domingo, 4 de septiembre de 2011

Apátrida

Soy pueril. Absoluta y tremendamente pueril en lo que respecta a las primeras dos acepciones que da el diccionario sobre esta palabra. De ahí que me conmuevan más los versos de "Barquito de papel", de Serrat, y me aterren y me asusten las letras de los himnos nacionales de todas partes, siempre guerreristas. He dejado aquí el video de la canción para que puedan apreciarla y entenderme. En cuanto al diccionario, pueril es esto http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=pueril

Bien, antes que comunista, soy pueril. Antes que colombiana, soy infantil hasta el tuétano. La lógica infantil es la más impecable de todas, aunque ahora, adultos, a muchos les parezca superficial y tonta. 
Yo conocí a Campanita y a Mickey Mouse antes que a Fidel Castro y a Marx. Fui feliz disfrazándome de Minnie y poniéndome las alitas del hada cuyo vestido es verde y hacía que Peter Pan volara y se le escapara al Capitán Garfio. Duermo con un tigre de peluche y mi pieza está adorada con Pequeños Ponis, Repollas y peluches. Por momentos, cuando la realidad es apabullante y es inminente que quieren matar a la persona que más admiro, me refugio en ese "Nunca jamás" personal. 
Soy apátrida porque deploro todo lo colombiano: el asesinato de muchachos vestidos de guerrillero para cobrar recompensas y la posterior frase del expresidente, justificando a los militares 'no estarían recogiendo café si los mataron'. Me da mucha vergüenza, mucha, que siendo un país que se dice moderno  tengan más derechos los nazis y los fascistas que los homosexuales y los negros. Me aterra que al finalizar la década del 20 hubiesen asesinado a miles de personas, en ese episodio que se conoció como Las masacres bananeras, que aparecen descritas en Cien años de soledad, como si se tratase de realismo mágico y ficción. Colombia es un país indolente y sin memoria que en los últimos ocho años se dedicó a señalar y a sindicar de terroristas a todos los que pensaran diferente al gobierno anterior. Siguiendo el ejemplo del primer mandatario, sus militantes, todos, nos acusan de ser terroristas porque no estamos de acuerdo con ellos. Pretenden que yo quiera al país que justifica la violencia en cualquiera de sus formas cada vez que se trate de maltratar a Piedad Córdoba, de humillarla, de ofenderla, de calumniarla. 
Yo soy orgullosamente apátrida y colombiana vergonzante. Un país que cuenta con sesenta mil desaparecidos no puede ser querido. Un país que callado permite que sus niños trabajen en las calles y se prostituyan sólo merece desprecio.  Una patria que se llame tal no permite que sus habitantes se mueran de hambre o vivan con menos de un dólar al día. 
Además, en nombre de esta nación se han cometido los crímenes más atroces y deplorables: el secuestro, la extorsión, bombas, personas mutiladas y luego asesinadas con motosierra, mujeres a las que les cuelgan un collar como bomba, burros que cargan de explosivos, violaciones a todos los derechos humanos. El otro día, en San Onofre, nos contaba una muchacha que mientras un paramilitar la violaba, gritaba ¡viva Colombia, hijueputas! Y las minas 'quiebrapatas', ¡Dios mío!
No, yo no quiero a esa Colombia, que además destierra a quienes más trabajan por ella. No quiero a la Colombia que se olvida de sus talentos y de sus muertos, que vive del odio más que de la coca y el café, que se alimenta el alma con noticias de guerrilleros muertos y celebran las masacres y la guerra cual si se tratase de logros deportivos, tal vez a falta de estos. No sé. Este es un país en el que suena la pólvora y todos saben que los mafiosos 'coronaron', lo que quiere decir que la droga que enviaron pasó a Estados Unidos o a Europa sin que hubiera tropiezos. Y nadie dice nada. Ya ni nos inmutamos. 
Aquí la gente se cree superior a los peruanos, bolivianos y ecuatorianos que porque son más 'bonitos' y hablan 'menos feo'. Aquí decir indio es insultar, y también es insulto que le digan a uno homosexual. Es insulto drogadicto, es insulto bipolar. Llaman a sus adversarios 'muertos de hambre', en vez de preocuparse por que ya no haya más gente que se muera por eso. 
En Colombia, dicen, hay diversidad de credos, pero el feísimo y maldito himno nacional habla constantemente del que murió en la cruz. Se admite la libre expresión, siempre y cuando no se exprese, porque una vez expresada, se ve uno envuelto en insultos, expatriado, señalado, vejado, no sólo por la ciudadanía, sino por quienes detentan el poder.
¡País miserable!
Y no, no me voy de aquí porque no me da la gana. Porque aquí vive mi familia, porque aquí viven mis amigos, porque aquí nacieron la cumbia, el vallenato, el bambuco y se compusieron canciones de salsa inmortales. No me voy porque aquí nacieron Piedad Córdoba y Manuela Beltrán, mis abuelos y el presidente López Pumarejo, los comuneros, los juglares vallenatos, Serpa y Samper, Rafael Uribe Uribe y su primo El Indio Uribe, Ñito Restrepo, Fernando González, León de Greiff, García Márquez, el joropo y todos los ritmos de nuestras costas caribe y pacífica y porque aunque no sea todavía 'nadie', también comparto nacionalidad con todos ellos. 
Nunca daré mi vida por este país ni por ningún ideal. No dejaré de ser niña las veces que son necesarias, no halagaré a quien en nombre de la seguridad, la democracia y la libertad mancilló esas tres cosas y atentó en contra de ellas. 
Ser apátrida en Colombia es un lujo que pocos se pueden dar.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Espinas: el periódico de mis muertos

Entré porque no tenía nada más para hacer y me encuentro con que este blog tiene cuarenta y un seguidores. También de estadísticas que me dijeron que la entrada más leída es esa de Por qué soy comunista y una carta que hice como tarea para los veinte años del Holocausto del Palacio de Justicia, dirigida a mi abuelo.
Cuatroscientas y tantas lecturas tiene la una. Nada. Y yo pensando en escribir un libro. ¡Ja!
Lo cierto es que este blog ya no tiene ningún sentido. Yo no volví a escribir para hacer catarsis, ni tampoco para punzar a la gente, ¡bah! Tonterías de cuando tenía veinticinco. 
Además es muy dañino. Cuando tenía trece años escribía en los cuadernos del colegio para hacerme la que estaba tomando nota. A mí nadie me hablaba, entonces yo "hablaba" con los cuadernos. Por ahí están, creo que los tiene mi psiquiatra, que ayer se quebró la cadera y me dejó, otra vez, hablando con cosas, en este caso, con el computador. En todo caso era menos peligroso eso de los cuadernos. Nadie me leía, sólo la Virgen de Guadalupe, según yo, y Gloria Trevi, que era ubicua y tenía un montón de superpoderes que ustedes ni se imaginan. Y no era dañino porque no estaban en la red, así, expuestos, abiertos, a la vista de cualquiera. 
Lo que pasa es que con internet, Word y esas cosas, sucede que pienso que Dios y mis muertos tienen la capacidad de leerme. Dios, en cambio, no me puede leer el pensamiento, porque ese está en la cabeza y la cabeza está sellada, si bien a veces los pensamientos viajan por el cuerpo y se convierten en enfermedades. Los muertos tampoco, por supuesto. Los muertos son enfermedades, además. 
De ahí que aquí cuente cosas que, aparentemente, a nadie le importan. Pero ahí están las estadísticas, cuatroscientos y tantos lectores interesados en el porqué de mi comunismo y otras bobadas. Así, mi abuela se entera de los electrochoques, Juan Pablo de que lo amaba, el abuelo de que Uribe dijo que era un hombre muy honorable y cosas por el estilo. Este es el periódico de la Parca. Aquí están las noticias de aquella que dejaron en el camino.  

viernes, 26 de agosto de 2011

Cotidianidad

No sé por qué a la vida en Internet le llaman Vida dos, o dos punto cero. Sí, muy patético, no parecerá normal, pero para mí, la vida dos sería en la calle, afuera, dentro de la red siempre me mantengo, hago mi vida social, consigo mis contactos y me contacto con mis amigos que viven, casi todos, por fuera de Medellín. 
Ermitaña no se me puede considerar. Yo interactúo con mucha gente, y de hecho, los dos últimos trabajos que he obtenido han sido gracias a Twitter: uno, colaborándole a Piedad Córdoba. El otro, una columna semanal en El Tiempo virtual, sobre ortografía. Ambos trabajos los ejerzo desde mi casa, acostada en mi cama o conectada al escritorio cuando se me descarga el computador. A veces, cuando viene Piedad a Medellín, nos encontramos, vamos a reuniones. O viajo a Bogotá o a cualquier ciudad del país. 
Me levanto como a eso de las doce del día, a veces duermo a las tres. Acudo a una cita que tengo diariamente (no, no es a Alcohólicos Anónimos, no soy borracha vergonzante) y vuelvo a mi casa para ver cómo están mis cultivos de FarmVille. Reviso el Facebook, cazo peleas en Twitter, leo sobre gramática y ortografía, consulto el diccionario, resuelvo algunas dudas, tomo dos litros y medio en todo ese lapso y luego prendo el televisor para ver Infinito, Warner o Fox. A veces busco películas. 
Ya perdí la costumbre de salir a hurtadillas, en plena madrugada, a buscar tequila. Me aguanto las ganas apretando el estómago. En cambio, tomo Coca Cola o soda, o bien puede ser jugo. Algunas veces encuentro botellas que dejan por ahí mis papás, pero ahora estoy en una posición tan de niña buena, que si me pillan echaría todo a perder. 
Lo único que me preocupa es que estoy acabando con mis pulmones. Tengo muchas ganas de dejar de fumar, porque tengo muchas ganas, también, de tener hijos. Ya hasta sé de quién, pero él no sabe. 
Y me pongo a pensar y esta entrada es tan aburrida como mi vida, pero es que la anterior era de un patetismo... no sé por qué me di tanto rejo por esa pendejada, si era como haber dicho que yo sabía que ese man tenía el pelo café y la mirada tosca, pero en fin, ya la dejé ahí para contentillo de los únicos "indignados" en Colombia. 
Esta manía mía de sentirme culpable hasta por respirar me va a terminar matando.

