuondo y Maria Bethânia, DVD de su trabajo, algo más del Bicentenario del 19 de abril de 1810 y un manto original, de esos que usan en Palestina. Ese ya lo puse al lado del trapito con el que le cerraron el mentón a mi abuelita cuando se murió. Ni de riesgos voy yo a ensuciar eso, prefiero que tenga el mismo simbolismo. O no, mejor no porque ese trapo fue lo último que tocó a mi abuela, no vaya a ser que este otro sea el último que tocó a mi senadora del alma. Yo le di una entrevista que le hicieron a Saramago en 2004, titulada “Soy un comunista hormonal”. Lo empezó a leer por la noche, y al día siguiente, cuando llegamos a Cacarica, en varios discursos que pronunció lo citó. A mí me fascina verla hablar y dar discursos, más cuando el auditorio es amplio. De todos modos prefiero cuando lo hace con ideas que le vienen del alma que cuando empieza a citar autores. Eso se lo estaba comentando por la noche, acostada en el cambuche, pero ella ya estaba rendida y cuando me di cuenta se había dormido. También sabe que me fastidia el uso de ese lenguaje incluyente porque me parece innecesario, pero sé que si lo dejara de usar en este momento, sería igual a si se quitara el turbante, entonces no, que lo siga usando. A veces bromeamos y hablamos de cobardes y cobardas, comunistas y comunistos, homosexuales y homosexualas. Al menos conmigo, siempre está abierta a críticas y no me pareció tan terca como me dijeron que era.
Durante el viaje en la panga le conté sobre mi vida en la calle, el consumo de drogas, lo que me llevó a estar recluida en un sitio de rehabilitación durante dos años. Ella me contó cómo fue el secuestro de Natalia, su hija, cosa de la que casi nunca hablan ninguna de las dos. Ella estuvo secuestrada y desaparecida durante cuatro años entre Canadá, México, Estados Unidos y Cúcuta. Durante el oprobioso cautiverio dio a luz a mi tocaya Estefanía. A ella, por su lado, la falange colombiana, es decir, las Auc, la secuestraron en 1998. Si se salvó, lo dijo Carlos Castaño, fue porque Enrique Gómez Hurtado le pidió que no la matara, a lo que él le respondió: yo a un hijo de Laureano Gómez no soy capaz de decirle que no.

Distinto a Uribe y al detestable Héctor Abad Faciolince, ella no anda por la vida gritándole a los cuatro vientos que es víctima de la violencia. El primero se hizo presidente para acabar con el grupo armado que asesinó a su mafioso padre; el segundo saltó a la fama escribiendo un libro de pacotilla que le significó alguno que otro lector contando la historia bobalicona del amor que sentía por el suyo, pontificando sobre lo divino y lo humano, recurriendo constantemente a ese lugar común tan grotesco que es “los colombianos de bien”. Ambos la desprecian, yo los desprecio a los dos.


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Los habitantes de Cacarica son extremadamente pacíficos. Hablan calmado, pausado, sin usar una sola mala palabra. A nadie, por mucho daño que les hayan hecho, lo tratan de hijueputa, ni se saludan como la gente de las ciudades de "qué hubo, marica" "entonces qué, gonorrea". Tampoco hablan así los indígenas que asistieron al evento, ni las madres campesinas desplazadas, ni ninguna de las víctimas del conflicto colombiano que conocí allá. Una vez un amigo antropólogo me dijo que la violencia en Medellín radicaba en esa violencia que usábamos hasta para tratarnos con cariño. Yo creo en esa teoría. Las víctimas del franquismo que había allá tampoco hablan así, ni una bellísima Madre de Mayo que ha acudido siempre a acompañarlos porque dice que el acompañamiento es indispensable para todas las víctimas de las dictaduras.

Viven en una zona comunitaria de alto riesgo porque están en medio del paramilitarismo, el gobierno y la guerrilla. Saben muy bien que a todos los tienen que espantar de allá para no ser objetivos militares, pero siempre lo hacen con palabras, jamás utilizando algún arma, ningún tipo de violencia.

Lo que uno espera es que así sean precisamente por ser víctimas. Yo me imaginaba a un montón de gente resentida y triste. Al contrario, son cordiales y cariñosos; cantan, bailan, comparten la comida, el espacio, se respetan las costumbres y las diferencias. Conocen cabalmente sus derechos, varios han leído la Constitución. Lo único que piden es justicia, una justicia verdadera que les permita vivir en paz y en concordia con la ley, que los reparen, que se les reconozca que tanto el suelo como el subsuelo de esas tierras les pertenece.

Lo de la carretera no es cuento mío ni de Piedad Córdoba, ni tampoco es cuento lo que ellos dicen de Rito Alejo del Río, Álvaro Uribe Vélez, Guillermo Gaviria Echeverri y otros señores feudales de la zona.

Dicen que es que Chávez le paga a gente como Meneses para que declaren que Uribe es paramilitar. Es imposible que él le pague a miles de personas que viven en el Chocó, Antioquia, el Meta y Putumayo. Suponiendo que les pagara, ¿por qué viven en casitas humildes de madera, no tienen agua potable, ni tampoco alcantarillado y a duras penas luz? Viven del trueque de productos agrícolas como el arroz, el plátano y el maíz porque no pueden competir con los precios de las centrales de abastos como Carulla, El Éxito y Pomona. Ellos no quieren, sin embargo, vivir como queremos vivir nosotros, teniendo como futuro el nefasto presente de otros países. La motivación de ellos, por tanto, no es el dinero y tal vez por eso no ceden cuando en la Fiscalía los maltratan y les piden que declaren cosas que no son. "Usted tiene que decir que a su papá lo mató HH", es lo más común ahora. Cuando hablan de la presencia del ejército les cortan las declaraciones.

Viven en resistencia, ese el término correcto.


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Son muchas las cosas que se me van a quedar en el tintero. De verdad que no soy capaz de escribir detalles sin hacer reflexiones. Más que exaltar la labor de la pasionaria -término que me enseñaron las españolas- senadora, quería escribir, para mi memoria, algo que de algún modo le permita a la gente conocer las atrocidades que se viven en este país.

También decirles que mi carnala (así nos decimos ella y yo) es una mujer maternal y tierna, bastante generosa, compasiva, tolerante, inteligente y extremadamente sensible.

Fue bastante honroso que se le hubiera ocurrido invitarme a su gira de la paz. Fue muy doloroso e impactante conocer los testimonios de esas personas. Fue gratificante convivir con su equipo de trabajo, personas todas de gran calidad humana y de un trato excepcional. Fue un placer haber conocido a la gente de Turbo y Cacarica, que dan ejemplo de tolerancia, respeto, convivencia y paz.

Pero sobre todo, fue un alivio que esta tarde me hubiese atacado por Twitter la persona que mencioné, porque sin la rabia que me produjo su desfachatez, no hubiera sido capaz de escribir todo esto.

Las ampollas que se levantarán, lo sé, serán muchas. Era esta, precisamente, la intención de todo esto. Lo será siempre que escribo, por eso el título de este blog.