domingo, 24 de julio de 2011

Titiribí

Cecilia se murió el viernes a las tres de la tarde pasaditas. Era hermana de mi madrina, Luisa María, sobrina de mi abuelo, prima segunda de mi abuela. Sí, mis abuelos eran primos. Sus mamás, Luisa y Paulina, eran hermanas; eso es algo normal y bien visto en esta región del país. Ella, Cecilia, bordó mi ajuar de bebé. Era eso que llaman una mujer hacendosa, que cocinaba, tejía, barría, trapeaba, en fin. Todo lo que yo quisiera aprender, todo lo que yo hubiera querido ser, no obstante todas las dificultades que tuvo en vida.
Titiribí es un pueblo minero que queda en el suroeste antioqueño, a unos cincuenta y tantos kilómetros de Medellín. Allá fueron a dar varios europeos contagiados por la fiebre del oro en el siglo diecinueve, específicamente a una vereda llamada El Zancudo. Muchos se enriquecieron y compraron latifundios que sembraron de café y otras cosas, y así, como Colombia era más moderna entre los veinte y los treinta que ahora porque había ferrocarril y transporte fluvial entre los principales ríos, fue prosperando. Por ejemplo, y aunque ya esté otra vez en ruinas después de haberlo restaurado, Titiribí es el único lugar del planeta que cuenta con un circo teatro y tres plazas de toros, cuando ni Madrid. El circo teatro es bien pintoresco y coloquial, muy bonito: allá daban cine, hacían corridas, se presentaban grupos de danza y teatro, en un espacio minúsculo pero con varios ambientes. Rosado, verde, rojo, ocre son los colores que destacan. Creo que fue en 2006 cuando el expresidente llegó allá para inaugurarlo de nuevo, y tal vez por eso, y porque así fue el destino del pueblo también, el circo teatro jamás volvió a prosperar. Hoy lo vi y está caído, al ruedo le volvió a crecer grama y la soledad o la falta de uso, aunque yo me inclino a culpar a la soledad, lo tiene deprimido.
Allá, en Titiribí, se murió Cecilia. Allá nació también. Allá la velaron y fue la misa por su alma, aunque allá no la cremaron, se la tuvieron que traer para Medellín porque en Titiribí ni siquiera hay muertos suficientes como para que un horno crematorio sea rentable. Cosa rara en Colombia. Por esos lados del Suroeste, cosa rara también, nunca ha habido guerrilla, si bien se engendraron dos presidentes en cuyos periodos se presentaron incidentes bélicos tan atroces que lograron marcar la historia reciente del país: Belisario Betancur, nacido en el pueblo vecino, Amagá, y Álvaro Uribe, que es de Medellín, pero emparentado con todo ese pueblo que he venido describiendo aquí. Por ejemplo, él nos hace el honor de visitarnos y lo que podríamos llamar La Alta (sociedad) empieza a murmurar que llegó "Aquel". La gente se emperifolla y se viste con sus mejores ropas y, como si fueran de peregrinaje, acuden al sitio donde está para presenciar el milagro de su existencia y de su estadía. Es como si el señor estuviera ungido o algo así. Le prestan un caballo de los más finos, con paso de idéntica adverbiación y le dan un tinto para que se lo tome montado en el animal. De todos modos Titiribí no prospera. Tamaña presencia y no llega el milagro de la prosperidad, seguramente porque no hay guerra. Y por eso Cecilia se murió pobre.
No lograba vender a un precio que le fuera favorable los exquisitos chorizos ni los pasteles e pollo que hacía. También preparaba bocadillos (de guayaba) y, aunque eran una sensación en todos los paladares, solamente le alcanzaba para mantener a su marido casi ciego y ayudar dignamente con la economía de la casa. Los Vélez y los Posada, siempre regateros y archimillonarios, le reclamaban por cien o doscientos pesos, entonces ella no les peleaba y les vendía las cositas a lo que ellos le dijeran. ¡Tanto que hay que decir de los Vélez y los Posada! Libros enteros se podrían escribir sobre la avaricia que aqueja a quien lleva esos apellidos, y que me perdonen los lectores que así se llamen, pero son idénticos todos, los de allá, los de acá, los de cualquier parte, y así no estén emparentados. Vélez y Posada, les enseñan a sus hijos desde muy niños "consigue plata, hijo, pero honradamente. Consigue plata, hijo, y si no es honradamente, no importa cómo". Ay. He ahí el porqué de tanta cosa, pero como aquí todo es calumnia, yo mejor sigo con mi prima, casada con un Vélez pero de los pobres, al que, por cierto, le dicen en el pueblo "Maleficio", pero en eso no ahondaré porque sinceramente desconozco los pormenores. De cicateros y miserables los trataba mi abuelo, pero ya dije que no voy a hablar más de los Posada y los Vélez. Racistas a más no poder. Silencio, Estefanía.
Ya hasta me da pena porque no sé quién vaya a leer esto, y entonces perdí el hilo.
Lo que pasa es que la muerte de Cecilia y su estoicismo me conmovieron mucho. Titiribí también. Hoy había un montón de señores que llegaron en camionetas, con sombrero, a montar a caballo. Ese estereotipo no me lo logro sacar de la cabeza, porque me produce un asco, un odio, algo que no alcanzo a describir y que hacen de mí una persona menos bondadosa. Hace ocho años no hubiera sentido tanta repulsión. Hace ocho años yo misma andaba por las callecitas de ese pueblo montada a caballo, con sombrero y botas, oyendo rancheras. Ahora no me soportaría así. Ahora no soporto a nadie que no sea campesino así. Y el olor a estiércol de caballo es más insoportable solamente porque son ellos quienes los montan.
Pobre Cecilia haberse muerto en plena feria de mulas en un pueblo que se volvió miserable.
Allá, me dijo mi mamá, tengo asegurada mi tumba. Que me meten en el osario donde está mi abuela con mi tío Rodrigo y su mamá Paulina, o bien con mi abuelo y su mamá Luisita. Ay no.
Lo peor es que ya se viene la feria de las flores, así, en minúsculas. Y la feria de las flores lo que hace es simular la vida de esos pueblos, pero no con sus campesinos, sino con mafiosos que recorren la ciudad a caballo con su sombrero y su poncho y el zurriago y el aguardiente. Lo peor es que ya el país exalta ese ideal y es digno de seguir para muchos jóvenes y gente pobre...
Jueputa, ya me perdí, ya no escribí nada de lo que quería.



viernes, 22 de julio de 2011

¿Qué hago?

Siempre he querido llevar eso de la sublimación y la proyección a algo más sublime y menos visceral. Qué sé yo, hacer sonetos, fabular, llegar a la ficción en vez de exponerme como me expongo aquí, casi desnuda, para que me escupan, para que me humillen.
Si de algo ha servido este blog es para inventariar cada una de las cosas dolorosas, miserables y grotescas de mí. Debería eliminarlo, o he pensado bastante en hacerlo.
Lo que pasa es que a lo único que aprendí yo, fue a poner las tildes y las comas donde eran, nada más. Y los puntos y esas cosas. Me atormenta y me frustra mucho no saber escribir como el narrador ubicuo y omnisciente de la tercera persona, excluirme de lo que cuento, y entonces me encuentro con mucho desprevenido que, sin saber de literatura, solamente porque escribo siempre hablando de mí, me compara con Fernando Vallejo. Pero Vallejo es más estructurado, Vallejo tiene ritmo, Vallejo logra que un grupo de loros que aprendieron a decir hijueputa al unísono vayan e insulten a gente que él detesta. Yo hasta esas cosas tan magistrales no llego. Y no es que el señor sea mi escritor de cabecera, pero, pobrecito.
A mí, además, se me acabó el odio. Y ya, por el contrario, quisiera excusarme con tantas personas a las que he ofendido, tanto por este medio, como por el periódico El Mundo y otros espacios en los que he escrito. Pienso inclusive en que pude llegar a maltratar a la mujer de Juan Pablo, la última que tuvo, por haber escrito que lo lloré y lo amé o amo tanto.
Quisiera excusarme por cada letra que he puesto acá, por los ensayos y discursos de la época del colegio, por los correos electrónicos enviados desde 1998, por los mensajes directos y privados de Facebook y Twitter, por los comentarios que dejé alguna vez en foros y blogs... por mi pésima manera de expresarme, pero especialmente, por las cosas tan patéticas que he dicho.
Y no me malinterpreten. Yo sigo creyendo que Piedad Córdoba es lo máximo en política, sigo pensando que el comunismo es el mejor sistema, que México es el mejor país del mundo y todas esas cosas que conocen de mí. Reniego es de mi forma de manifestarlo, que es escribiendo. Reniego de cómo he escrito "te amo", "te quiero", "te odio".
De todos modos, ¿qué hago? Si finalmente, sólo sé escribir.

sábado, 9 de julio de 2011

Todavía no

Hace unos meses prometí, porque tenía la intención, que iba a publicar un libro. De hecho, tenía pensado tenerlo listo para esta época, porque así de ilusa e inexperta era.
Mucha gente lo revisó. El premiado y sabio Carlos Esteban Mejía estuvo siempre al pendiente y siempre haciéndome buenas críticas, positivas, corrigiéndole cositas de estilo y aconsejándome. Uno de los consejos fue que no dejara de escribirlo, que lo terminara, que iba bien.
Luego de que hace unas horas renunciara a mi trabajo, lo leí. Realmente eso no merece la pena ser publicado. Empecé con la intención de continuarlo, retocarlo, darle otro enfoque. Pero es que estaba lleno de lamentaciones y quejas. Me di cuenta de que no es justo estar causando lástima a cada rato, como repetidamente lo he hecho en este blog. Además, Alborada fue una etapa de mi vida tan aciaga, que no quisiera ni repetirla yo a través de ese esfuerzo espiritual y anímico que es escribir, ni hacérsela vivir a nadie. A pesar de todo, yo respeto a los seres humanos, pero por encima de eso, he empezado a respetarme a mí y sé que si eso se hubiera convertido en libro, se hubiera vendido o distribuido por mero morbo. Por experiencia sé que los hombres, esta especie, se regocijan con las miserias de otros. No.
Entre otras cosas, me di cuenta de que aún no llego a ser escritora. Si acaso, una mecanógrafa, alguien con aspiraciones literarias y estéticas demasiado altas como para ponerme a exponer semejante adefesio ante el mundo. Al lector hay que respetarlo también. A mí me falta mucho por leer, mucho por escribir, mucho por aprender. Sé que en parte es cuestión de atreverse, pero aún no es tiempo, todavía no.
Por lo pronto, me verán los miércoles con pequeños consejos de ortografía que el editor de El Tiempo, Diego Santos, irá seleccionando de mi sección de Twitter "Aprendiendo con la Tefa". Yo sí espero que se dé, porque me regocija que el conocimiento sea impartido masivamente, y si en mí está, espero dar lo mejor que tengo para que el ciudadano, especialmente el cibernauta -porque se publicará en la sección virtual del periódico, tenga una ortografía y una ortología decentes. Hace mucho tiempo me di cuenta de que no podía salvar al mundo, pero sí creo que compartiendo lo poco que sé, le ayudaré al español (tampoco lo salvaré) y eso ya es algo.
Cuando empezaba mi adolescencia soñaba con ser profesora de español, como mi abuela Lucinés. De alguna manera eso se me está dando y doy gracias a la vida, a ella y a quienes me enseñaron la ortografía.
Prometo, ya que abandoné mi trabajo anterior, escribir más seguido aquí. Y advierto que no dejé ese trabajo por las amenazas que me hicieron ayer a media noche diciendo que eran del CI y la policía, sino por otras razones que no vienen al caso. A mí, si bien la policía me ha violentado ya varias veces, no me da miedo. Y no me da miedo aparecer en un zaguán vestida de guerrillera, o en el monte. De verdad que fue por razones que prefiero dejarlas a la inquieta imaginación del lector. Aclaro que tampoco fue por la oferta de un trabajo nuevo, pues en nada eran incompatibles. Yo siempre apoyaré a Piedad, pero prefiero hacerlo como lo hacía cuando ella no sabía quién era yo.
Son libres de pensar lo que quieran, de inventar lo que se les antoje.

martes, 5 de julio de 2011

Piedad con Piedad

Ahora que estoy haciendo lo que realmente me gusta, ahora que no tengo quejas para vivir, ahora que tengo todo por lo que he luchado, quisiera decir que no hay trabajo más gratificante que el mío. Y al mismo tiempo, tan frustrante y tan agotador.
Yo veo que mi jefa trabaja con tesón, sin desmayo, sin quejas, a pesar de todo. La veo soñando como a nadie, esperanzada en la humanidad, liderando movimientos y avalando causas que le parecen justas. Lo son, porque ninguna atenta contra la vida de nadie, tampoco contra sus derechos. Contra lo único que atentan es contra ella, y ahí está lo que desgasta, lo que desgarra, lo que "mata". Yo con Piedad Córdoba he estado de acuerdo en todo desde que supe de ella, hace quince años. Vine a discrepar con ella cuando se volvió tan bolivariana, y no porque no me guste Chávez; el que no me gusta es Bolívar con sus traiciones a Pétion y a sus propias promesas, cosa que ella sabe y me respeta. Y ahora, vengo también a diferir con ella en otro punto de vista: para mí Colombia no vale nada, nada, pero nada, nada en absoluto, mucho menos su la honra, el buen nombre y la vida de Piedad. Este es un país de canallas, cizañeros, bellacos, "saltapatraces" como bien los ha definido Fernando Vallejo.
Colombia es un país cuyo imaginario colectivo y entrañas están todas puestas en el odio. La otra, la que ella me ha mostrado, es gente de un pueblo que alguna vez defendió mi abuelo, ese que se conmueve al verla, se le abalanza, la abraza, le pide una foto, un autógrafo o permiso para dibujarla en un retrato. La que le dedica canciones bonitas de salsa y le echa piropos, la convida a un trago a su salud, la que le manda saludos al presidente Chávez a través de ella, esos que le entregan a sus niños para que los bendiga y los cargue. Hablo, claro, de prostitutas, desplazados, campesinos, homosexuales, feministas, mendigos, estudiantes, obreros, todo lo que quedó relegado de ese imaginario que digo que excluye a la Colombia real y la pone a ella como lo peor que tiene el país, siendo todo lo contrario.
Claro, es que Piedad ya los defendía, antes de que se pusiera de moda. Fue la primera senadora en proponer un proyecto de ley para parejas homosexuales (por supuesto, a favor de ellas). Desde antes de entrar a la política, fue promotora de las artes, el deporte y la cultura. Siendo muy niña, ya que su abuela materna tenía un hogar para menores, conoció la pobreza y se empecinó en acabarla, pero no como Uribe, que pretendió hacerlo asesinando a jóvenes de bajos estratos haciéndolos pasar por guerrilleros para, mostrar, además, que iba ganando la guerra, sino desde lo social y lo político, que es lo que mejor se le da, aunque últimamente se le ha visto como escritora y no es que lo haga mal. Su papá, el negro Zabulón, un sociólogo chocoano, la hizo matricular en la Universidad Pontificia Bolivariana que para que la niña no le resultara comunista. Estuvo con los profesores más godos y retrógrados, entre ellos un tío mío, Leonardo, que destila azul de metileno, y el comunismo no se le salió. Eso sí, militó y militará en el Partido Liberal a pesar de que allí no le reconozcan el inmenso valor que tiene, al menos no sus directivas. Y entonces, a pesar de ser todo eso, ahora resulta que es "incoherente", según vi que la interpelaban algunos periodistas, porque simpatiza con las ideas de Chávez y Fidel, siendo ella, para mi gusto, mucho más de avanzada que ellos dos, y aclaro que los quiero muchísimo y los admiro bastante.
¿Por qué Piedad, luego de que El Tiempo publicara que es la persona en Colombia con imagen más desfavorable después del presidente Chávez, se convierte para los divos de Twitter en una "sapa" y una "lambona incoherente" al haberse ido a Venezuela para darle aliento y ánimo a su amigo entrañable y eterno camarada (así se refiere y se ha referido Piedad siempre a él) en los momentos que más lo necesita, ahora que le ha anunciado al mundo que padece de cáncer? ¿acaso profesar el amor a un amigo y a un copartidario político es incoherencia? Yo jamás he conocido una persona que defienda con más coherencia y verticalidad sus ideas no solamente políticas, sino de toda índole, como ella. Pero claro, unos están empezando en Twitter y otros intentan vender su "eterna parranda", entonces es mejor ponerse del lado de los que no están tan abajo, ni los de muy arriba, siendo completamente tibios, mediocres, dándoselas de objetivos y de parciales... de, digamos, civilizados porque votaron por Mockus y no son capaces de reconocerle a ella las muchas cosas que profesan pero que, vergonzantes, no las llevan a la práctica. Se le van encima, se burlan de la fisonomía de Chávez, y si no le dicen negra malparida es, sencillamente, porque eso por estos días no está bien visto entre los intelectuales de izquierda.
Yo no sabía que ser consecuente con el ideario de uno mismo sea "sapería". Tampoco que el manifestarle a un amigo tan entrañable como lo es el Comandante de Piedad un poco de respeto y admiración en los momentos difíciles constituía una incoherencia. Incoherencia es estar de acuerdo con los logros de la Revolución Bolivariana, decirse de izquierda y avergonzarse de eso, esconderse, negar a Chávez porque no es el intelectual que fue Fidel para todos esos mismos que en los 60 lo ensalzaron y hoy acribillan al otro y a la ex senadora para no salirse de la elite de intelectuales baratos que son. Eso es incoherencia para mi gusto. Incoherencia de Piedad, por ejemplo, hubiera sido que no asistiera a la conmemoración del Bicentenario de Independencia de un país que ha llevado un proceso de Revolución al que ella siempre ha apoyado públicamente.
Y en otros aspectos, a quienes suelen expulsarla del país solamente porque no están de acuerdo con ella, les pregunto, ¿quién se hará cargo de esa Colombia que la necesita y que la aclama, esa que ustedes se empecinan en excluir y en masacrar a punta de ignorarla? Yo no creo en patriotismos de ninguna clase, los odio, como a los nacionalismos y todas esas cosas. Pero si alguien tiene derecho a vivir en este país, si alguien ha luchado por él, si alguien acaso es capaz de entregar su vida por este tierrero, esa es Piedad, así que quédense ustedes en Colombia relatada por El Tiempo y RCN o váyanse a disfrutarla desde Miami (no exiliados como sus dos hijos) y a vanagloriarse de los logros de una seguridad democrática. Desde ese lado de la realidad, díganle guerrillera y apátrida, terrorista, amiga de las Farc, pero no la echen de su país, que nadie tiene tanto derecho como ella a sufrir el hecho de ser colombiana.

miércoles, 15 de junio de 2011

Volví... otra vez

Me puse a leerme y me dio pena, sobre todo con la entrada de Lorica, que no tiene ninguna congruencia.
De todos modos las dejo ahí para acordarme del holocausto que fue mi vida durante estos meses, de noviembre hasta hace dos o tres semanas.
La verdad es que después de todo eso han pasado varias cosas: emprendí la escritura de mi libro, mismo que quedó estancado debido a que ahora trabajo escribiendo otras cosas. Espero que algún día las vean. De antemano me disculpo por haber tomado antes de su publicación el homenaje que la ex senadora Piedad Córdoba hizo de Ana Fabricia, su prima, víctima de la brutalidad del Estado, la guerra maldita que nos acecha en Colombia y, ojalá, jamás del olvido que nos caracteriza a los colombianos.
Además me cambié de casa, y aunque no creía que fuera así, el ambiente ayuda mucho para eso de la inspiración, la que no quiere llegar ni aunque la llame a gritos.
Por ahora, las espinas no están punzando, sino que han migrado a otro lugar; pero, más que espinas, se han vuelto pétalos de rosa, en algo que yo no soy porque tengo quién me las edite, es decir, quién las pode, despojándome de toda caracterización y subjetividad. No sé si eso sea bueno, pero así es el periodismo, para eso lo estudié.
Reconozco frente a todos que, salvo dos o tres cosas que escribí en este blog entre noviembre y abril, fueron cosas desastrosas. En lo personal las descalifico y las repruebo, pero es que en muchas de las veces estaba bajo efectos del alcohol. Cuando no, descerebrada por los efectos de los electrochoques, que yo misma me busqué, pues he de reconocer que mi psiquiatra me imploró para que no me hiciera ese daño. Debí hacerle caso, aunque así soy yo, pongo por encima todo el mal que pueda hacerme e ignoro todo aquello que me haga bien. Ya estoy trabajando en eso.
Como esto es una pauta que marca mi regreso, no quiero abundar en reflexiones ni esas cosas. Solamente avisar a mis lectores y a los amigos preocupados que me encuentro bien, bastante bien, a pesar de todo lo que me costó levantarme. Quizá porque en el fondo sabía que algún día saldría de ese hueco que era la vida miserable que yo misma me había labrado, no llegué a suicidarme. Tal vez es porque ahora me aprecio y me valoro un poquito.
Hubo gente inescrupulosa que osó meterse con mi trasplante hepático, seres mezquinos que se burlaron por mis padecimientos mentales pero que nunca supieron argumentar nada. Ojalá algún día entiendan que hacer mofa de esas cosas es tan cruel como burlarse de quienes padecen sida o cáncer y que, por el bien de lo que dicen ser, dizque liberales, socialistas, librepensadores, defensores de derechos humanos y demás, omitan eso y dejen que emerja el verdadero ser que tienen por dentro, para que no desprestigien a nuestros líderes y mucho menos a nuestras causas, las que sí considero sagradas. Paz en sus almas deseo, y a Dios le doy gracias por no haber permitido que yo reaccionara de la misma manera que ellos. No me considero su víctima, muy por el contrario, creo que esas mismas personas son las que necesitan atención especial, incluso más que yo.
Les agradezco el que me sigan leyendo y dispensaran tanta locura, tanta borrachera... ya esto aquí parecía una cantina, aunque bueno, no como las que a mí me gustan.

jueves, 9 de junio de 2011

Ana Fabricia y el recuerdo

A Colombia se la está comiendo el olvido, esa forma de recuerdo que dialécticamente describía Borges. Recuerdos borrosos pues son tantos los muertos, tanta la miseria, tanto lo oprobioso que hay que retener en la memoria, que de repente vamos olvidando para seguir recordando, reteniendo cada masacre que va sucediendo, todos esos actos de injusticia que, más que indignarnos, nos tienen aletargados, quietos, impasibles.
La muerte, aquí, no es esa dama benévola que nos redime de la eternidad. La muerte es la misma Colombia, y Colombia es la misma muerte. Aquí la gente se muere de esa enfermedad. Todos estamos muertos, y no muertos en vida, sino muertos del marasmo que implica vivir en este país. Ana Fabricia sí estaba viva, pues muy lejos andaba de eso que ahora nos identifica como nación; por eso mismo la mataron. Por lo mismo que amenazan y amedrentan a su prima Piedad, que también vive con intensidad. Y a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte, pero quienes estamos aún procuramos mantener el recuerdo y salir de ese estado comatoso de ser colombianos no permitiremos que se la lleve el olvido... ni Colombia tampoco.

Negra, por favor, negra



A Colombia se la está comiendo el olvido, esa forma de recuerdo que dialécticamente describía Borges. Recuerdos borrosos, de bruma, pues son tantos los muertos, tanta la miseria, tanto lo oprobioso que hay que retener en la memoria, que de repente vamos olvidando para seguir recordando, reteniendo cada masacre que va sucediendo, todos esos actos de injusticia que, más que indignarnos, nos tienen aletargados, quietos, impasibles.


La muerte, aquí, no es esa dama benévola que nos redime de la eternidad. La muerte es la misma Colombia, y Colombia es la misma muerte. Aquí la gente se muere de esa enfermedad. Todos estamos muertos, y no muertos en vida, sino muertos del marasmo que implica vivir en este país. 


Ana Fabricia sí estaba viva. Muy lejos andaba de eso que ahora nos identifica como nación; por eso mismo la mataron. Por lo mismo que amenazan y amedrentan a su prima Piedad, que también vive con intensidad. Y a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte, pero quienes estamos y aún procuramos mantener el recuerdo y salir de ese estado comatoso de ser colombianos no permitiremos que se la lleve el olvido... ni Colombia tampoco. Ana Fabricia, siempre diré su nombre y no apelaré al pronombre para recordarla, era de esa tierra querida a la que le compusieron esa canción que decía que era un himno de paz y alegría, cuyo pueblo era una oración y un canto de la vida; vibró, siempre vibró, luchó y sobrevivió hasta cuando pudo, incluso a esos tenebrosísimos ocho años del gobierno que enalteció al ejército que cometía los asesinatos a mansalva de jóvenes civiles para presentarlos como bajas guerrilleras, dio consuelo, paz, compasión y refugio a los desplazados de la vergonzosa guerra que apenas quieren reconocer, sonrió siempre con el alma ennobleciendo a las mujeres de su raza.


Ana Fabricia, como Piedad, tienen el alma del color de sus pieles. Ya la historia nos ha demostrado que las almas blancas no son las más benévolas. Negras, como el alma de Mandela y Martin Luther King, como la gente del Pacífico y de la Costa, negra como la de pocos santos... afortunadamente. Alma alegre, alma noble es el alma negra. Alma que se compadece y no sabe de la lástima, alma que busca la concordia y la reconciliación y hace viable lo imposible. Ojalá que yo, que no gozo de ser de piel negra, llegue a tener el alma de ese color y el país se tiña de él para que no pierda la esperanza. Ya se le llegó la hora al momento en el que lo malo sea blanco y lo bueno negro en occidente, pese a la desilusión y el desasosiego que despertó Obama con su invasión y sus políticas absurdas.


En honor a Ana Fabricia, a quien espero que no conviertan ni en mártir, ni en heroína, se le dará inicio a Cuadernos de la paz. Los héroes y los mártires, como lo dije alguna vez, son todos unos imbéciles que si no se hacen matar, se hacen héroes por haber matado o sufrido de cuenta de algún miserable más miserable que ellos. Y Ana Fabricia ni era miserable, ni miserables eran las personas que recibieron su ayuda. Ana Fabricia no se hizo matar, Ana Fabricia simplemente vivió y uno de esos imbéciles que quieren ser héroes de la seguridad democrática le segó la vida. Ana Fabricia no es mártir ni será santa, porque vivió la vida y también la padeció con plenitud. Ana Fabricia es y será una mujer negra y nada más: le dedicó su humanidad a las víctimas del Estado, de la guerra, de las autodefensas y de la guerrilla y terminó por convertirse en una, pero no en una más. Desafortunadamente son tantas, ya incontables, que no podemos nombrarlas a todas una y otra vez como a Ana Fabricia, pero sí en nombre de Ana Fabricia. Y en nombre de Ana Fabricia, Cuadernos de la paz se dedicará a examinar y a debatir la democracia, tomará por bandera los derechos humanos, examinará cautelosamente las definiciones que hay de modernidad, liberalismo, caridad, Estado, ciudadanía. No porque Ana Fabricia esté ahora muerta, sino porque la sentimos viva.





jueves, 21 de abril de 2011

Lorica

No sé qué río bañará a Lorica, ¿será el Magdalena? Ay, muchos ayes, eso es lo que me producen Google y Wikipedia, no quiero buscar. Mis lágrimas son suficientes. El río que moja a Lorica es dulce, mis lágrimas no, ni mi alegría tampoco.
A orillas de ese río estábamos, hablando de Andrés Manuel López Obrador yl Ebrad, ponderando a quién apoyar. Yo siempre me he inclinado por López Obrador, a pesar de todo. Y ella también se inclinó por él. El otro, me dijo sin casi conocerlo, no tiene reconocimiento popular. ¡Apoyemos a López Obrador! Aún no surgía Morena, pero, Dios Santo, yo era amiga de una vieja nominada al Nobel de Paz. Más que eso, era amiga, parcera, carnala, así nos decíamos. Y oh, Dios bendito, bendita me sentía yo en esta tierra del Señor. ¡Apoyemos a López Obrador! Pues ni modo que a alguien más, yo no necesito preguntarle a ella a quién apoyar, de antemano lo sé, la conozco, la he seguido por años.
Allá en Lorica me habló de Zapata Olivella. De repente, hasta Ebrad, todos se llaman Manuel. Es el maldito José Cuervo Reposado, peor que todos los tequilas de este mundo... Lorica, que pareciera una abreviatura de García Lorca, de quien apenas sé, porque se le aparece a Chavela Vargas, porque vi su casa en Granada. Federico García Loca, con mucho respeto, le dicen algunos amigos que estudiaron en el falangista Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Almas jóvenes, ojalá no caigan allá, donde hace treinta años no dictan una cátedra de Marx. Ni de Sartre. Sólo Freud es presentado como un gran pervertido y Heidegger como un gran humanista. No odio ni admiro a ninguno de los dos, pero tomen en cuenta estas cosas, más que Kant exaltaba a los arios. Mi papito, que es rector de esa Universidad, no teme en asegurar que el Instituto de Filosofía, es el Instituto de la derecha. Y yo, por experiencia lo digo, enseñan más de izquierda en la Escuela de Derecho de Eafit que en ese instituto, Bendito sea el señor. Es mejor mamarlo por una bolsa de arroz, o comprar José Cuervo Reposado, que es lo mismo. Ustedes verán.
En Lorica, pueblo hermosísimo, adoran a Piedad Córdoba. En todas partes de Colombia, más que al mismo ex presidente, Álvaro Uribe, a quien Dios encomendó para todas las tareas. Alvarito el máximo sólo es querido donde el paramilitarismo ha hecho presencia, y no querido, obligado a ser querido, pero, más que eso, obligados todos a amar a Álvaro, el Redentor.
Ay, pero ni en Lorica ni en ninguna parte de Colombia la gente es boba, pese a lo que yo odio a Colombia. Un imbécil le escupe a Piedad en los aeropuertos y ya es cosa generalizada. No señor. A Piedad, literalmente, se le venera en cualquier parte de este maldito país. Desde la Guajira hasta el Amazonas, y en Brasil se le tiene como a una mujer luchadora y noble. Ya empiezo yo a dudar de las cosas que dicen de los grupos subversivos como las Farc o el Eln en cadenas nacionales que, de razón, andan bloqueados.
En Lorica acordamos, con condiciones, que Bolívar era un hijueputa. Pero ella no quería problemas y yo los saco de ellos. Fue Zapata Olivella quien dijo: para que te acuerdes de tus olvidos, Simoncito. Chávez quiere a Bolívar y ella a Chávez. No soy quién para recordarle tales cosas. Vamos con López Obrador, eso es lo más importante. Si Uribe, tan estúpido, apoya a Peña Nieto, mejor. ¿Qué líderes ha de tener el PAN? Y peor, juntar al PAN con el PRD es refundar al PRI. Total, aunque Ebrad lidere los derechos homosexuales, es mejor Andrés Manuel, que no lo dude nadie. Eso, sin embargo, lo ha de decidir un México que eligió a Fox y a Calderón como "cambio". Santa Madre de Guadalupe, de Cova de Iría, de todos los lugares del mundo.
Por la prosperidad económica habremos de elegir, los mexicanos de bien, a un panista o a un priiista, jamás a un perredista, ni Dios lo quiera. Se visten de amarillo por desesperación, no de rojo, como deben, porque es del diablo. Madre Santa
Y Piedad, destituida, con Andrés Manuel y sus juventudes. Señora loca, ¿adónde irá a parar? Y Chávez, y Fidel, tan alejada de los cánones de Televisa y de RCN, infortunada señora que ha decidido, con una ex amiga, apoyar a López Obrador, ¡negra tenía que ser! ¡Mulata de los mil demonios!
Y Tefa llore que llore. No ha comprendido por qué su carnala del alma ya no le habla. Ay Tefa. Mátate Tefa. No existas más. Piedad ni piedad siente por ti.

domingo, 17 de abril de 2011

Política, Perogrullo y patria

Carísimo lector, de quien nada sé pero quien de mí ya casi todo lo sabe, al menos lo que yo he permitido:
Aprovecho que es hoy el cumpleaños de Chavela Vargas, quizás el último aunque no lo quiera de ese modo, para escribir esta entrada. Tan egoísta soy, es verdad, que al menos quiero conocerla, hablar con ella, antes de que se muera.
Si ha habido falta de material durante este mes en el blog es porque me he dedicado de lleno a tres cosas: a leer, a beber y a escribir. En tal orden, no de otro modo; y que no ose nadie contradecirme porque lo dicho aquí, si no escrito en piedra, está escrito en bits. Si no me creen a mí, consulten en Wikipedia, que a esa, sí, todo se lo creen, nada más porque buscaron una palabra en Google y al primer lugar que los llevó fue a ese. Entiendan, pues, que lo escrito en bits, en estos tiempos, pesa más que la mismísima piedra, medio en el cual ya nadie escribe y por eso la invocan tanto... así será con esto algún día, aunque ya estemos asistiendo a él "lo dice Internet". Todos creen. Llegado a este punto, no entiendo entonces cómo llegué siquiera a pensar que iban a dudar que me he dedicado a beber, leer y escribir. En fin. Desconocidos son los caminos que nos llevan a la escritura, que no son como aquellos que conducen a Roma, todos a Roma, sin pierde, mientras que los míos, que jamás he ido a Roma, me conducen a un lugar totalmente desconocido. Un surrealista me dirá que así actúa el inconsciente, o el subconsciente, ya ni sé de tanto que me los han manipulado.
Me he empeñado, sin éxito, en conseguir la redención de los cielos. Dios no está allá, Dios anda acá, pero no sólo acá, también en otros lados, no en donde se le necesite, sino donde nació, que es en todos lados. Sí, anda por Libia, anda por Costa de Marfil y anda también en donde menos se piensa, que es en el Vaticano, lugar plagado de pecados y sin perdón de Él. Ja, y luego dicen que no hay mal que dure cien años, cuando, para el Vaticano, cien años son como dos para Chavela Vargas: nada, si se toman desde su juventud, porque todo lo serían si fuesen los últimos. Mala analogía. Pobre Chavela. Ahora es cuando recuerdo que mi abuela Betsabé, de 94, me decía "mija, si yo tuviera plata, compraba años, años y más años". Pero el Vaticano no es una persona, no es Chavela Vargas ni es mi abuela Betsabé, quien tanto le donó, no. El Vaticano es un mal que lleva milenios haciendo daños. ¡Ay! y mi abuela en ese mismo renglón. De todos modos y olvidando los males, que no me corresponde a mí, en todo caso, juzgarlos, no he conseguido redención de los cielos, como empecé este párrafo. Intenté amar a mis enemigos y esas cosas que los mártires de todas o casi todas las religiones que he practicado profesan. He sido tolerante, abnegada, resignada. He sido buena, si esa palabra es precisa para nombrar y compilar en una sola todo lo que he sido. Pero, lo pueden ver ustedes mismos, de los mismísimos cielos sólo cae lluvia, a veces granizo, en algunas partes nieve. Dicen que en algunos países caía gente, por allá en el sur, cuando comandaban Pinochet y otros tantos, pero esos se caían de los helicópteros, y no era precisamente que se cayeran, ¡los tiraban! Lluvia, lluvia y más lluvia, y de la lluvia vienen acompañadas las desgracias, o mejor al revés. Desgracias como el frío, por ejemplo. No voy a referirme, ni mucho menos, a esas que sufre la plebe, que yo no sufro, porque ni se me han inundado mis cultivos, ni se me ha caído la casa. Que de eso se encarguen los que hacen caridad, ya que ni siquiera el Estado puede o quiere, parece ser esto último. Es el problema de ser capitalistas, todo lo dejamos en manos de la empresa privada, y esa, esa sí tiene con qué pagar hasta seguridad privada y ordenar masacres por todo el país. Tan linda que es mi patria. Me refiero a México, aunque esa esté igual de jodida. O ya uno no sabe. Puede estarse hablando de México como de Colombia y la única diferencia es que allá hacen tequila y aquí lo venden carísimo, malditos tratados de libre comercio que no llegan, benditas rancheras que sólo a pensar en tequila me ponen a mí. Si supiera Chavela Vargas que al oírla hasta José Cuervo reposado he comprado en mi desespero, le cobraba regalías a esa empresa. Pero no sé, no la conozco, ya dije que espero conocerla antes de que se muera... ¡tanto le deben los estanquillos, las destiladoras y las licoreras a las rancheras en este país! Esta vez, por país, quiero decir Colombia. Patria es México. Paria es Colombia. Fíjense, sólo las distancia una te, que es la te de Tefa, que soy yo. Yo soy lo que soy como la diferencia que hay entre México y Colombia. Ah no, pero del cielo sólo cae lluvia, no pasajes que me lleven hasta el Aeropuerto Benito Juárez. O si las ideas y las intenciones todas fueran del tal Perogrullo, a quien tanto parafraseamos todos los humanos "la vida es una sola", y del mismo modo, Perogrullo fuera el ideal de mis papás y este hubiera dicho: mandemos a Estefanía para México. Que todos, así como dicen que la vida es corta, que vivamos el ahora y esas cosas, repitieran: manden a Estefanía para México, mandémosla, démosle con qué. Y Perogrullo sea Dios, que, al fin y al cabo, llega a ser verdad porque todos dicen "es verdad de Perogrullo". Qué hombre sabio, ¿por qué merecerá el odio de los filósofos, el repudio? Y no sólo de filósofos, también de ignorantes, que estos con el mismo derecho van diciendo que las verdades que decimos son de él, ya ni siquiera de Nietzsche o Kant. ¡Ni de la Biblia! No, son de Perogrullo. Bueno, entre los que se llaman a sí mismos filósofos y los ignorantes no hay mucha diferencia, quizá sean una misma cosa, al fin que sin ignorancia no habría filosofía porque del no sé, se llega al yo sé y eso tan de... lo debió haber dicho Perogrullo, ¿quién más? La dialéctica, señores míos, la dialéctica, y la dianética también. Las palabras no se van pareciendo entre ellas así como así, como patria y paria, Colombia y México. Violencia. Es una misma cosa, ¿van viendo? Letras, infelices letras son lo que las van distinguiendo a unas de otras. Eslavo se parece a esclavo, que me diga un filólogo si no, algo tendrán de hermanas, aunque no el color, al menos no en mi paria que es Colombia, donde los esclavos son y eran negros, mulatos e indígenas. Traidor y traductor en otra lengua son casi idénticas. Yo de lenguas no sé nada, la mía me la vivo mordiendo, frase, ha de ser esta, también del tal Perogrullo, Dios se nos está muriendo entre tanto nombre y tanta cosa, ¿será que es a Él y no a Perogrullo a quien acudimos en nuestros momentos de desesperación? La lluvia cae y sólo Perogrullo está presente para afirmarlo sin ninguna pena: la lluvia cae, pero no sólo eso, también moja, y peor aún, a todos por igual. Verdad es, no mencionemos de quién, pues ya se sabe, esta sí tiene dueño. Y el sol, ese, también nos quema y nos alumbra a todos por igual.
¿Qué es una letra? Lo mismo que un átomo. El tantalio es lo mismo que el hidrógeno, sólo los separan átomos, como ya dijimos de patria y paria. Y eso, señores, que a los átomos no los vemos, demos gracias al Señor de que a las letras sí y por eso el que es paria está condenado a vivir como tal y a la patria se le respeta. Ahora, que el tantalio es diferente del hidrógeno, eso lo sabe cualquiera que haya tenido experiencias con estos elementos de la tabla periódica, pero, por favor, no olvidemos que son átomos lo que los diferencian, como no sé que cosas del ADN diferencian a un primate de un ser humano, y tal vez por eso, sólo por eso, la oleada de violencia que azotan a México y a Colombia sean tan parecidas, aunque no idénticas, y se justifiquen, es decir, porque a un ser humano sólo lo diferencia del primate el ADN. Felipe Calderón, Fox, Santos, Uribe, ellos han de saber más de eso, por eso nuestros países son lo que son ahora, gobernados por primates, asesinados por primates que nos creen primates y se amparan en eso.
Ay, pero tequila, entre patria y paria hay las letras te y ere. Así que no solamente es la te de Tefa, es la ere de Ricardo Salinas, ¿vas viendo? Así nos vamos diferenciando. Tv Azteca no es lo mismo que RCN, increíblemente es peor. Y peor que todas, es Televisa, con te de Tefa, Tequila y Trevi, ¡qué atrevimiento! Palabras tan hermanas y tan bastardas al mismo tiempo, han de ser madres naturales, de una sola, de una puta, ¡hijas de puta! No ellas, las palabras hermanadas, aclaro, aunque es lo mismo.
Algo habrá con ce de cabrona, como por decir, Córdoba.


viernes, 25 de marzo de 2011

Nota aclaratoria

La anterior entrada, Alborada (fragmento), es apenas un esbozo de lo que podría llegar a ser mi primer libro, aún no lo sé. En este blog no se seguirán publicando los capítulos siguientes, al menos no por el momento.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Alborada (fragmento)


Sintió algo así como sueño, como cansancio, algo de frío. No quería, no podía moverse, entonces me mandó a mí que soy ella cuando no quiero ser yo a redactar, porque, si desenmarañamos ese jueguito de palabras, no es más que una misma dictándose a sí para que la otra escriba. ¿Será que eso le agrada a la doctora? ¿y a los compañeros y profesores de filología? ¿a los de filosofía? ¿qué innovación es esa? ¿es innovación?
Lo que pasa es que le cuesta mucho no escribir en primera persona, en "Yo", como le dice a sus amigos más cercanos para explicarles que salirse de su personalidad y contar historias de otros le resulta imposible. Desprenderse de ese pronombre, que no de su ego porque a duras penas lo tiene (y está atrofiado), le hace creer que lo que escriba perderá toda pasión, veneno, miseria, angustia y soledad.


Como yo, aprendió a escribir en un diario. Cuando yo era ella o ella se convertía en mí, nos dedicábamos mañanas y tardes enteras a describir lo que sentíamos, de nuestras angustias, la menstruación y ese tipo de cosas que suelen atormentar a una niña de trece años. Así empezamos y aquí estamos, intentando crear nuestra primera novela, o ensayo, o autobiografía, cuento, reportaje, como le quieran llamar. Ya ven, para los filósofos nada es filosofía, para los literatos nada es literatura, y menos si no hay ficción de por medio. ¿Pero, qué van a saber ellos qué es ficción y qué no? Muchas veces he leído cosas escritas por mí que luego me parecen inverosímiles; sin unicornios, sin sirenas, pero bastante fantásticas.
Por ejemplo, escribí amigos. Estefanía no tiene alguno desde que fue recluida en ese lugar en el que toman vida (aunque allí la muerte se lo tomó todo) los hechos que se relatarán en esta historia. Digamos, más bien, que se trata del lugar en el que se desarrollan algunas de las escenas que trataremos de describir -porque escribir que yo escribo es pretencioso. Advierto, eso sí, que como nos embutían litio, Rivotril, Valium y un montón de drogas psiquiátricas cuyos nombres no logré retener durante mi estancia de dos años en Alborada, los hechos, por el bien de la literatura, los pacientes, la psiquiatra, los operadores y las señoras que aseaban la clínica no tienden a ser muy precisos. Se verán afectados, creo, por lo que yo creo que pasó, por algo de ficción y de recursos retóricos, como también por la demencia que me acecha cuando recuerdo los momentos vividos durante aquellos años, y también por un poco de memoria, que es esa, finalmente, la que le dará el toque artístico a todo esto.
No, nunca he leído a Foucault. Ni siquiera he llegado a hojear algún libro suyo. Tampoco a Nietzsche, ni a Deleuze, ni a Freud, ni a ninguna autoridad académica. Pese a que me matriculé en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia en 2001, recién me gradué como bachiller, sólo recuerdo haber leído La Apología de Sócrates y Las Nubes, de Aristófanes. Lo que sé, lo muy poco que sé, fue porque ponía atención en clase, sin tomar nota para no perder el hilo. Leer filosofía es demasiado complicado para mí, y entenderla se me hace imposible. Aún así logré ganar varios semestres con muy buenas notas, y no porque hiciera trampa en los exámenes o el nivel académico de la universidad fuese mediocre, sino que, como dije, ponía atención en clase y era muy sincera, lo bastante sincera como para admitir frente a mis compañeros que se creían la promesa de esa materia y el futuro de la humanidad, que eso de leer a Aristóteles era como leer a Cantinflas, sólo que don Mario era más entretenido.
Y es que resulta que a dos meses de haber comenzado mi primer semestre, me vi rodeada de circunstancias que sólo ahora logro comprender. No, lo que logro comprender es por qué no terminé filosofía, ni derecho, ni ninguna de las carreras que he empezado. Mi abuela Lucinés, la que me crió y sin haberme parido me dio la vida, tenía un cáncer de páncreas por el cual la desahuciaron. Yo vivía con ella, yo vivía por ella, ella y yo éramos partes de dos mitades que se complementan. Y ya desde niña, cuando empezaba a escribir, también empezaba a beber. No me fue difícil entonces dedicarme a esto último, lo hacía todos los días después de clase al frente de la Universidad, en un lugar al que todos conocen como Bantú. A decir verdad, para mí fue el paraíso ver que mis compañeros, casi todos unos parásitos "gotereros" (así los puso mi abuelo) estaban dispuestos a seguir mi ritmo de vida y de algún modo acompañarme para perderme. Tomábamos un vino llamado Tipicalísimo cuya garrafa valía menos de un dólar, pero con el tiempo, fue hastiándonos con su sabor, así que le echábamos Halls y cerveza para modificarlo un poco. Como mis papás y mis tíos estaban pendientes de mi abuela, a quien no fui capaz de ver sufrir en sus últimos meses, yo entré un descontrol y en una decadencia exquisita, dignos de ser reseñados en otra historia, por otro autor. Al menos eso me han dicho.
Mi abuela se murió el 15 de agosto, cinco días después de haber cumplido sus 75 años. Cuando llegué a la casa, ya borracha, saludé a todos, lloré y llamé a mis amigos más entrañables de ese entonces, mis compañeros del colegio durante el grado once, y les pedí que me llevaran a beber a algún lado. Todo era beber. Por cualquier cosa.
Hay algo que siempre me ha sorprendido en mí. Desde que tenía diez años, anhelaba con toda mi alma ser algún día en algún manicomio o clínica de rehabilitación y terminar con mi hígado a punta de alcohol. No quería ser ni médica, ni filósofa o abogada, ni siquiera princesa. Quería crecer y ser loca y alcohólica. Esos sueños, por llamarlos de algún modo, todos, se convirtieron en realidad. Tal vez si en ese entonces hubiera fantaseado con casarme y tener hijos, una profesión, algo así, no lo hubiera conseguido con la exactitud que conseguí esas otras cosas. Es más, ya a mis 22, aunque no por beber sino por otras cosas, había logrado que me transplantaran el hígado. Y para cuando tenía 22, ya había pasado por unos cuatro manicomios y una clínica de rehabilitación. En términos religiosos, es como si el Diablo escuchara todas mis plegarias y Dios se hiciera el bobo. Algo así. Aunque prefiero creer que Dios estima tanto el sufrimiento, que es el rubro espiritual, que algún día seré compensada a la inversa. No puede ser que las oraciones de una niña de diez años, sin conciencia de lo que iba a ser su vida como la estaba pidiendo para entonces, sean más poderosas que las súplicas de una mujer de 20 ó 28 años a la que nunca se las atendieron. No, yo no me voy a quejar de Dios. Yo misma me labré mi destino, nada de eso fue culpa de Él. Nada es culpa de Dios. Ay, a los diez años todo eso me parecía tan atractivo, tan halagador, tan emocionante... cuando todas mis compañeras del colegio estaban aprendiendo a maquillarse, yo hacía un gran esfuerzo por volverme adicta al cigarrillo. Y luego, luego al alcohol, porque es que todos los borrachos de mi familia me parecían fantásticos. Ah sí, también soñé con ser mendiga y por unos meses lo conseguí.
Es esta entonces la historia de la consumación de ese anhelo de estar algún día en una clínica de rehabilitación.

Nota aclaratoria: La anterior entrada es apenas un esbozo de lo que podría llegar a ser mi primer libro, aún no lo sé. En este blog no se seguirán publicando los capítulos siguientes, al menos no por el momento.

sábado, 26 de febrero de 2011

Adonde corresponda

Mi niño hermoso,
Van a ser las tres de la mañana y no he podido dormirme. Cuando me desperté, era 25 y se conmemoraban tres meses de tu partida que, espero y le ruego a Dios, haya sido al lugar más hermoso que tenga el cielo. Creo haber sabido qué era la eternidad cuando, no recuerdo en qué mes del año 2003, me dijiste que no me amabas más. El infierno, por tanto, fue mi vida desde entonces. Lugar más espeluznante que este mundo y esta actualidad yo no conozco, así que no creo que estés en uno que lo pueda igualar en crueldad, horror y miseria. Sin embargo, como no tengo certeza de qué haya después de esto, si nada o acaso un sitio, un estadío del alma y en miles de cosas en las que divago desde que supe de tu muerte por andar averiguando de tu vida, prefiero no quitarme la mía y procurar llevarla en paz en lo que a Dios le dé por resolver si me lleva contigo, con mis abuelos o quizás, porque te digo que no sé, haya hecho que reencarnes en alguien que acabe con esto que, repito, ha sido una eternidad. Y en este caso, no me interesa lo que hubiera dicho Spinoza al respecto porque tengo la ilusión y me da la gana pensar que de algún modo nos volveremos a encontrar.
Quise muchas veces decirte, como Frida a Diego y a Chavela "yo te nací". Sin embargo, las cosas terminaron en un "tú me moriste", y así como hay gente que dice haber vuelto a nacer, yo creo ser de las pocas que volvieron a morir. Tu muerte me murió en vida... por segunda vez. ¿Sabes lo que me costó aprender a vivir con el dolor de resignarme a no tenerte? Era como si me hubieran segado el vientre y la boca obligándome a respirar a manera de tortura. Tú supiste de los maltratos que sufrí en mi adolescencia, que alguna vez me apuñalaron inclusive y, aún así, nada fue más violento, brusco y tortuoso que tu adiós. Ahora, si puedes imaginar, pues imagina lo que me causó saber de tu suicidio. De verdad que no entiendo para qué Dios diseñó un cuerpo que a la humanidad y a la especie le será por siempre inútil. ¿Para qué senos si no podré amamantar a tus hijos? ¿y yo para qué voy a escribir si interés no tengo de trascender? La estética es para los estúpidos que crean y erigen héroes, y los héroes son todos unos imbéciles que si no se hacen matar, se hacen héroes por haber matado o sufrido de cuenta de algún miserable más miserable que ellos. ¿Y qué es esa pendejada de ser útil? ¿eso para qué? ¿a mí qué me importa serlo si ya tú no existes y yo existo para ti? Estética, esa que alimenta al espíritu, era el deleite que me causaba contemplar tu figura, esa piel canela, tus ojos miel, el pecho perfecto. Ni Kandinsky, ni Neruda, ni Gaudí me importan ya. Las letras que conforman los libros que empiezo a leer se confunden con las palabras que recuerdo que pronunciaste -todas y cada una. En todas las ciudades y en todos los hombres una imagen borrosa de lo que eras tú se me aparece. La obra arquitectónica más preciada ahora es esa lápida de cemento que tallaron con tu nombre y las respectivas fechas: 7 de septiembre de 1985 - 25 de noviembre de 2010. Abajo 12 - 431 - 3, y a esa cifra, a tu nombre dibujado como con un palito, a eso se ha reducido la belleza para mí. Y es que claro, debajo estás tú. No, más bien lo que fuiste. Sinceramente no sé.
Mi amor, ya que van a ser las cuatro y me voy a dormir, te ruego que me regales de cumpleaños un sueño contigo. Bésame de una manera que yo pueda sentirla, acaríciame el pelo o acuéstate a mi lado de manera que yo sienta tu presencia. Mira que mañana me toca celebrar esto que llaman vida y tengo que poner la mejor de las caras, dibujar sonrisas, expresar emoción y gratitud. Tú que te mataste, debes entender perfectamente lo difícil que es todo eso. Y por favor, donde quiera o en quien quiera que estés, espérame porque todavía no voy a irme y al parecer me falta un buen rato. Si ves a mi abuela, dile que no venga ella por mí. Y abuela, busca a Juan Pablo y dile que quiero que sea él quien me recoja. No sé, arreglen entre ustedes dos eso o hablen con Dios que lo han de tener más cerquita.
Te mando un beso. Te amo con toda mi alma.
Estefanía.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Ausencia

Decir que hay ausencias que matan es tan redundante como cantar sin pensarlo siquiera, al estilo de ese salsero mediocre, que su amada fue su media mitad.
La ausencia es, acaso, la presencia más latente y avasalladora. Y mata, claro, porque esa presencia llena de vacío y de soledad crea en el sujeto que la siente y la percibe un constante deseo de muerte, de no querer estar o existir, de perderse de esta vida, de ausentarse para siempre.
Aclaro que no es mi intención crear un oxímoron ni pretendo buscar figuras literarias para darle más fuerza a este escrito. Yo soy una escritora muy mediocre que se vierte, y a veces se deshace en letras precisamente por esas ausencias que describo... es la única forma de mantenerme viva. Ni sé para qué lo publico, sé que sólo estoy dándoles armas a mis enemigos.
En fin.
Advierto, caso aparte, que no respondo por la pobreza de mi lenguaje. El dolor que me produjeron dos presencias de ese estilo, es decir, la ausencia de dos personas, llevó a que me hicieran una terapia que ya describí aquí e hizo que mi memoria y mi bagaje lingüístico, de por sí pobres, se minimizaran.
No, no es que me tire duro, es que soy sincera.

Juan Pablo se me murió. Me dijeron que se suicidó el 25 de noviembre de 2o1o, pero yo vine a enterarme hace dos semanas. De él no sabía nada desde hace cinco años, pero, y lo sabrán decir quienes me conocen, siempre estaba presente en mis conversaciones a manera de anhelo, de despecho, de dolor, de amor del bueno. Ahora lo está, sí, pero como elegía, como un duelo que jamás podré elaborar, como dolor, frustración, impotencia. Hoy más que nunca siento que lo amo como no he amado a nadie, y creo que jamás podré amar de esta manera. En el fondo, pensaba que seríamos como los viejitos de El amor en los tiempos del cólera y que en nuestra vejez nos reencontraríamos para amarnos durante el tiempo que nos quedara de vida.
Pero no. La vida me lo quitó. Porque esta vida, al menos la mía, es una perra hijueputa que no me deja morirme pero me quita a todas las personas entrañables y valiosas, dejándome al lado a otras que estorban, dañan, cansan, martirizan.
Primero se llevó a mi abuela, luego a mi abuelo, luego a mi otra abuela. ¡Desgraciada! Me puso en frente a una psiquiatra que me separó de Juan Pablo, y no quedando contenta, dejó que se me muriera. En cambio a mí, a mí que la he retado tantas veces, que la rechazo desde que me levanto hasta que me acuesto, a mí me consigue hígados para mantenerme en este mundo de mierda, me da salud física en abundancia y tormentos del alma a granel para que, con cada respirar, desprecie más el hecho de estar aquí.
La maldita no valoró el esfuerzo que hice la otra vez de mandarla pa' la puta mierda tomándome un montón de pastillas, logrando acabarme el hígado y llegando al punto de estar en coma y toda la cosa. Faltando horitas para morirme, apareció un donante. Ella prefirió llevarse a otro que tal vez sí quería vivir para dejarme a mí aquí viviendo toda la inmundicia que me ha tocado vivir en estos cinco años. Y en cambio a Juan Pablo, que hizo exactamente lo mismo que yo, a él sí lo bendijo con la muerte.
Como me está fallando la memoria, no recuerdo exactamente en qué mes del año pasado conocí a Piedad Córdoba, mi ídolo, mi máximo adalid político. Hicimos una amistad tan bonita, tan maternal, tan increíble, que yo llegué a pensar que precisamente por eso estaba circulando en el planeta. Todo empezó a tener sentido, el sufrimiento por la ausencia de Juan Pablo casi había desaparecido, sentía que mi abuela me había otorgado esa relación para darme tranquilidad y sosiego, que la cabrona, es decir, la vida, por fin, ¡por fin! estaba siendo benévola conmigo. Bah, no sé por qué llegué a confiar en quien tantas veces, desde niña, me ha fallado. Ahora mi senadora me desprecia, no me habla, acaso me determina por cortesía contestándome que gracias con signos de admiración a los mensajes de texto que le mando por el celular, porque me bloqueó en el BlackBerry y creo que en el correo electrónico también. Ah, sí, y en el Twitter, aunque ese fue el cacorro que trabaja para ella, Andrés, que se cree su dueño, su marido o algo así. Pero de ese mandril no voy a hablar más, no merece la pena. Sólo diré que es el José Obdulio de la izquierda, como bien le dijeron en estos días, y nada más.
Ay, que se enoje ella por decir eso de él, ya da lo mismo. Además, ni creo que me vuelva a leer en su vida. Yo siempre digo las cosas como son y como las siento, y no por tratarse de su niño consentido voy a cambiar eso. Yo la quiero es a ella, la respeto es a ella, la admiro es a ella.
El caso es que sentir la presencia de su ausencia ha sido tan doloroso como la muerte de Juan Pablo. A Piedad la quiero más que a mi mamá, casi o igual como llegué a querer a mi abuela Lucinés. No me importa que ya me haga desplantes y que no sea conmigo como lo era antes (quedó un verso chueco que no pienso arreglar), que de repente me ignore, que me salga con reproches, yo la admiro muchísimo. No creo que vaya a lograr la paz del país, pero como a mí Colombia me tiene sin cuidado, me da como que igual. Y eso en definitiva no importa, porque los logros que ha obtenido son inmensos. Sólo en mí, logró lo que ni mi psiquiatra como en siete años pudo. Claro que ya todo eso se echó a perder, pero no importa, porque al menos puede presumir que Estefanía fue feliz durante unos meses, entre otras cosas, gracias a ella.
Como la vida mía es tan desgraciada, no creo que las cosas vuelvan a ser como antes con respecto a la senadora. Hará que, al igual que con Juan Pablo, sufra porque ya no pueda contar con ella, ni acudir a sus consejos, ni nada por el estilo.
Sólo espero no volver a conocer a nadie, ya no quiero. Por eso no volví a salir ni a la esquina. Ya no quiero volver a presenciar la ausencia de nadie... ah sí, que se vayan los que estorban.

jueves, 3 de febrero de 2011

Volver

Debía volver a escribir, ya se estaba volviendo imperativo. Perdonen si esta entrada no tiene la misma calidad de las anteriores, si es que acaso las anteriores tienen calidad alguna. La escritura, como la lectura, fueron atropelladas por la electricidad en el cerebro.
Hacía mucho que las entrañas me pedían que escribiera, que me vertiera en letras, que me expresara con caracteres. Lo intentaba, pero la mediocridad me invadía, o no, era la incapacidad, lo que llaman musa se había ido, eso que concatenaba las ideas con fluidez de repente se atascó.
Ahora que lo recuerdo, debo hacer una reseña sobre Juan Pablo para un portal del Medellín, porque él, como yo, y yo gracias a él, me volví hincha de ese equipo. Todo por un beso. Pero bueno, contaré esa historia donde corresponde, no acá, porque, además, me parece muy apresurado hablar con tan poco talento de una persona a la que amo tanto y que me merece las más impecables líneas de dolor, de duelo, de recuerdo.
Dejé los choques esos precisamente porque me estaban mermando en todo y robándome mis recuerdos más preciados, inclusive los más irrelevantes. Y de hecho, no me estaban ayudando a controlar la depresión pues, ¿cómo puede la energía eléctrica aminorar el dolor que causa el que aquel hombre que idolatro se hubiera quitado la vida? Y a ver, ¿qué podía hacer ella con respecto al desprecio que de repente empezó a sentir hacia mí mi máximo adalid político? No valía la pena entonces borrar los recuerdos que tenía de ellos para seguir añorándolos de todos modos. Mejor los añoro de verdad, es decir, recordando con dolor lo que ya no será. Si no, no sería añoranza, sino recuerdo vago y deprimente, nada más.
Una residente de psiquiatría me comentó que mis recuerdos y habilidades volverían, no todos, en seis meses. Sin embargo la doctora Irene, mi psiquiatra, con muchísima más experiencia, me dijo que si me lo proponía, si hacía esto que estoy haciendo, todo eso regresaría más pronto.
Obvio, yo no creo en musas. Creo en las neuronas que se queman con la luz, en los impulsos que hay dentro del cerebro, en lo que sea que radique todo eso que le da a uno la capacidad para escribir.
Además de todo eso, los electrochoques le quitaron el sabor al tinto (café) e hicieron que fumar no se sintiera igual. ¡Maldita sea! Eran las cosas que más disfrutaba hacer, y ahora, aunque lo hago, no es lo mismo. Pero bueno, yo me lo busqué.
Por lo pronto, tengo pensado, ahora sí, escribir un libro. Debo practicar porque, como dije, he perdido la costumbre, o más bien la habilidad.
Por lo pronto, es todo. Luego intentaré escribir con más soltura.